La odiada institutriz. Cruela de Berlín, la fría Angela. A comienzos de este año aún era frecuente leer (y escuchar) en los medios españoles que sólo su caída y un cambio de signo político en Alemania nos salvaría de morir de austeridad, sólo la defenestración de la canciller salvaría la Unión Europea. Quienes sostenían aquello debieran estar hoy dándonos por muertos. Defenestrados, visto así, nosotros, por abrumador deseo de quienes, en Alemania, han votado a la señora.
Hoy da un poco de apuro recordarlo, pero hasta antes del verano no era extraño encontrar en los medios españoles -también en éste- reflexiones sobre lo cuestionada que empezara a estar la canciller en casa. No sólo en el resto de Europa -que eso, por supuesto- sino entre los alemanes que, se decía, discrepaban de su doctrina de austeridad a toda costa, recelaban de su bondadosa visión de los minijobs y empezaban a verle las orejas al lobo porque su economía renqueaba.
“La sociedad le está dando la espalda”, se decía, “economistas, empresarios, sindicatos piden un cambio de rumbo”. Se acuñó aquello de que todos los gobiernos europeos caían en las elecciones como consecuencia de la crisis: “no se salva nadie”, se decía, olvidando intencionada o negligentemente que Merkel ya había revalidado el cargo en 2009, año pésimo para la economía europea.
Se puso de moda la tontería aquella de evocar las dos guerras mundiales como antecedentes del afán alemán por dominar Europa; si Merkel se oponía a los eurobonos era porque aspiraba a absorbernos a todos en plan Sudetes.¡Estos alemanes, siempre invadiéndonos! Hoy parecen ridículas las alusiones al Tercer Reich que tanto alimentaron la germanofobia en los países del sur de Europa; solo que ridículas ya lo eran entonces, pero a muchos comentaristas no debía de parecérselo: a diario las usaban como si estuvieran diciendo algo serio.
Apelaban a la psicología de los alemanes -nada menos- para explicar que esta obsesión suya por imponer a los demás sus esquemas cuadriculados les llevaba a aborrecer el estilo de vida sureño y a hacer cosas tan censurables como exigir saneamiento financiero a a Grecia, a Portugal, a España, antes de rescatar a los unos o avalarnos a los otros. Su único deseo era crujirnos y aprovecharnos de nosotros. Y a quien sugería la pertinencia de explicar también las razones de Alemania para resistirse a este “todos nos hacemos cargo de los problemas de todos” se les miraba con cara rara porque no hay necesidad alguna de entender las razones del prójimo pudiendo caricaturizarle con el brazo en alto y la esvástica.
Hoy parecen ridículas tantas cosas como se dijeron en aquellas oleadas de opinión mediática que convertían a los alemanes en un peligro público. Resultó que la canciller no estaba tan cuestionada como decían las encuestas de 2012 y que, a la vuelta del verano, se constató que, en ausencia de liderazgo alternativo más sólido que el suyo, seguiría gobernando. Lo que hasta anoche no se constató es hasta qué punto saca ventaja a los otros aspirantes. La señora seca y sin carisma con aspecto de seño severa que nunca hizo grandes discursos ni planteó iniciativas que revolucionaran el mundo...arrolló.
Hay que admitir los hechos. No es sólo que esta mujer, a diferencia de sus colegas europeos, siga en el gobierno a pesar de la recesión, es que cada vez que se ha presentado a las elecciones ha obtenido más escaños. Lejos de desgastarse ella, ha desgastado a sus rivales e incluso a sus socios de gobierno: de eso también hay pocos precedentes. Caben pocas dudas de que ha sintonizado con el sentir mayoritario de la sociedad alemana y se ha asentado como dirigente creíble. Hubo un tiempo en que a todo lo que hacía o decía Merkel había que añadirle, en los análisis españoles, la coletilla de que tenía elecciones en septiembre.
Ésa era la clave para entender que hiciera cosas que al resto de Europa, aparentemente, le parecían inconcebibles. Ya se sabe cómo son estos alemanes, ¿verdad? Aquello que se exigía en España, o en Grecia, o en Italia -que el gobierno fuera receptivo a las demandas de sus gobernados- se mencionaba, para Alemania, como el más bastardo de los intereses: es que tiene elecciones en septiembre, no esperéis nada bueno de ella. Le imputaban como un pecado mortal velar por sus intereses nacionales los mismos que luego sacaban pecho, en sus naciones, al grito de “soy soberano para decidir yo cuánto déficit tengo”.
Ahora que la duda ya está despejada -los alemanes, casi por mayoría absoluta, bendicen la gestión y el planteamiento de Europa que ha hecho su canciller- se abre el debate sobre qué va a pasar, a partir de hoy, en esa Europa. En la Unión Europea que aparcó el debate sobre por dónde hay que ir hasta que se despejara el panorama político en Alemania. Había empezado un cierto giro, un cambio de doctrina que venía a admitir los efectos adversos de la austeridad a toda costa, de la entronización del déficit como indicador hegemónico al que todo lo demás se sometía.
Merkel había dado signos de estar también, aun sin proclamarlo abiertamente, por ese giro. Ésta es la parte que más nos afecta, y por ahí apuntan PP y PSOE cuando dicen confiar en que esta solidez parlamentaria que ha alcanzado la señora -que tampoco parece que a ninguno de los les haya entusiasmado- contribuya a que Alemania dé solidez a la Unión Europea, o traducido, que ahora que ya no está tan pendiente de las urnas pueda abrir más la mano a las políticas expansivas (la inversión pública como motor de actividad económica y creación de empleo aun a costa de un mayor endeudamiento y más déficit público).
Si va por ese camino, la Europa del Sur le hará la ola e incluso le descolgará la etiqueta de Angela-dinamitera. Amada, por aquí abajo, no parece que llegue a serlo nunca. Si acaso, temida; si acaso, envidiada, pero nunca venerada. A lo más que puede aspirar la victoriosa canciller, ahora que ha hecho una pedorreta a todos los que alguna vez la vieron fracasada es a que dejen de caricaturizarla con bigotito y brazo en alto, la Merkel hitleriana que quiere dejarnos en los huesos para anexionarnos, hambrientos, al cuarto Reich. No es que en España se digan más majaderías que en otros países, es sólo que aquí se repiten más porque somos más dados a hacer tertulia.