Los niños, hijos de una mujer rumana de 31 años llamada María, que trabaja por horas limpiando un restaurante está divorciada desde hace tiempo. Su marido fue, en un primer momento, el sospechoso de haberse llevado a los niños, pero la Guardia Civil comprobó pronto que el hombre, que es camionero, estaba en Alemania en el momento de la desaparición.
La Guardia Civil puso en marcha un gigantesco operativo, que incluyó helicópteros, perros especializados, buceadores. Todo fue inútil durante dos días, y finalmente los niños fueron localizados gracias al azar y a la afición por el paintball de un par de jóvenes.
Estaban en muy malas condiciones, sobre todo la niña. Su raptor les había echado encima piedras, palés de madera y la cría estaba desnuda, con síntomas de haber sido agredida sexualmente y con heridas en diversas partes del cuerpo. Los servicios de emergencia que les atendieron dijeron que a la niña no le quedaban más de seis horas de vida.
Para dar con el secuestrador, la Guardia Civil de Madrid solo tenía el testimonio de los niños así que se echó mano de los psicólogos del Servicio de Análisis de las Conductas Delictivas.
Contó que el hombre les dijo cuando se acercó a ella y a su hermano, que si se iban con él les enseñaría unos cachorritos de perro. Ella no se fiaba, pero su hermano se empeñó y ella decidió no dejar que se marchase solo. Al fin y al cabo es la hermana mayor.
Con todos estos datos se iban cruzando con las gestiones que estaban haciendo los agentes de la Comandancia de Madrid. Estos en primer lugar se centraron en todos los individuos con antecedentes por delitos sexuales que viviesen en poblaciones cercanas al lugar del secuestro o al sitio en el que fueron encontrados los niños, que distan entre sí casi treinta kilómetros. Unas veinte personas fueron investigadas en un tiempo récord.
Durante la investigación se presentó un joven de dieciocho años en el cuartel de la Guardia Civil de Torrelaguna y dijo que creía saber quién había secuestrado a los niños: había sido Juan José Ramos Amador, alias ‘El Chele’.
El Chele es la pareja de la madre de la denunciante, su padrastro digamos. La mujer sospechó de él, con quien tiene tres hijos, porque vio que el hombre estaba muy nervioso, se cortó el pelo el día que desaparecieron los niños, estaba pendiente de las noticias y, sobre todo, el día que fueron rescatados los niños salió precipitadamente de su casa diciendo que se iba al monte. La mujer no se atrevió a denunciarle personalmente, pero le pidió a su hija, que es fruto de una relación anterior y que no vive con ellos, que lo hiciera.
Pronto se dieron cuenta de que el perfil de El Chele encajaba con el tipo que buscaban: no era magrebí, como dijo la niña, es gitano, pero su aspecto podría confundir. Conducía un Seat Ibiza verde, residía en Valdepeñas de la Sierra, a unos 20 kilómetros del lugar del secuestro y, además, había pasado 17 años en prisión por otros delitos sexuales. Los agentes acudieron a su casa, recabaron más datos sobre él gracias a su pareja y comprobaron que guardaba una enorme colección de vídeos pornográficos.
La guardia Civil montó vigilancias durante más de 24 horas seguidas en algunas zonas de Madrid, se hicieron gestiones en un montón de poblados gitanos y se comprobó hasta el último lugar en el que El Chele tenía cierto arraigo. Le pisaban los talones permanentemente. Finalmente, gracias al fino olfato de un guardia civil jubilado de Ciudad Real lo atraparon. El hombre iba con frecuencia al cuartel a saludar y a tomarse algo con sus antiguos compañeros y allí vio la foto del secuestrador buscado. Recordó haberle visto en un barrio cercano a la estación del AVE, donde Juan José Ramos El Chele fue detenido dieciocho días después de haber secuestrado a los niños.
El Chele que ya había pasado diecisiete años en prisión por un delito sexual, aunque a él le gustaba contar, le daba caché imaginamos, que había estado en la cárcel por matar a un Guardia Civil después de un atraco, algo completamente falso, ahora se le acusa de una agresión sexual cometida hace doce años.Una agresión que no había sido esclarecida hasta que los investigadores se dieron cuenta de que Juan José Ramos tenía todo el perfil de un depredador, así que introdujeron en las bases de datos su perfil biológico, su ADN, para cruzarlo con los delitos sin resolver en los que existiese una muestra anónima y ¡Bingo! El perfil de El Chele coincidía con el que dejó el agresor sexual de una niña de 8 años que fue violada en Madrid en agosto de 1999, dos años después de salir este tipo de la cárcel.En aquel ataque, El Chele volvió a emplear una trampa: en ese caso le dijo a la cría que tenía unos patitos e incluso le enseñó fotos de sus hijos. Se la llevó, la agredió y la dejó en un lugar próximo tras amenazarla de muerte. Y no hay duda de que es el mismo agresor ya que el ADN no engaña y también por el modus operandi y porque esa niña, en su declaración, dice cosas muy parecidas a las que dijo la secuestrada doce años después en Torrelaguna: que el agresor estaba muy sucio, que fumaba puros, etc.