El ébola.
El primer caso de contagio fuera de África se ha confirmado esta tarde aquí, en España. En la persona de una enfermera del hospital Carlos III de Madrid que atendió a Manuel García Viejo –fallecido de ébola hace once días— y que reside en Alcorcón. Ha sido en el hospital de esta localidad donde se han realizado los análisis -las dos pruebas- que, lamentablemente, han dado positivo.
No conocemos el nombre de esta mujer, pero lo primero es desearle a ella, y a los suyos, que el tratamiento que se le practique (el antídoto si es posible, el suero derivado de un paciente) tenga efecto, que sus sistema inmunológico le gane la carrera, el pulso, al virus y salga adelante.
Lo segundo es explicar bien en qué situación, a partir de este momento, nos encontramos. El ébola se contagia por el contacto con fluidos del paciente infectado y es más contagioso a medida que la enfermedad avanza. En los primeros días de incubación, hasta que empiezan los síntomas, el riesgo de contagio es muy bajo. Ésta es la primera esperanza a la que habremos de agarrarnos: que pese a estar contagiada ella, no se haya extendido ese contagio a ninguna otra persona.
El sobresalto que vivieron la semana pasada las autoridades sanitarias de los Estados Unidos, al detectarse un caso en Dallas, lo están sintiendo hoy las autoridades sanitarias españolas. Sobresalto que obliga a activar los protocolos médicos, a aislar por completo a esta enfermera, localizar y poner en observación a todas las personas con las que esta mujer tuvo contacto los últimos quince días y determinar el origen del contagio -confirmar si es, como parece, el misionero al que se repatrió enfermo y, en ese caso, qué fue lo que falló—. A parte de la vertiente sanitaria, médica, tendríamos una vertiente obvia de responsabilidades políticas.