Imagina que eres de un partido concreto desde chiquitito. Has sido educado, formado y esculpido en su doctrina ideológica y has ido adoptando cada precepto con cierta naturalidad. Creces, progresas, te ponen en primera línea y un día, el partido de enfrente te dice que te da más cancha, más poder y más capacidad de prosperar. Esto no pasa mucho en la política, creo, (un saludo Cantó), pero el fútbol es otra cosa. Y el portero Joan García lo sabe mejor que nadie.
Perico de cuna. Con todo el pack del españolismo blanquiazul: somos minoría privilegiada, asfixiada, ninguneada y toda forma de fobia al barcelonismo está justificada y es aplaudida de manera sesuda. Este último curso ha sido sublime. Entre los 2-3 mejores porteros del campeonato. Y en este contexto el Barça, con Ter Stegen recién operado y en la treintena y con Szczesny viviendo su particular prórroga, poniéndolo todo en marcha para seducir a uno de esos enemigos irredentos.
El chico tiene 24 años y ha leído en las últimas horas como algún rapsoda ha pintado la palabra "rata" por las casas de Sallent, pueblo familiar. Sin ponerse en la piel de quien, precisamente pensando en el bienestar de su familia, está con la balanza de los pros y los contras tomando la decisión más gorda de su carrera. Como nos gustan los comportamientos éticos, ejemplares, idílicos. Sobre todo, cuando afectan a los demás y no somos nosotros los que tenemos la dicotomía delante.
Una de esas, pero menos trascendental, presidió la previa del España-Francia. Con el dichoso balón de oro en el trasfondo. El trofeo individual otorgado por el paladar de periodistas dispersos (esparcidos, mejor dicho) por encima de los logros colectivos. Pero luego llegó la apoteosis de nuestra relación con la pelotita y otra vez centramos el tiro. Orgía de goles, carreras, ritmos, gestos, sustos pero siempre con ganas de decirle al planeta fútbol que nuestra estrellita se siente sola… y que quiere una hermanita. A ver si la encargamos el año que viene…