Traigo anotado a Pedro Sánchez en el tráiler de la serie sobre Pedro Sánchez. En el Ala Oeste de sí mismo. Me gustó el libro, pero es mejor la película. De pronto, manda traer a un barón díscolo, lo atan en una columna y llaman a un lanzador de cuchillos.
Todo resulta más prosaico. Ahora, Sánchez revisa unos papeles en el coche oficial, ahora recorre un pasillo del Falcon, un jiji con Macron, un cameo de Joe Biden. Ahora convida a Iceta y le dice en tono paternal: “Miquel, desayuna". La obra luce la intriga del poder cotidiano del jefe de Gobierno desde un ángulo tan irresistible que usted se preguntará si lo dirige Aaron Sorkin o Pepe Felix Tezanos.
En una escena, se reúne con su equipo y dice: debemos ser resilientes en el ámbito energético. Un socialista de viejo cuño me comenta que en realidad sospechan que Sánchez es un actor de culebrones mexicanos que se metió tanto en el papel que ahora no puede salirse.
Sánchez no puede parar de molar, pero ha de ser cuidadoso con el encanto de sus contraluces, o catalogarán la serie en un documental de ficción. De ficción sobre la ficción. La propaganda de la propaganda es un ejercicio imposible porque incluye una doble dificultad. Un amigo mío que ligaba menos que Aznar en Cuba me decía que consideraba poner los cuernos una acrobacia admirable, porque había que ligar dos veces.
Todos los políticos terminan montándose la película. Mientras hablan, se están viendo en el documental que les harán en el futuro. Antes, esperaban veinte años en vendértelos en un documental. Ahora les filman un panegírico y lo terminas votando en Netflix mañana.
