De momento, los dos bandos del PSOE —el que lleva las de ganar, los críticos de advocación susanista, y el que tiene las de perder, el pedrismo— se han enredado en la guerra psicológica. La guerra de legitimidades. Duelo verbal de subalternos, Pradas-Luena. Un capítulo menor en este serial de largo alcance que se llama Desmontando a Pedro.
Puede que el nuevo susanismo no haya tomado aún el poder. Pero Sánchez ya lo ha perdido. Él se sigue viendo a sí mismo como el paladín de la militancia. Las bases. La democracia. Sánchez en el Álamo. En Masada. Pero el epitafio que le están escribiendo quienes tienen las de ganar dice otra cosa: dice "engaño" (ahí está Felipe), división, derrota, traición a su partido. El " no es no" que Sánchez convirtió en lema de su casa pretenden que sea recordado cómo caricatura de su insolvencia. El líder que ebrio de militancia y de vértigo podémico que llevó al partido al borde del abismo y hubo de ser ajusticiado para salvar las siglas. El relato de los vencedores está en marcha.
Cuando se huele la derrota del que estaba, el personal se aparta.
Cuando se huele la victoria del que está por venir, le brotan los partidarios de debajo de las piedras. Viran las alianzas y se cambia de caballo al calor de la expectativa, la confianza de que tu apoyo de última hora aún tenga recompensa. A Susana, sin haberse aún postulado abiertamente, ya le está surgiendo una legión de tribunos, dentro y fuera del partido, deseosos de enarbolar su bandera.
Los contraSánchez se organizan para reunir la comisión de garantías y poner en marcha la gestora. Los proSánchez sostienen que la Ejecutiva, aun reducida a su mínima expresión, sigue estando operativa y es ella la que aún dirige el funcionamiento del partido. Éste fue el cruce de declaraciones —poco relevante— que dio anoche la impresión de que el partido se bloquea.
Lo relevante no es esto. Lo relevante es que el sector crítico ha ido ganando partidarios y ha matado a César. (A César Sánchez, no Luena). En la más favorable de las interpretaciones para él, es un secretario general en funciones y sin respaldo para tomar decisiones políticas de trascendencia. Sin autoridad para dar instrucciones a su grupo parlamentario. Luena y él puede seguir yendo a sus despachos porque tienen las llaves de Ferraz tampoco es plan de que los coroneles envíen a los bomberos a ejecutar el desahucio, pero ambos saben que desde hace doce horas sus cargos de secretario general y secretario de organización del partido son apenas testimoniales. Dan para seguir usando la tarjeta de visita y el papel timbrado, pero no dan para marcar el rumbo del partido que hasta ahora han dirigido.
Lo de ahora es sólo una fase. Gestora o no gestora. La fecha para hacer un congreso, la fecha, que es el objeto último de esta pelea. Es una fase que pronto o tarde, termina. Aquí hay dos bandos. Uno de ellos va a ganar la guerra y el otro bando va a perderla —ése pronóstico es fácil hacerlo—. Lo que cuesta más pronosticar es qué efecto último tendrá esta guerra civil en las federaciones regionales, en las sedes locales, en los grupos parlamentarios que tiene este partido en los parlamentos autonómicos y en las Cortes españolas.
Ambos bandos piden tranquilidad a la militancia. Aunque dan muestras de un estado de tensión nunca antes visto. Piden tranquilidad a la militancia. Que más que nervios lo que debe de estar sufriendo estos días es desolación y bochorno.
Hasta en el lapsus que sufrió Luena —-militares en lugar de militantes— se percibe el clima de asonada del que dicen ser víctimas en Ferraz. Otro miembro de esa dirección lo dijo ayer por la mañana en otros términos: los tanques están en la calle, o el golpe triunfa o es abortado.
Este relato de Luena es correcto: hay dirigentes que han instigado las dimisiones para neutralizar a la dirección federal sin aclarar qué quieren hacer luego. Y sin líder visible de la revuelta. Pero…como él mismo también dijo, "es un golpe sujeto a las normas del partido". Han recurrido al instrumento que tenían a mano para abortar lo que ellos entienden que era otro golpe, el de Sánchez convocando un congreso en diciembre previo plebisicito sobre el secretario general, mezclando la investidura de presidente con la batalla de poder en el partido.
La historia de los partidos, como casi todas las historias, la escriben los vencedores. Un golpista deja de serlo cuando el golpe triunfa. Pasa a ser un libertador en los romanceros populares. El gobernante destronado se convierte en un usurpador, un enemigo del pueblo al que hubo que apartar por el bien de todos. Al líder carismático se le desmonta el carisma y lo que antes eran sus virtudes se convierten en sus peores vicios.
A los barones crípticos no les gusta que se les llame crípticos. Creen que están siendo de una claridad encomiable. Pero a esta hora aún no hay cabeza visible. Del nuevo proyecto que impulsan para un partido que habrá de sortear dos riesgos:
• La irrelevancia electoral.
• Y la atomización en grupúsculos peleados entre ellos.
Lo más parecido a un partido partido en dos son dos partidos.