El comandante fue reelegido ayer por sus ciudadanos con diez puntos de ventaja sobre el aspirante Capriles y una participación electoral de más del ochenta por ciento. La movilización social, la pasión con la que la sociedad venezolana ha vivido este proceso, está fuera de discusión, y el hecho de que el presidente haya conseguido para sí la mayoría no presupone, por más sospechas que aireen algunos de sus detractores, que haya habido puchero. Capriles ha asumido su derrota y ha felicitado al ganador sin sembrar la más mínima sombra de duda, lo que supone, en la práctica, que él mismo ha certificado la limpieza del escrutinio.
Hay quien sostiene que lo ha hecho para evitar un conflicto en las calles y quien sostiene que, de haber denunciado fraude, habría desmovilizado a sus votantes para las próximas citas electorales, regionales en diciembre y locales en 2013. Es una hipótesis, pero el hecho es que el líder de la oposición en Venezuela ha dado por verdadero el triunfo de Chávez: el pueblo habló y se decantó por el comandante.
¡Eso es la democracia!, proclaman los chavistas que tenemos en España, algunos de ellos diputados. Pues no, o no sólo. Éste es un buen día para recordar esto que vienen diciendo los indignados, el 15-M, el 25-S y casi todos los dirigentes políticos que han prometido aumentar su contacto con los ciudadanos: democracia no es sólo votar cada cuatro años, o cada cinco o seis, como en Venezuela. No es sólo que haya urnas, sino que esté garantizada la pluralidad política y las diversas opiniones, que se atienda a la voluntad mayoritaria sin dejar de respetar, por ello, los derechos de las minorías, que el Ejército no tome partido y que las instituciones del Estado no se utilicen para denigrar y anular a los adversarios de quien está, coyunturalmente, en el gobierno. Cuesta entender que personas tan sensibles -y está bien que lo sean- hacia los déficits democráticos en que puedan incurrir, en algunos aspectos, España o la Unión Europea, miren para otro lado cuando del déficit democrático de Venezuela se trata. De Cuba ya ni hablamos. Porque Chávez, al menos, convoca a las urnas. Su referente cubano ni se lo plantea.
Quienes siguieran la jornada electoral de ayer por la televisión pública venezolana tuvieron que preguntarse cuál era exactamente la competición que se libraba, porque en pantalla sólo existía un candidato, el presidente. El aspirante opositor fue ninguneado -silenciado- hasta tal punto que las ruedas de prensa de su equipo de campaña ni siquiera fueron transmitidas, ni reseñadas, ni mencionadas de pasada.
Sólo existía Chávez votando, su equipo de campaña ufano y las loas que durante toda la jornada expresaban los reporteros al mejor sistema electoral del mundo, que en consigna de los medios oficiales resulta ser el venezolano: el mejor sistema electoral, la democracia que es modelo para el resto del mundo y las incansables alusiones a Jimmy Carter como avalista de ese retrato. Los países que son modelo para el mundo no necesitan estar diciéndolo todo el rato. A Capriles sólo lo han sacado en la televisión oficial hoy, para contar que ha felicitado a Chávez y ha asumido su derrota. El aparato del Estado, del que forma parte el Ejército de este humilde soldado que dice ser el presidente, se ha puesto al servicio de sus intereses personales, de su afán de perpetuarse en el poder, del caudillaje sin disimulos.
Chávez no se disfraza. Sus lugartenientes, menos. Carecen de aquello que Marx, citando a Holstein, atribuyó a Simón Bolívar: el talento casi asiático para el disimulo. Su estilo de gobierno, de liderazgo, de mando, tiene poco que ver con las democracias occidentales y mucho con los redentores, los salvadores de la patria que se mueren de gusto cuando ven su rostro gigante en las vallas, y en la televisión transmiten homenajes populares. Para Chávez el pueblo es la parte del pueblo que le vota, los demás son antipatriotas, ultraderechistas y desleales. Pero no cabe negar que tiene una parroquia grande y entregada, posiblemente mayoritaria. Ése es su éxito como caudillo, pero eso no le convierte en paradigma del buen demócrata.
En España el debate político lo vivimos, seguramente, con menos vehemencia y cada vez, a juzgar por las encuestas, con mayor escepticismo. O “desafecto”, como se dice ahora, a los partidos políticos. Cada nuevo barómetro que difunde el CIS, mayor porcentaje de ciudadanos menciona a los partidos políticos en general como un problema. Ojo, los partidos en general, porque cuando se habla de partidos o políticos concretos, el porcentaje baja al 3 %. Sin llegar, por tanto, a la “convenida decadencia” del juez Pedraz, el 27 % de los encuestados dice que los partidos en general son o el primero, o el segundo o el tercer problema de nuestro país.
Si eres Monago y estás inquieto porque, a este paso, nadie va a querer ser político en España puedes verlo de esta otra manera, más tranquilizadora para ti: para el 70 % de los encuestados los partidos no son ni el primero, ni el segundo, ni el tercer problema más gordo que tenemos. El paro y la crisis económica siguen siendo las asignaturas pendientes más mencionadas. Y con pocas esperanzas de que la cosa cambie, porque, en resumen, este barómetro del CIS refleja que la situación política nos parece pésima, que económicamente estamos peor que hace un año, que calculamos que dentro de un año será igual o peor y que tenemos muy mala memoria, o mucho cuento, cuando nos preguntan a quién votamos en las últimas generales: sólo un 28 % recuerda haber votado al PP, cuando en realidad obtuvo el 44 % de los votos.
Uno de cada tres votantes de Rajoy prefiere no acordarse de lo que hizo, ha borrado aquel día de su memoria. Lo de cómo organizamos el Estado no está entre las grandes inquietudes de los ciudadanos, qué sorpresa. Pero, ya que se les pregunta, los encuestados también responden. Y dicen que casi un 40 % desearían que las autonomías tuvieran menos autonomía que ahora o que, directamente, no existieran. Uno de cada cuatro encuestados apuesta por un Estado centralizado y sin autonomías, un 14 % con autonomías pero más cortas de competencias, al 29 % le parece que está bien como está, y al 18% que debería haber más autonomía o incluso la posibilidad de declararse independiente.
Entre estos últimos está -aunque no consta que haya sido encuestado por el CIS- Artur Mas, que se ha grabado en vídeo lo de anoche en el Camp Nou para llevarlo consigo en la campaña por si su ardor independentista flaqueara. A modo de viagra.