El escritor y periodista Juan Soto Ivars reconoce que la promoción está siendo tan intensa como turbulenta: salas llenas, presentaciones con "tres lecheras" de policía en Sevilla y un extraño fenómeno editorial. Explica que el libro "está vendiendo muchísimo, pero no está en casi ninguna librería", hasta el punto de que muchos lectores solo lo encuentran pidiéndolo por encargo o en plataformas online.
Asegura que quienes se atreven a recomendarlo sufren consecuencias: "Hay un tipo en una radio que le han echado de cierta radio pública española por hablar del libro causa efecto directamente", y cita la librería Halcón Maltés de Madrid, a la que "le ha caído la del pulpo" por comentarlo en redes.
Lo que el libro no dice
Latorre le propone empezar "al revés": hablar de lo que el libro no contiene frente a lo que muchos le atribuyen. Soto Ivars responde que 'Esto no existe' "no cuestiona que la violencia contra las mujeres sea una de las lacras sociales a las que tenemos que enfrentarnos" y que en ningún caso generaliza que "las denuncias de violencia de género que acaban en archivo o absolución sean todas falsas".
Insiste en que esas acusaciones provienen, sobre todo, de personas que "no lo han abierto por la primera página y no han descubierto que la primera página es la historia de una mujer maltratada".
El escritor explica que su objetivo es abordar algo que, sostiene, el sistema judicial "ha metido debajo de las alfombras" durante 20 años: por un lado, los fallos en la protección de mujeres realmente maltratadas, y por otro, la "proliferación del fraude" en un sistema que, a su juicio, genera "un incentivo perverso" para mujeres que no sufren maltrato y utilizan la ley para obtener ventajas.
"No llames al juzgado de familia o de violencia sobre la mujer que llames, te van a decir que lo que yo cuento aquí es tal cual", afirma.
Ley de Violencia de Género: crítica sin derogación
Lejos de sumarse a quienes piden tumbar la Ley de Violencia de Género, Soto Ivars defiende la necesidad de una protección específica para las mujeres maltratadas. Asegura que "no propongo derogar" la ley, porque el tipo de maltrato que sufren las mujeres en casa por parte de sus parejas "es suficientemente específico" como para justificar un mecanismo jurídico excepcional, incluso a costa de tensionar derechos como la presunción de inocencia:
"No sabemos lo que pasa dentro de las casas" y "de alguna manera hay que atajar ese peligro".
Sin embargo, reclama dejar de negar el fenómeno de las denuncias falsas e instrumentales y que se considere también una forma de violencia el uso deliberado de la ley "para hacer daño a un ex". Critica la cifra oficial del "0,001" de denuncias falsas, que califica de "una estupidez" y de prueba de que "no se persigue" este tipo de fraude.
Habla de denuncias utilizadas para tomar ventaja en procesos de divorcio, con consecuencias cautelares muy severas para el acusado, incluso cuando el relato no encaja con la realidad, y llega a plantear que esa impunidad envía un mensaje claro: "Ese dato es útil porque nos dice que en este país no se persigue".
Violencia vicaria, menores y datos ocultos
El escritor y columnista entra también en uno de los conceptos más delicados del debate: la violencia vicaria. Recuerda casos en los que una mujer agredió primero al padre de sus hijos y después asesinó a los menores sin que esa violencia se considerara vicaria. A su juicio, la definición legal entiende al niño como "una especie de prolongación de la madre", lo que deja fuera a los menores cuando la agresora es la progenitora.
Denuncia además la falta de transparencia en las cifras de menores asesinados por sus madres en España. Cita el año 2019, en el que el Poder Judicial informó de nueve niños asesinados por sus padres, pero, según relata, el rastreo de la prensa regional elevó la cifra a 36 casos: "Ese dato no está en un registro oficial".
A partir de ahí, vincula su preocupación por el uso de la Ley de Violencia de Género no solo con los hombres denunciados, colectivo que "no despierta demasiada compasión", sino con los niños afectados por decisiones judiciales que, según él, no se están evaluando en profundidad.
Proporcionalidad, banalización y la ley del "solo sí es sí"
Soto Ivars enlaza su crítica con la polémica de la ley del "solo sí es sí". A su juicio, esa reforma ha provocado un doble efecto: por un lado, una rebaja de penas para "muchísimos agresores condenados por cosas gravísimas", y por otro, una equiparación legal de conductas muy distintas, como el beso de Luis Rubiales y la violación grupal de La Manada, bajo el mismo tipo penal de agresión sexual.
"No es lo mismo que un cuñado te dé un pico en un podio que que te cojan cinco y te metan en un portal", sostiene, y advierte del riesgo de banalizar la violencia si "todo es una agresión sexual".
En la violencia de género, sostiene que algo similar ha ocurrido al "hipertrofiar el Código Penal" en los últimos 20 años, con un abanico de conductas –desde un insulto hasta un asesinato– tratadas bajo el mismo paraguas, lo que genera, según él, desproporciones y distorsiones en la percepción social. Pone ejemplos extremos: un hombre condenado por decir "vete a la mierda" a su expareja frente a otro que agrede físicamente a mujeres al azar en la calle sin ser condenado por violencia de género.
El coste oculto del sistema y la metáfora de la quimioterapia
Una parte central de la conversación gira en torno al "coste" del sistema actual. Soto Ivars utiliza una metáfora médica: compara la ley con una quimioterapia muy agresiva y plantea que, para decidir si la sociedad está dispuesta a asumir ese tratamiento, debe conocer el daño colateral que provoca. Denuncia que en España "se nos ha ocultado el coste" de la Ley de Violencia de Género y que la falta de investigación sobre suicidios de hombres separados de sus hijos o procesados injustamente es, en sí misma, "un fraude".
No pide desmantelar la protección a las víctimas, sino medir con rigor los daños colaterales: cuántas denuncias falsas o instrumentales existen realmente, qué consecuencias tienen –incluidos posibles suicidios– y si la sociedad está dispuesta a asumir ese precio. "Una sociedad tomará decisiones responsables si conoce el coste de sus medidas", resume.
Para él, el gran problema no es que haya que pagar "justos por pecadores", algo que admite como inevitable en un delito de enorme intimidad, sino que en veinte años se haya repetido que "esto no existe".
Política, silencio y monopolio del discurso
En la entrevista, Soto Ivars lamenta que ningún gran partido, salvo Vox, haya querido entrar de lleno en el debate sobre las denuncias falsas, pese a que, asegura, hay "argumentos feministas, socialistas y liberales" para afrontarlo. Pone como ejemplo que España es "el único país de Europa" con un Código Penal que, en ciertos delitos, reserva penas más altas en función del sexo del autor, algo que ve como "derecho penal de autor".
También recuerda casos de responsables políticos que, a su juicio, han chocado con la realidad que ellos mismos defendían: menciona al exministro Juan Fernando López Aguilar y al dirigente de Más País Íñigo Errejón, de quien dice que "tuvo que dimitir cuando se dio cuenta de que ese algo chocaba completamente con su experiencia".
Advierte además de que negar el problema abre un espacio que acaban ocupando "los populistas", porque "cuando gente te dice 'yo no quiero leer el libro y tampoco quiero que nadie lo lea', lo que favorece finalmente es que otros tomen esa bandera".
El impacto personal: correos, suicidios y escepticismo
Aunque está acostumbrado a la polémica, Soto Ivars reconoce que nunca había vivido una reacción como la de 'Esto no existe'. Cuenta que recibe "60, 80, 100 correos al día" de personas que se dicen afectadas por denuncias falsas, hombres y mujeres, y que la respuesta "más bonita" está siendo silenciosa: "El móvil lo tengo petado de mensajes" con historias que abarcan décadas.
Relata el caso de Karim, un joven cuyo padre se suicidó tras denuncias falsas de una mujer que ni siquiera era su madre biológica: "Se cortó el cuello y se tiró por la ventana".
Sin embargo, mantiene una posición de escepticismo metodológico: "Yo no te creo ni a los hombres ni a las mujeres", explica, y asegura que solo ha incorporado a su libro testimonios respaldados por causas judiciales. Reconoce que, tras la respuesta recibida, tiene la sensación de que fue "muy cauto" con las cifras estimadas y que quizá "se ha quedado corto", algo que le han trasladado también personas del mundo de la justicia.
Debate pendiente y autocrítica limitada
Preguntado por si ha cambiado de opinión tras la publicación, responde que en la cuarta edición solo ha corregido "tres cosas pequeñas", fallos puntuales que le señalaron lectores muy atentos. No obstante, insiste en que le gustaría un debate real, con contradicción y argumentos, y no solo entrevistas o tertulias: "Estoy seguro de que he cometido fallos aquí. Que alguien me los haga ver".
Se declara dispuesto a discutir con quien no esté de acuerdo, y lanza un mensaje a quienes temen las consecuencias de exponerse: "A mí no me está pasando nada. Me insultan, a veces me pone la policía, pero estoy entero". Frente a la dinámica de cancelación, reivindica que todavía se puede "mantener un debate constructivo" sobre un tema que, según repite, ha permanecido demasiado tiempo bajo la fórmula tranquilizadora que da título al libro: "Esto no existe".

