UN PODCAST DE DANIEL RAMÍREZ GARCÍA MINA

Centenarios capítulo 7: Tarsicio de Azcona

En un convento del siglo XVI, a orillas del río y con las campanas sonando, conocemos al padre Tarsicio de Azcona, un hombre que entró con once años en un seminario y casi noventa años después, sigue vistiendo el hábito marrón oscuro anudado con una cuerda blanca en la cintura.

ondacero.es

Madrid | 24.09.2021 14:00 (Publicado 24.09.2021 13:57)

Tarsicio de Azcona es el nombre de un soldado. O el de un sacerdote capuchino que ha defendido su vocación con la constancia y el sacrificio de los ejércitos medievales. Nos vimos, precisamente, en un convento del siglo XVI. Con sus paredes de piedra y sus libros viejos. A orillas del río y con las campanas sonando. El padre Tarsicio, a sus 98 años,y yo, con apenas treinta; éramos dos chavalillos al lado de aquellas piedras milenarias.

Se llama Jesús Morrás, pero ese nombre quedó disuelto en los techos altos del seminario. No aparece siquiera en la portada de sus libros. Porque el padre Tarsicio de Azcona es también un prestigioso historiador, autor de una de las mejores biografías de Isabel La Católica.

Antes de preguntarle yo, arrancó él. Los sacerdotes, en la casa de Dios, empiezan las eucaristías como quieren. En el principio, era el verbo. Y este es el verbo del padre Tarsicio.

Entró en un seminario con once años. Casi noventa años después, sigue vistiendo ese hábito marrón oscuro, con la cuerda blanca en la cintura

Tarsicio de Azcona creció en el campo. En el verde más salvaje. Allí prosperan los refranes y las fábulas igual que las flores en primavera. Esta es la escalera de la vida, según Tarsicio de Azcona. Lo escuchó, como se escuchan las grandes historias, en boca de otro campesino.

Esta sección también es el paraíso de los caminos extinguidos, de las maneras de vivir que corren el riesgo de acabarse con nuestros protagonistas. Tarsicio de Azcona entró en un seminario con once años. Casi noventa años después, sigue vistiendo ese hábito marrón oscuro, con la cuerda blanca en la cintura. Parece una novela, un libro de historia. ¿Volverá a suceder?

De familia humilde y campesina, pero no mendiga

Pero antes que nada, ¿por qué Tarsicio de Azcona? Ya verán, la comparación con los soldados no era tan sólo una metáfora.

La celda de Tarsicio en el monasterio está llena de legajos y libros. Cubren toda la pared, como si fuera una enredadera. Jesús Morrás, así lo bautizaron, nació el 24 de diciembre de 1923 en Azcona, un pueblecito del valle de Yerri, en Navarra. Su familia, cuenta él mismo, era humilde y campesina, pero no mendiga.

El padre Tarsicio es el último con vida de los cinco hermanos. Sus padres montaron una especie de ultramarinos en otra casa del pueblo. Pero la suya, en la que vivió de niño, la patria de sus mejores recuerdos, era esta.

Aquella niñez no volverá. Nunca jamás habrá niños en el suelo jugando a las chapas, ni recorriendo el monte solos, en busca de nidos. Nadie, como el padre Tarsicio, volverá a jugarse las cuatrenas y las ochenas.

Ni futbolista, ni astronauta. Tarsicio quería ser misionero

Nadie daba un duro por la vocación de Tarsicio. Ni su madre ni sus hermanos. Tampoco sus tíos. El padre Tarsicio conoce la literatura sagrada. Sabe que, en ocasiones, las vocaciones se cuentan a través derelatos épicos y barrocos. No fue su caso.

El padre de Tarsicio murió en un accidente en el monte. Sus tíos, Francisco y Modesta, ya habían mandado a tres de sus hijos a los capuchinos. Querían enviar a un cuarto, al primo Félix, pero preferían que fuera acompañado. Así entró Tarsicio, casi por carambola, al seminario de Alsasua. En 1934.

A aquel niño, los prefectos le decían: “Capuchino, hombre del pueblo al servicio de todos”. Aquellos monjes tenían algo místico. Porque Tarsicio quería ser como ellos. Ni futbolista, ni astronauta. Tampoco cantante. Quería ser misionero.

Esos misioneros parecían soldados; este fue el primer golpe

Pero, ¿cómo se gesta la vocación? Porque Tarsicio era un niño que quería corretear e ir al monte. Un niño que había entrado al seminario para acompañar a su primo Félix. Un chaval revoltoso que no tenía maneras de cura.

Podía haberle ocurrido lo que a tantos en aquellas generaciones: unos años en el seminario para la formación elemental y, después, a otra cosa. Precisamente, fue la mística de los misioneros lo que le cautivó. Esos misioneros, volvemos a la misma metáfora, que parecían soldados.Este fue el primer golpe.

Solemos pensar, desde fuera, que en los monasterios y en los conventos hay mucho tiempo libre. Mucho tiempo para estar sentado mirando a las musarañas. No, no. Miren todo lo que tuvo que hacer, día y noche, el pequeño Tarsicio para mantener viva la llama de esa vocación que le iba quemando en el pecho.

Cuando el padre Tarsicio tenía trece años estalló la guerra. Aquel pueblo, por la noche, conocía el asesinato y la purga. El odio entre hermanos

Cuando el padre Tarsicio tenía trece años, estalló la guerra. Sus recuerdos de entonces son imperecederos. Muy cerca del frente de batalla, falangistas y requetés camparon por el pueblo a sus anchas y, en aquella retaguardia, celebraban las conquistas con himnos civiles y militares que enseñaban a los seminaristas.

Tarsicio, trece años tenía, sólo veía alegría, cánticos y celebraciones. Pero aquel pueblo, por la noche, en los caminos de la montaña, conocía el asesinato y la purga. El odio entre hermanos.

Tan oscuro fue lo vivido que el párroco de Alsasua, Marino Ayerra, publicó un libro titulado “No me avergoncé del evangelio”. Un libro con el que denunció las barbaridades cometidas, precisamente, en nombre del evangelio. Lo leyó, muchas décadas después, el padre Tarsicio. Lo tiene siempre cerca. Para no olvidar lo que sucedió. Los sublevados se cuidaron muy y mucho de que los seminaristas no vieran.

Las vocaciones se tejen sobre renuncias

El padre Tarsicio hizo sus votos el 15 de agosto de 1940. Tenía dieciséis años. Las vocaciones se tejen sobre renuncias: estar lejos de la familia, no formar una familia, el amor carnal, la carrera de historiador civil…

Se lo pregunté varias veces: ¿alguna vez tuvo dudas? ¿Alguna vez se le pasó por la cabeza dejarlo todo, marcharse del seminario? ¿Jamás contempló colgar el hábito de capuchino?Respondió… con la firmeza del soldado.

Pero, qué pasa con el sexo. Con los instintos. ¿Puede un hombre controlarlos durante ochenta años? En realidad, durante toda una vida. El padre Tarsicio me lo explicó. La respuesta, me dijo, es sí, pero cuesta trabajo. Mucho trabajo. El instinto es consustancial al ser humano.

El cultivo de la historia es apasionante, siempre que se guarden y respeten sus leyes

El instinto que no tuvo que controlar fue el delhistoriador. Tarsicio de Azcona, formado en la universidad gregoriana de Roma, es premio Príncipe de Viana de la Cultura, autor de un sinfín de libros, muchos de ellos regados de exclusivas traídas desde el pasado.

Me dio dos consejos para escribir y leer historia. El primero: “El cultivo de la historia es apasionante, siempre que se guarden y respeten sus leyes”. El segundo: “La historia debe ser magistra vitae, que enseñe a evitar los peligros que acechan a la humanidad y a compartir su bienestar”.

Su biografía de Isabel La Católica puede catalogarse como un clásico del presente. Tanto tiempo ha dedicado el padre Tarsicio a doña Isabel… que me permití esta maldad.

¿Cómo siente la fe alguien que la tiene desde hace noventa años?

Seguía sonando el río. Volvían a repicar las campanas. Todo lo demás era la vida despacio, la contemplación, la oración… Sintió uno que cometía el peor de los pecados entrando allí con la agenda llena. Fíjense cómo describió el padre Tarsicio el interior de su celda, el devenir de sus días, el amanecer y el anochecer.

Pero, qué es la fe. Cómo la siente alguien que la tiene desde hace noventa años. ¿Habla con Dios? ¿Cómo reza? ¿Qué espera?

Antes de irme, le pregunté al padre Tarsicio por el miedo entre los miedos. El miedo a que no haya nada, a que no trascendamos nuestras cenizas. Me prometió que él… no teme al último latido.