Dos días seguidos con datos buenos nos sitúan ante el terrible riesgo de...acostumbrarnos. Ayer fue la euforia por la subida que se marcó el Ibex al rebufo del dribling que Obama le ha hecho al abismo fiscal, hoy ha sido la satisfacción de saber que en diciembre unos cuantos miles de españoles dejaron de estar en el paro: apenas por unas semanas, es verdad ---probablemente los contratos temporales de diciembre dejarán de existir a mediados de enero--- pero al menos han terminado el año fuera de esa lista kilométrica 59.000 ciudadanos. ¿Y el dato desestacionalizado, también baja? Pues esta vez, también: quitando el efecto estacional salen 41.000 parados menos.
Bien está que así sea y ojalá siga. Ojalá siguiera. Pero aquí es donde empiezan los matices. Es un buen dato, “pero”... Qué puñeteros son los “peros”. O los “pero, sin embargo”, que es la versión redundante de lo mismo. Es un buen dato, muy bueno, de hecho, si se compara con todos los meses de diciembre pasados, pero ni compensa, obvio, el conjunto de un año que volvió a ser pésimo para el empleo (425.000 parados más de enero a diciembre) ni sirve para demostrar que esté cambiando el signo de los tiempos, eso que llamamos “la tendencia”. No sirve ni para demostrar que esté cambiando ni para demostrar que no lo esté haciendo. Simplemente es un dato individual en una serie que sólo adquiere sentido, en esto de las tendencias, cuando se contempla en su contexto, los datos anteriores y los datos posteriores, que son, ¿verdad?, los que no conocemos. Todo lo que cabe decir, científicamente, es que no se sabe si esto es el comienzo de una curva descendente o la excepción que acabará confirmando que sigue subiendo. Igual dentro de un año, con la perspectiva que tendremos entonces, es posible hacer estas afirmaciones que con tanta alegría, y tanto desdén por el rigor intelectual, se han lanzado a hacer hoy tanto aquellos que ya ven tierra firme (en cabeza de este grupo de entusiastas, por supuesto, el gobierno) como aquellos que dan por hecho que en enero llegará el tío Paco con las rebajas. El gobierno aprovecha el clima, y el espíritu positivo de las navidades que aún duran, para identificar estos dos días buenos que llevamos con el cambio que estábamos esperando en la maltrecha salud de nuestra economía.
“Los sacrificios ya están dando resultados”, dijo hoy el Partido Popular. Pronto empezamos. “Algo se mueve en las entrañas de la sociedad”, dijo Montoro, aludiendo a lo que él entiende que son contracciones positivas, no a que a la sociedad se le estén revolviendo las tripas, que eso sería cierto pero no nuevo. Todos los indicios juegan, es verdad, en contra de la idea de que ha empezado un cambio en el mercado laboral: la actividad económica del país sigue estancada (o menguando), las contrataciones han sido en su mayoría temporales y cabe pensar que hay que contratar en Navidad más empleados interinos en los comercios porque cada vez hay menos contratados fijos en esos mismos comercios. Es decir, que tras la campaña navideña vendrá la descampaña. Dices: hombre, no seamos tan aguafiestas. No, si no se trata de aguar. Se trata de que aún no estamos para fiestas. El principal “pero...” de los datos de diciembre no es la temporalidad de los contratos, sino la caída de las afiliaciones a la Seguridad Social. Que, en el total del año, ofrece un panorama bien poco estimulante: han dejado de cotizar casi ochocientas mil personas. Ahora mismo somos dieciseis millones de trabajadores cotizando, cinco millones de parados (casi seis según la EPA) y ocho millones de pensionistas. Ésta es la cuenta que más preocupa. La proporción entre los cotizantes y los pensionistas. Que no deja de menguar. De la cotización, como sabemos, es de donde sale el dinero de las pensiones. No es que el pensionista reciba aquello que él fue cotizando mientras trabajó (ésa es una idea intuitiva pero incorrecta), son las cotizaciones de hoy el dinero que, a su vez, reciben los pensionistas, así es como está reglado. Eso significa que cuantos menos ciudadanos paguen la cuota y más cobren pensión, más se descuadran las cuentas. Que en 2012 haya habido que recurrir al fondo de reserva (el colchón de las pensiones) es la primera consecuencia de ese descuadre, pero el problema es que no es la última. De mantenerse la tendencia (ahí sí que hay una tendencia clara y preocupante) el sistema se gripa porque entra menos dinero procedente de las nóminas del que tiene que salir para ingresarlo en la cartilla de los pensionistas.
Dices: pues menos mal que eran buenos los datos de diciembre. Es lo que tienen los “peros”, que ahora vuelves a escuchar a Montoro hablando del movimiento ése que él ya percibe en las entrañas de la sociedad española y no puedes evitar pensar que igual son gases. Reconociéndole al gobierno, eso sí, el esfuerzo creativo que viene haciendo (encomiable) por emular a la hoy ausente Elena Salgado pero disimulando, es decir, por encontrar metáforas e imágenes sustitutas de los célebres brotes verdes con los que tanta chanza hizo, en su día, la oposición que ahora es gobierno. Lo de los brotes verdes no se le ha ocurrido decirlo aún a ningún ministro porque son conscientes del choteo generalizado que traería consigo (se muerden la lengua cada vez que sufren la tentación de decirlo) pero están a un paso de olvidar la prevención y caer en el charco.
Brotes verdes está prohibido decirlo, pero el mensaje que encerraba aquella metáfora vegetal de la ministra lo lleva deslizando el gobierno desde hace semanas con palabras distintas. Hasta ahora había hablado de “signos positivos”, de “indicios esperanzadores”, de “ver la luz”, pero hasta ahora no habría echado mano de esto tan rabiosamente anatómico de las “entrañas” en movimiento. Muy en las entrañas, en efecto, deben de estar esos movimientos, muy en la parte más íntima, más oculta, más escondida de la sociedad española, para que sea tan difícil de percibir, a simple vista, ese cambio. Tanto que es el propio gobierno el que tiene previsto un primer trimestre de año con la economía menguando y la tasa de paro incrementándose. En la antigua Roma, el arúspice examinaba las entrañas de sus víctimas para hacer presagios. No digas más. Cristóbal Arúspice Montoro.