Pues mire usted, señor director. Si no es un castigo de Dios al PP, que tampoco tiene por qué, la veo como un regalo de las meigas a Yolanda Díaz. Si Tierno decía que Dios no abandona a un buen marxista, las meigas tampoco abandonan a una buena gallega.
Y, hecha esta rigurosa explicación científica, veo un insuperable esperpento: una presidenta del Congreso que declara derogado el decreto, ignoro por qué; una rectificación inmediata que declara convalidado el decreto; dos diputados traidores que le hacen perder al Gobierno; un diputado de la oposición que hace ganar al Gobierno… No se recuerda tanto despropósito en tan pocos minutos.
El Gobierno pasó de morder el polvo a los abrazos casi histéricos en el banco azul. Y al fondo, gritos de tongo, de cacicada y pucherazo. Lo que cuenta a estas horas es que el decreto está aprobado, pero me temo que, además de pírrica y precaria victoria del Gobierno, haya que añadir el calificativo de provisional, porque espera una larga batalla de recursos y tribunales.
Y además, la mayoría gubernamental, tocada por la desconfianza. Un decreto de tanto alcance, fruto de un acuerdo trabajado entre el Gobierno y los agentes sociales, no merecía terminar así, marcado por la duda de lo que pasó y las sospechas que los conspiranoicos quieran inventar.
La reforma laboral no nace deslegitimada, pero los avatares de la surrealista votación y el estrechísimo margen del resultado le quitan injustamente jirones de credibilidad.