Saber, lo que se dice saber, tener conocimiento, no creo que hayan sido muchos. Por lo menos, hasta que Maragall dijo lo del “3 per cent”. Echo mano de la ingenuidad para decir que, si se supiese mucho, habría trascendido, porque estamos hablando de décadas. Ahora bien: sospechar del saqueo, yo creo que sospechaba media Cataluña. Lo que ocurre es que funcionaba la omertá. Y a donde no llegaba la omertá, llegaba la vista gorda, el miedo, aquello de que aquí roba todo el mundo y la creencia de que los pagos eran una contribución a la causa nacional catalana. Impuesto revolucionario.
Pujol tuvo la habilidad de identificarse con Cataluña al estilo Rey Sol: el Estado soy yo, Pujol es Cataluña y, por tanto, todo lo que hay en Cataluña de alguna forma es de los Pujol. Si los Pujol-Ferrusola hubieran sabido frenar su avaricia, a lo mejor hubiera colado. Pero no supieron. Las malas artes se trasladaron a los hijos, y todo se convirtió en una industria de conocimiento público porque hubo demasiada gente pagando.
El entramado era tan oscuro, que el juez tardó años en la instrucción, mientras la sociedad se preguntaba escandalizada por qué algunos, como Rato, estaban en la cárcel, y otros, como Pujol, seguían en libertad. No había impunidad. Había una trama demasiado compleja. Su futuro es negro: el magistrado habla de organización criminal para enriquecerse. Y no es solo el patriarca. Es la familia. La familia, cuántas resonancias sicilianas, querido director.