UN PODCAST DE DANIEL RAMÍREZ GARCÍA-MINA

Centenarios capítulo 8: Antonio Prieto

A principios de los años cincuenta Antonio Prieto era un estudiante de Medicina que soñaba con ser escritor. A mitad de los años cincuenta, en 1955, cumplió su sueño al ganar el Premio Planeta con su primera novela y con tan sólo 25 años.

ondacero.es

Madrid | 02.11.2021 07:19

Estamos en Madrid. Años cincuenta. Se muere la tarde en la cafetería Michigan. Barrio de Argüelles. Antonio Prieto es un estudiante de Medicina que no quiere ser médico. Antonio sueña con ser escritor. Por eso, como cada día, coloca sus cuartillas en una mesa de mármol y se pone a escribir su novela. Desde aquel Madrid hambriento y gris, Antonio se transporta a la selva amazónica y dibuja un thriller de contrabandistas. Enfrente, en otra silla, está Pilar, su novia, que estudia para ser filóloga. Esta escena va a repetirse, cada jornada, durante cuatro años.

Los novios de la cafetería Michigan

Miguel, el camarero de la cafetería Michigan, se hace amigo de Antonio y Pilar. Les sirve un café con leche muy generoso. Como los novios apenas tienen dinero, deciden compartirlo. Y aquello se convierte en un ritual. Antonio y Pilar, Pilar y Antonio, son los novios de la cafetería Michigan que comparten su taza de café todas las tardes. Ahorran, ahuyentan el frío y escriben. Escriben todo el tiempo. Él su libro, ella sus apuntes de filología.

La novela de Antonio se va a titular “Tres pisadas de hombre”. Ha visto en el periódico la convocatoria del Premio Planeta, un galardón reciente, que se ha creado tres años antes, en 1952. Mecanografía sus folios, los mete en un sobre y los envía. Lo hace convencido de que lo que ha escrito vale la pena, pero sin demasiadas expectativas.

Por sorpresa, Antonio Prieto, un chaval de 25 años, ha ganado el Planeta con su primera novela. Por fin encuentra una razón para dejar la medicina

Por ahí anda César González-Ruano diciendo que, en España, “los premios se dan a los amigos”. Pero, sorpresa, Antonio Prieto, nacido en Águilas, Murcia, en 1929, es el ganador. Sí, un chaval de 25 años ha ganado el Planeta con su primera novela. Por fin encuentra una razón para dejar la medicina.

Pilar y Antonio han construido una de las mejores bibliotecas de la ciudad

Todos los ganadores del Planeta hasta 1980 han muerto, salvo Antonio Prieto y Marcos Aguinis, un escritor argentino. Cuando entorna los ojos, Prieto puede vislumbrar sus 25 años, la cafetería Michigan, las tertulias y el Madrid de los escritores.

Estamos en su casa a las afueras de la capital. Pilar y él, durante toda una vida, han construido una de las mejores bibliotecas de la ciudad. Los dos son catedráticos de Literatura. Las paredes están llenas de primeras ediciones de Lope de Vega, Tirso de Molina, Gustavo Adolfo Bécquer y un sinfín de autores más.

Antonio, que apenas puede caminar a sus 92 años, no sube ya a la gran biblioteca, en el piso de arriba. Por eso, Pilar le ha montado una biblioteca aparte, para él, en su despacho, con una selección de los libros que más compañía le han hecho a lo largo de su vida. Es aquí donde hacemos la entrevista.

Biblioteca de la casa de Pilar y Antonio
Biblioteca de la casa de Pilar y Antonio | Daniel Ramírez García-Mina

Pero volvamos a aquel Madrid de los cincuenta. El premio Planeta de aquel entonces no era lo que es hoy. Antonio y Pilar siguieron compartiendo su café; participaban en las tertulias de los grandes escritores, como Gerardo Diego o José Hierro que, apiadados de su humilde merienda, les invitaban a un cruasán.

Antonio, Pilar y sus amigos no habían cumplido los treinta. Tenían una edad para hacer revoluciones. En las tertulias de los jóvenes, se hablaba de las novelas norteamericanas y se dejaba de lado las de los grandes escritores españoles. Antonio estaba fascinado por William Faulkner. Quizá por eso, ambientó su primer libro en Sudamérica, y no en Madrid.

Hablaban siempre sobre libros. Eran discusiones apasionadas. Es difícil olvidar a un buen escritor, pero es imposible olvidar a un buen contertulio. Antonio se acuerda de Andrés Morris, un amigo suyo abogado que, acostumbrado a los juicios, tenía facilidad de palabra para imponer sus argumentos.

El escritor, el bibliófilo, ama y supervisa su biblioteca hasta el fin de sus días

Antonio se fatiga cuando mantiene conversaciones largas. Por eso mide muy bien sus palabras. Como si se tratara de un libro, hace sus descripciones con un par de disparos. Por ejemplo, a Pío Baroja lo recuerda en la Cuesta de Moyano, junto al parque de El Retiro, donde precisamente Claudio Moyano, vendedor de libros de segunda mano, organizaba una tertulia en torno a su caseta.

Antonio acudía porque aquellos libros salían más baratos. Y Don Pío, porque le gustaba husmear y, después, pasear por el parque. Antonio recuerda a Baroja como un anciano con mucho genio interior, pero afable en la conversación, cercano y accesible a los jóvenes. Le dio un consejo: “Lo mejor para aprender a escribir es… escribir. Adquirir la práctica de la escritura”. La disciplina.

De Azorín, que también iba por allí, cuenta Antonio que era más altivo; no resultaba fácil hablar con él. Serio, de pocas palabras. Antonio recuerda al mítico escritor como un bibliófilo empedernido, que acudía a la Cuesta de Moyano obsesionado con su biblioteca. Le ocurría entonces a Azorín y le ocurre hoy a Antonio. El escritor, el bibliófilo, ama y supervisa su biblioteca hasta el fin de sus días, incluso a sabiendas de que no se podrá llevar nada al otro lado.

Vista de la biblioteca de Antonio y Pilar
Vista de la biblioteca de Antonio y Pilar | Daniel Ramírez García-Mina

Uno de los novelistas más prolíficos del país

Antonio consiguió uno de sus primeros trabajos en Planeta. “¡Por haber ganado el premio!”, pensarán ustedes. Pues no. Fíjense: un día, José Manuel Lara, el editor, y su mujer, invitaron al joven Antonio a comer. Antonio y Pilar, que casi siempre comían de bocadillo, no estaban acostumbrados al plato y los manteles de alto copete. Pero Antonio había sido alumno interno y le habían enseñado a coger los cubiertos.

Cuando trajeron la merluza, María Teresa, la mujer de Lara, quedó fascinada con que aquel chaval tan humilde mostrara destreza en el protocolo. Se lo hizo saber a José Manuel y lo contrataron para la editorial.

A partir de ahí, más desahogado económicamente y con una carrera universitaria brillante, Antonio Prieto se convirtió en uno de los novelistas más prolíficos del país. Llegó a publicar trece novelas en quince años. Al mismo tiempo, se descubrió como uno de los mejores estudiosos en literatura renacentista italiana. Allí vivió y compró muchos libros. Ahora acaban de traducir a esta lengua su novela “El ciego de Quíos”.

El primer recuerdo de su infancia es un asno pequeñito

Pero, ¿quién es Antonio Prieto? ¿Cómo fue el niño que acabó convertido en escritor? ¿Dónde nació su vocación? El primer recuerdo de su infancia es el de un asno pequeñito, un pollino. Cuenta que unos gitanos se lo regalaron a su padre, que era médico. A los médicos de entonces, como en muchas ocasiones no se les pagaba, se les regalaban cosas continuamente.

La madre de Antonio, pianista, profesora de música, quedó escandalizada con el pollino… y lo ató a una verja. La primera imagen de infancia de Antonio es la de sí mismo acercándose a la verja para darle de comer al pollino.

El padre de Antonio murió en un accidente de tráfico justo antes de que empezara la guerra civil. Antes de la entrevista, el escritor ha estado leyendo la noticia de la muerte de su padre en unos periódicos viejos. Se estudió la posibilidad, me cuenta, de hacerle una trepanación. Pero ni por esas. No hubo manera de salvarlo.

El amor siempre permanece. Todavía hoy, más de ochenta años después, puede ver la cara de Elisa, su primera novia

En contra de lo que pudiera pensarse desde el presente, Antonio fue muy feliz durante la guerra. No tiene recuerdos oscuros, sino todo lo contrario. Era un niño de siete años que, al no tener padre, disfrutaba de más libertad para jugar. Además, cuenta que su madre lo mimaba mucho. ¡Y no sólo eso! En la guerra, con esos siete años que calzaba, se echó su primera novia. Todavía la recuerda. Se llamaba Elisa y era muy guapa. Tenía un año más que él.

La relación duró poco. El hermano y el padre de Elisa no querían que la niña tuviera novio. Una vez, sorprendieron a la pareja escondida en un portal. Ahí se acabó todo. Pero el amor, que es uno de los temas predilectos en las novelas de Antonio Prieto, siempre permanece. Todavía hoy, más de ochenta años después, puede ver la cara de Elisa.

Parte de la biblioteca de Antonio y Pilar
Parte de la biblioteca de Antonio y Pilar | Daniel Ramírez García-Mina

Descubrir el poder de un libro fue como descubrir América

Antonio y su madre dejaron Águilas y se mudaron a Almería para estar más arropados por la familia. Allí leyó el niño su primer libro. Una edición encuadernada en rojo de “Los tres mosqueteros”, de Alejandro Dumas. Se hizo con ella en una librería llamada “El arca de Noé”. Para Antonio, como cualquier amante de la lectura, descubrir el poder de un libro fue como descubrir América. Su vida ya no sería la misma. Aquel instante aparentemente inofensivo le obligó a una existencia de abnegada escritura.

Antonio suele decirle a Pilar lo que le dice a su amada el protagonista de su novela 'Dolabella': "Te quiero más que al amor"

Dicen que el amor, muchas veces, nace de la admiración. Así ocurrió en el caso de Antonio. Conoció a Pilar en la universidad. Estudiando Filología. Pilar escribía los apuntes más preciados. Era la que más sabía de la clase y la que más respondía a los profesores. Antonio se acercó a ella guiado por una mezcla de amor y supervivencia. Le gustaba mucho ella… y le gustaban mucho sus apuntes.

Antonio, él ya rebasados los noventa y con ella a punto de cumplirlos, suele decirle a Pilar lo que le dice a su amada el protagonista de su novela 'Dolabella': “Te quiero más que al amor”.

Antonio, con mucha ironía, asegura que las relaciones largas son muy cómodas para un escritor. Señala todas las estanterías de la habitación y me dice: “¿Te imaginas tener que estar moviendo todo esto de casa en casa?”.

Paco Umbralquería mucho a Pilar, la mujer de Antonio.La llamaba “madrina” y la saludaba siempre con un beso en la frente. Antonio tuvo suerte porque Umbral daba otros besos a muchas mujeres. Me lo contó España Suárez, su viuda, en su casa de Majadahonda. Me dijo que aquel mundo de escritores estaba lleno de queridas. Antonio lo confirma, aunque él no estuviera en el ajo.

La magia de la literatura. El hechizo que ha practicado toda su vida. El conjuro que le ha librado de la muerte

Antonio Prieto sigue escribiendo. A mano, igual que aquellos días de 1950 en la cafetería Michigan. Prueba de ello son sus últimos libros, publicados en la última década por la editorial Renacimiento.

Antes de irme, le pregunto a Antonio cómo le gustaría que fuera su último día en la tierra. Le gustaría un día largo, con tiempo para charlar, quizá con un joven como yo. Juntos, dice, podríamos ir viendo los libros de la biblioteca. Nos daríamos cuenta, me explica, de que Petrarca, tantos siglos después, sigue vivo.Petrarca sigue siendo un hombre locamente enamorado. Esa es la magia de la literatura. El hechizo que él ha practicado toda su vida. El conjuro que le ha librado de la muerte.