Hay millones de españoles, seguro, a los que –-como a Arturo-- les importa un bledo a estas alturas si Franco está en Cuelgamuros, en Mingorrubio o en la cripta de la Almudena. Y a los que es probable que lo que les importe es cómo está Franco, y el franquismo, en los libros de Historia que estudian los escolares.
Hay otros ciudadanos –-quizá también millones— a los que no les da lo mismo que el dictador repose en un nicho de su familia a que lo haga en un conjunto monumental que es patrimonio del Estado. Y merecen respeto, como dice también Reverte. Ciudadanos que entienden que es improcedente mantener a Franco en el Valle de los Caídos pudiendo entregárselo a sus nietos para que se hagan cargo, también con todo el respeto.
Las encuestas que se han publicado en los dos últimos años dicen de todo: las hay de abrumadora mayoría a favor de la evacuación; las hay que dicen que no es momento; las hay que sostienen que hasta un cuarenta por ciento de los encuestados opina que se reabren heridas con el traslado. Reabrir heridas es una expresión muy de nuestro tiempo. Parte de la convicción, discutida, de que las heridas estaban bien cerradas. Incluso de que las heridas de una guerra civil puedan llegar a cerrarse del todo alguna vez. La sociedad española de los setenta-ochenta se propuso cerrarlas con la transición, la sociedad española de 2005 (su Parlamento) entendió que había faltada reparación a miles de víctimas (localización de los restos de desaparecidos) y la sociedad de 2017, su Parlamento, concluyó que a Franco había que sacarlo del Valle de los Caídos.
Ayer ya repasamos la sucesión de hechos: el Congreso aprobó en 2017, sin que se opusiera ningún grupo –-ninguno— que Franco fuera exhumado. El PP se abstuvo. Esquerra Republicana también. Ciudadanos votó a favor. Como ejecutar la exhumación le correspondía al gobierno, el Parlamento le puso deberes al Ejecutivo para que lo hiciera. Rajoy alegó que no había consenso para cumplir el mandato (ningún grupo se había puesto) y dejó morir el tema. Bueno, creyó que podría dejarlo estar. Pero un año después pasó lo que pasó: moción de censura, fin del gobierno del PP y nuevo gobierno del partido que había promovido aquella iniciativa parlamentaria, el PSOE. Desde el minuto uno Pedro Sánchez se propuso cumplir con la encomienda del Parlamento. Desde ayer, resueltos los recursos que, con todo derecho, presentó la familia Franco, el gobierno está habilitado para consumar la operación.
Sánchez ha dicho esta noche en Nueva York que se ha cerrado, ahora, el círculo democrático.
Menos mal que dijo simbólicamente el presidente. Podría parecer que estaba sugiriendo que hasta que no salga Franco del Valle no tendremos en España una democracia plena, el círculo cerrado y el capítulo cerrado. Franco ha permanecido en Cuelgamuros todos estos años porque a los Parlamentos que ha habido, y a la sociedad que hemos sido, no les pareció necesario cambiarlo de tumba.
Gobernantes en dificultades esta mañana. No por el chorreo de la niña Greta en la ONU sino por instituciones de sus países que no controlan ellos. No todo lo controla el que gobierna, aunque su aspiración sea hacerlo.
Lo venimos contando desde las seis:
· En Estados Unidos se le pone cuesta arriba a Donald Trump su último año de mandato antes de la reválida de noviembre (noviembre del 20): el monotema de la campaña de las presidenciales que ya está en marcha –-en Estados Unidos también están en campaña permanente—será el impeachment. ¿El qué dice? El impeachment.Una especie de moción de censura pero con formato de procedimiento judicial a cargo del Congreso. Los diputados van a examinar los indicios que existan de que Trump intentó torpedear la carrera política de Joe Biden (ex vicepresidente de Obama). Torpedear la carrera de un adversario forma parte del abc de la vida política de todos los países. El problema no es ése. El problema es si, para hacerlo, buscas embarcar en la operación a un gobernante extranjero. Sospecha que airea el partido de la oposición a Trump a partir del chivatazo de un confidente: que Trump persuadió al primer ministro ucraniano, el nuevo, el cómico, para que abriera en su país una investigación por corrupción al hijo de Biden que salpicara al padre. Con esa base, en principio escasa, el Partido Demócrata anuncia que va a intentar el impeachment. Lo va a intentar.
Primero tiene que debatirse en el Congreso, después (si pasa la criba) llegaría al Senado y en el Senado se celebraría esa suerte de juicio de resultado incierto. Conclusión: muchos meses por delante de aparente desgaste para Trump que podrían acabar desgastando más a sus adversarios que a él. Hasta hoy, salió airoso de las investigaciones judiciales.
· En el Reino Unido, el bofetón del Tribunal Supremo a Boris Johnson. Notable bofetón porque ha venido el Tribunal a decirle al jefe de gobierno que se apropió de competencias que no tiene para anular al poder legislativo, nada menos.
· Y en nuestro país, el Banco de España. Ojo a la marcha de la economía que cada vez va marchando menos. Crecer, crecemos. Pero más despacio que antes y con peores expectativas. El Banco de España rebaja la previsión en cuatro décimas (que es una rebaja relevante) y el gobierno se prepara para tener que hacer lo propio. Menos crecimiento a la vista, menos creación de empleo, menos consumo, menos todo.
¿Influirá la cosa económica en el ánimo de los votantes más que si Franco está enterrado en Cuelgamuros o en Mingorrubio? Podría ser. Pero Sánchez aspira a darle la vuelta al asunto convirtiendo las flojas previsiones económicas en un argumento para votarle a él. Como vienen mal dadas, vote usted estabilidad.
Se nos ha hecho roseveltiano el presidente. De Franco (perdón, de Franklin De-lano, no de Teodoro). Por el green new deal, vótame a mí.
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