OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Sánchez sigue hablando como si no hubiera perdido ya dos veces y como si aún fuera el candidato"

Sigue hablando como si no hubiera perdido ya dos veces. Sigue hablando como si aún fuera el candidato. Sigue en predicar la responsabilidad de los otros esquivando los espejos para no verse a sí mismo retratado.

Carlos Alsina

Madrid | 26.07.2019 08:16 (Publicado 26.07.2019 08:13)

No hay día en que el presidente del gobierno en funciones no se confirme a sí mismo como el hombre que con más frecuencia, a mayor velocidad y con menos cargo de conciencia, cambia de criterio, de discurso y de convicciones.

¿Se acuerdan cuando el equipo de publicistas sanchistas, todos con salario público (por cierto) se entregaron a la tarea de predicar que sólo habría una investidura, la de julio? Única oportunidad, decían, Pablo, que lo sepas. César en julio o nada. Dijimos aquí: un cuento. Otro cuento.

Cuando Adriana Lastra proclamó que no habría segundas oportunidades.

Qué contundencia, ¿verdad? No habrá más intentos. Qué firmeza la de su jefe Sánchez cuando tocaba entonar aquella cantinela.

Quería ser muy claro. Si no le investían ayer, él dejaba de actuar como candidato. Es todo tan falso, tan impostado, tan de ocasión que produce rubor tener que contar algunas cosas. La de hoy: que este aspirante que con tanta claridad decía que dejaba de ser candidato se personó anoche donde Piqueras, de Pedro a Pedro, para pasarse cuarenta minutos hablando como si él aún fuera el candidato. Como si ayer no hubiera pasado nada. Como si le correspondiera a él —o le siguiera correspondiendo— conseguir que los grupos parlamentarios rectifiquen y le invistan.

Es verdad que el presidente en funciones nunca se ha significado por su respeto escrupuloso a la liturgia y los procedimientos, pero ya que él mismo nos explicó a todos que su candidatura decaía, qué menos que dejar que sea el rey quien decida si le propone, o no, para una nueva intentona. Qué menos que empezar a hablar no como el poder ejecutivo que exige que se haga lo que quiere sino como el humilde líder del grupo mayoritario de la cámara que invita a conversar sobre la situación parlamentaria a los otros grupos del Congreso.

La autocrítica, una vez más, se la hizo el entrevistado a los demás. ¿Qué pasará en adelante? Oiga, a saber. Les recuerdo que en mayo la opinión mayoritaria era que Iglesias nunca se arriesgaría a tumbar de nuevo una investidura. Y que Sánchez nunca se ofrecería a meter en su gobierno a Podemos. Ha sucedido lo contrario: Sánchez tragó con tener ministros morados e Iglesias tumbó la investidura.

Si en estas dos últimas semanas nos han ahogado en propaganda para que le echemos la culpa al otro, imaginen lo que nos espera hasta septiembre y más allá. Hoy es muy comprensible la decepción de los votantes de izquierdas que anhelaban que los dos gallos reprimieran la aversión que sienten el uno por el otro, la tirria, la inquina, el recelo, y alumbraran juntos el gobierno progresista que salvaría a España de caer en el infierno de las derechas. Es razonable la frustración de quienes deseaban que esta pareja prosperara y Sánchez se asegurara el colchón para cuatro años. Y es evidente que ahora se trata de persuadir a ese votante de izquierdas de que ha sido la ambición desmedida de Pablo, o el desprecio altivo de Pedro, lo que ha malogrado el feliz advenimiento de la España que todo lo dialoga.

Iglesias se apuntó un tanto propagandístico cuando se ofreció en sacrificio para desbloquear el gobierno de coalición.¿Vicepresidente yo? Nunca lo he pedido. Consiguió tener a Sánchez donde desde el principio quería: negociando cuántos ministerios, y cuáles, estaba dispuesto a conceder al socio necesario. Pero en la última curva del camino, a Iglesias se le fue el pie con el acelerador, se gustó como piloto audaz y acabó saliéndose de la calzada con riesgo serio de haberse despeñado. No es fácil explicar que tres ministerios y una vicepresidencia le parecen insuficientes a quien hace tres meses se lamía las heridas de un batacazo electoral memorable. No es fácil justificar que, amando tanto a España y a la izquierda sanadora, arruines la ocasión de atar a Sánchez al Evangelio progresista, liberado por fin del Ibex y las cloacas, sólo porque no te han concedido el ministerio de Trabajo.

Aquí todo el mundo tiene que revisar lo que dijo que pasaría y lo que ha acabado pasando. Igual usted recuerda lo que sucedió en este programa el día que se constituyeron las nuevas Cortes. Hablamos con Albert Rivera, que sostenía que el pacto de gobierno entre el PSOE y Podemos estaba hecho. A la pregunta de en qué se basaba para afirmarlo mencionó el acuerdo alcanzado para la mesa del Congreso.

¿Alguien tiene alguna duda? Dos meses después hay poca duda de que Sánchez no tuvo ayer más apoyo que el de los suyos.

Por cierto, y hablando de Carmena, en la peleíta ésta, tan adolescente, entre líderes pagados de sí mismos y estrategas pagados con los impuestos de todos, se produjo anoche otro pasaje de los que invita a un cierto rubor. Por lo burdo que resultó escuchar a Sánchez hablando, así porque sí, de lo buena ministra de su gobierno que sería Manuela Carmena. Fue el rematito de la charla con Piqueras: Pedro le dice a Pedro que se oyen rumores sobre los ministros que habría elegido hoy mis-¡mo. Y seguro que se oyen. En boca del propio presidente y de su equipo de voceros, probablemente. Quien sabe si los rumores comenzaron anoche mismo en la sala de maquillaje de Telecinco y saltaron oportunamente al plató para que Pedro pudiera comentarle a Pedro lo bien que encaja una mujer progresista que rompió con Pablo Iglesias en un gobierno socialista. Pablo, que lo sepas.

Todo el que acabó peleado con Iglesias tiene hueco bajo las alas del candidato fallido. Errejón, calienta que sales.