¿Se acuerdan de la película? Zélig, el camaleón. Un falso documental que narraba la increíble historia del hombre que se mimetizaba con aquel con quien tuviera a su lado. El fenómeno que intrigaba a los médicos de su época.
Si se juntaba con un hombre obeso, a Zélig le salía barriga. Se sentaba al lado de un psiquiatra, y empezaba a hablar de Freud. Con gran convicción. Se juntaba con dos negros, y se volvía negro. Se juntaba con un chino y se ponía amarillo. Se juntaba con una gallina y le salía cresta-
El tipo que se confundía con el paisaje. ¿Cuántos de los ochenta y cinco diputados del grupo parlamentario socialista podrían llamarse Leonard Zélig?
Cuando estaban a la vera de Sánchez, eran todos altos, aficionados al baloncesto, del Estudiantes, citaban a Cervantes, decían "sí, señorías, sí"… y, sobre todo, decían "no, señor Rajoy, no".
Pero ahora que se juntan con Javier Fernández, hablan pausadamente, aman todos la sidra, odian que se simplifiquen los problemas complejos y ven bien abstenerse para que no haya elecciones.
Durante meses fueron todos Sánchez. En cuatro días se han vuelto todos Fernández. Casi todos. Iceta se resiste. ¡Aguanta y líbranos de Rajoy!
Y del PP, ahí estamos. Del único del que Javier Fernández no se libra es del apasionado Iceta. Ni Iceta va a librarse de la presión de los barones que le ven sobreactuado.
A cuatro días de la secuela de aquel comité federal que dejó Ferraz perdida de sangre, la misión evangelizadora de los doce apóstoles susanistas ha obrado el milagro: el crujir de dientes que se anunciaba en el grupo parlamentario socialista —los rebeldes que amagaban con hacerle una peineta al comité y proclamar a pulmón lleno su "no" a la investidura mariana ha quedado, de pronto, sofocado. Acudió el pope Javier Fernández a predicar la abstención a sus diputados y senadores —dijo abstención, sí, varias veces, la palabra ya no le quema la lengua— y no hubo ni atisbo de bronca interna. Bien al contrario. La mayoría de los que intervinieron luego lo hizo para decir primero "amén" y luego "hágase". Sólo tres de diecisiete intervenciones fueron de inspiración pedrista, "no es no", por coherencia, por la militancia y porque está esperándonos Pablo Iglesias con el hacha.
Esto también lo vio venir Fernández. Le hizo un spoiler al discurso que habrá de pronunciar el líder de Podemos, ora en el Parlamento ora en la calle. Si nos casamos con Podemos somos cambio, si nos abstenemos somos casta. Cuando se lo propone, y como Iglesias, Javier Fernández también rapea.
La tentación de ignorar al comité federal y votar cada uno lo que le venga en gana la han apartado pronto de sus planes algunos pedristas significados. Los que aún quedan. Le preguntaron a Adriana Lastra, fidelísima sanchista, y dijo que a ella jamás se le ocurriría romper la disciplina de voto. En qué cabeza cabe, oiga. Le preguntaron a César Luena, el rasputín caído que siempre sonríe, y dijo que acatará lo que diga el comité no por disciplina, oiga, sino por democracia. En el libro de instrucciones de un secretario de organización (y Luena lo ha sido) figura un capítulo entero dedicado a argumentar por qué da igual lo que piense un diputado: su tarea, como buen peón, es replicar en el Congreso lo que el aparato de su partido le ordene. Todo lo más que añadió, en un ejercicio de contorsionismo verbal apreciable, es esto de que la decisión de comité será legítima pero deslegitimada.
Que es la manera de decir que él lleva a los afiliados consigo —en el corazón, y a todas partes— pero que hará suya la decisión deslegitimada absteniéndose —bendita sea la militancia— en la investidura mariana.
¿Y entonces qué? ¿Y su jefe qué?
Diputados que anuncien que votarán "no" pase lo que pase el domingo en Ferraz sólo consta que estén los del PSC. Que son pocos y con más historial de votar distinto. La advertencia susánica de reclamar el acta al diputado que se le subleve parece que ha resultado más efectiva de lo que la mayoría pensaba.
¿Y Sánchez qué? Acatará, como su Sancho Luena, lo que salga de la democrática votación interna del domingo o consumará el martirio proclamando desde su escaño la negativa.