Este fin de semana inicia Podemos su proceso de edificación como partido. La fragua, los cimientos, se pusieron en primavera con el estímulo de concurrir y dar la campanada en las elecciones europeas. Y la campanada, vive Dios, la dio. Tanto que con sus cinco diputados --cuarto puesto, un millón doscientos cincuenta mil votos- y sin tener presencia, aún, en ninguna otra institución, ha sido el movimiento del que más han hablado en sus reuniones internas (y del que más siguen hablando) los partidos políticos que ya había, PSOE, PP, UPyD y, más aún que ninguno de estos, Izquierda Unida.
Revulsivo ya ha sido el movimiento Podemos -ha agitado la vida interna de los demás partidos y tiene voz en el debate público de cada día-, pero ahora inicia una etapa distinta, la de constituirse en partido político, con estructura, dirección y programa -o marco ideológico- definido. O en palabras de Monedero, “la constitución ética, política y organizativa de Podemos”. Transformar una candidatura electoral, la que dio la campanada en las europeas, en un partido político. No lo llaman congreso fundacional sino encuentro presencial o asamblea ciudadana. -el lenguaje es la primera herramienta para distinguirse-.
La primera meta volante para definir cómo funciona el nuevo partido, cuánto peso le corresponde al secretario general y cómo se garantiza que no incurra en el cesarismo castrista. Y también, cual es el marco ideológico de la nueva formación y qué se hace con las municipales de mayo, si presentan candidaturas propias o, como defiende Iglesias, se acude en comunión con otras organizaciones y bajo una marca distinta. Tras el trabajo previo de siembra y de debate que ha tenido lugar en las agrupaciones --los círculos-- llega la hora de empezar a definirse habiendo hecho bandera todos estos meses, ahí está parte del reto, de no ser como los que ya hay, de romper con la tradición, o la inercia, de los partido políticos que ya tenemos en España y acreditarse como algo no sólo nuevo sino inédito. Capaz de concurrir la próxima vez a las urnas sin llevar como símbolo del partido la cara de su portavoz más mediático, el de la coleta.
A la asamblea fundacional se llega, bienvenido sea el debate, con propuestas de organización distintas: la que encarnan Iglesias, Monedero y Errejòn -los tres que más salen en la tele- y la que abandera Echenique, con las eurodiputadas Sánchez y Rodríguez. Está por ver cómo gestiona el nuevo partido la coexistencia de criterios distintos, de matices, de sensibilidades (por ponernos finos) en una formación cuyos portavoces habituales nos tienen acostumbrados a repetir milimétricamente las mismas cosas (en esto se diferencian aún poco de los otros partidos).
“Hemos venido para remoralizar la vida pública”, escribe hoy Monedero, “para democratizar los poderes y recuperar el deseo de felicidad que como pueblo nos merecemos”. La felicidad como objetivo, en la línea de los padres fundadores en Estados Unidos. Los padres fundadores de Podemos sostienen que es necesario transformar la mayoría social en una nueva mayoría política. Lo que se presenta como hecho ha de ser, por ahora, sometido a duda. Dónde y con quién está la mayoría.
¿Existe una mayoría social que demanda cambios en el sistema? Las encuestas dicen “sí”. ¿Existe una mayoría social que desea encomendar esos cambios a Podemos? Las encuestas dicen “no”. Su intención de voto crece y trata de tú a tú ya al PSOE --se ha contado que en el CIS están perplejos-- pero la suma de esto que Podemos llama “los partidos de la casa” sigue siendo superior a lo que representa el nuevo. Son encuestas, claro. La última medida objetiva que tenemos del respaldo obtenido por los partidos en las urnas es la de mayo en las europeas. Y ahí la mayoría social -casi la mitad de quienes votaron- siguió inclinándose por PP y PSOE. El futuro nunca está escrito y cada vez que se abren las urnas, cualquier resultado es posible.
Es cierto que este nacimiento es un proceso inédito en la medida que la constitución del partido suele ser previa a la presentación de la candidatura. Hoy dice Monedero que los nuevos partidos, en España, han sido siempre fruto de escisiones de otros partido que ya existían (o de proyectos nuevos de líderes procedentes de formaciones ya consolidados, por ejemplo UPyD). Así ha sido, en efecto, casi siempre. Hay una excepción: Ciudadanos. Surgido de una plataforma ciudadana y surgido de la intelectualidad: profesores de universidad, escritores, periodistas.
Sin líder procedente de otro partido. En julio de 2006 se procedió a fundar el partido, decidir su estructura y sus principios. No tenía claro en aquel momento si presentarse o no a la municipales del año siguiente (Podemos está ahora en ese debate) y acabó optando porque se presentaran listas donde las agrupaciones locales lo vieran oportuno. Y sus candidatos fueron gentes sin experiencia política previa, personas que sin haber hecho carrera en la partitocracia entendían que la política es cosa de todos. Ex novo, de cero y desde el principio, como dice hoy Monedero de Podemos. En las autonómicas de 2006 nadie daba un duro por ellos.
La izquierda los veía como un PP encubierto. El PP, como una derivación académica de la izquierda. Sacaron tres escaños. Hoy tienen nueve y las encuestas les sitúan por delante de populares y de socialistas. Habiendo hecho política, hasta ahora, sólo en la comunidad catalana obtuvo en las europeas medio millón de votos, la mitad que Unión Progreso y Democracia, el partido con el que tiene abierto el diálogo para una posible alianza electoral, diálogo más aparente que sólido porque en la dirección de UPyD hay pocas ganas. Abogó por esa alianza quien hoy ha anunciado su renuncia al escaño europeo y su salida del partido, Francisco Sosa Wagner.
Unión Progreso y Democracia está en crisis. No cabe llamar de otra manera a la situación que atraviesa un partido que, tres meses después de constituirse el Parlamento Europeo, aparta a su portavoz y cabeza de lista. Mal asunto cuando un eurodiputado elegido (primero por los militantes de su partido como candidato, después por los votantes como parlamentario) dice que abandona el puesto “para recuperar libertad”. La pésima relación que en los últimos meses arrastraba Sosa Wagner con la dirección terminó en ausencia de relación y memorial de agravios mutuos. Ayer la dirección le relevó como jefe de su grupo europeo y hoy Sosa Wagner se ha apeado del todo.
Más allá de las causas concretas del agrio desencuentro, se plantea un debate que afecta a la categoría: si al cabeza de lista lo elige la militancia del partido en urnas, ¿su relevo no habría de decirse por el mismo método? Si a quien la militancia escoge como cabeza de lista puede degradarle luego la dirección, ¿qué valor tiene la decisión de los militantes? ¿Quién es, en este caso, el sujeto soberano?