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Rubén Amón indulta a los madrileños: "Cuando una ciudad abre los brazos tanto puede extenderse la dicha como la desdicha"

Los madrileños, digo. Que no es precisamente una categoría excluyente. Los madrileños no necesitan haber nacido en Madrid para ser madrileños. Pudieron llegar ayer como pueden marcharse mañana.

Rubén Amón

Madrid | 27.03.2020 10:36

Madrileños son los periodistas gallegos que pululan en la ciudad. Madrileños son los estudiantes de Erasmus. Y madrileños son los venezolanos que escapan de Maduro. Madrileños son también los miles de enfermos que han sido alojados en la morgue del Palacio del Hielo.

Un congelador industrial, ya veis, representa la imagen más sórdida de esta crisis. O una de ellas, no vayamos a olvidarnos de las residencias de ancianos donde convivían y conmorían nuestros mayores con nuestros difuntos.

Madrileños podrían ser. Madrileños somos todos, no porque estemos reivindicando en estas líneas, Carlos, la originalidad, sino, al contrario, la indefinición de una ciudad que no se pregunta por su identidad porque su identidad se la dan los foráneos, los extranjeros.

Madrid es la zona cero de la epidemia hasta que se traslade a otro territorio donde tampoco se tomaron suficientes precauciones. Y los madrileños encabezan o encabezamos la lista de caídos, el martirologio.

Acordarnos de ellos es acordarnos de todos los españoles. Y de todos los ecuatorianos también. Y de todos los marroquíes. Madrileños eran nuestros padres, que nacieron en Barakaldo o en Lanzarote. Y eran nuestros abuelos, tan madrileños que probablemente nacieron en León. O en Mérida, hasta que coincidieron un día paseando por la Gran Vía.

Puede que la epidemia hubiera sido más indulgente con los madrileños si Madrid fuera una ciudad cerrada, hostil y recelosa, pero cuando una ciudad abre los brazos tanto puede extenderse la dicha como la desdicha.

Y no me refiero a los chinos. Los chinos también son madrileños. Y puede que haya alguno entre los féretros que se amontonan en el Palacio de Hielo. Ahí íbamos a patinar los madrileños. Y puede que nos tiemblen los tobillos cuando volvamos a hacerlo. Porque igual estamos profanando el cementerio.