Territorio negro

El cazador de niños de Madrid

Viajamos en el tiempo hasta el pasado verano. El 12 de junio, en Torrelaguna, un pequeño pueblo del norte de Madrid, cerca ya de la provincia de Guadalajara, desaparecieron dos niños. Una niña de diez años y un niño de ocho jugaban en un parque cuando un hombre paró un coche junto a ellos, se bajó, habló con ellos, sobre todo con el niño, y los dos pequeños subieron al vehículo que huyó del lugar a toda velocidad.

ondacero.es

Madrid | 09.01.2012 13:42

Los niños, hijos de una mujer rumana de 31 años llamada María, que trabaja por horas limpiando un restaurante está divorciada desde hace tiempo. Su marido fue, en un primer momento, el sospechoso de haberse llevado a los niños, pero la Guardia Civil comprobó pronto que el hombre, que es camionero, estaba en Alemania en el momento de la desaparición.

La Guardia Civil puso en marcha un gigantesco operativo, que incluyó helicópteros, perros especializados, buceadores. Todo fue inútil durante dos días, y finalmente los niños fueron localizados gracias al azar y a la afición por el paintball de un par de jóvenes.

Estos chicos buscaban cerca de Algete, un pueblo separado 27 kilómetros de Torrelaguna, una zona para organizar sus batallas de paintball, ese juego de guerra en el que se disparan bolas rellenas de pintura que estallan al contacto. Los chavales escucharon unos quejidos, unas voces y se acercaron a una destartalada construcción, que ocultaba un pozo seco de doce metros de profundidad. En el fondo de ese pozo estaban los dos niños.

Estaban en muy malas condiciones, sobre todo la niña. Su raptor les había echado encima piedras, palés de madera y la cría estaba desnuda, con síntomas de haber sido agredida sexualmente y con heridas en diversas partes del cuerpo. Los servicios de emergencia que les atendieron dijeron que a la niña no le quedaban más de seis horas de vida.

Para dar con el secuestrador, la Guardia Civil de Madrid solo tenía el testimonio de los niños así que se echó mano de los  psicólogos del Servicio de Análisis de las Conductas Delictivas.

Son expertos en obtener la máxima información de las víctimas, lo que llaman los entendidos, interactuar con ellas. Y así lo hicieron con la niña, en sesiones muy cortas, pero en las que fueron obteniendo datos muy valiosos para los encargados de cazar al secuestrador. La chica dio datos precisos del coche en que la montaron con su hermanito: era pequeño, de color verde, de dos puertas –un Seat Ibiza–. Además, contó que el secuestrador era “moro”, aunque él les había dicho que era rumano; dijo también que el hombre olía muy mal, que estaba sucio, que fumaba puros y que llevaba varios dibujos, es decir, tatuajes, por todo el cuerpo: tenía unos bigotes de gato en los pezones, la palabra gato escrita en el brazo y lo que ella llamó ‘un diablo’, que realmente era el dibujo de un gato. También describió toda la ropa que llevaba puesta su agresor y contó lo que le dijo el secuestrador: “te voy a matar, ya lo he hecho más veces con otras niñas”.

Contó que el hombre les dijo cuando se acercó a ella y a su hermano, que si se iban con él les enseñaría unos cachorritos de perro. Ella no se fiaba, pero su hermano se empeñó y ella decidió no dejar que se marchase solo. Al fin y al cabo es la hermana mayor.

Enseñar cachorritos de perro recuerda a Santiago Cortés, que tiró un osito de peluche al paso de Mariluz Cortés. Este tipo de depredadores de niños usan cebos para llevárselos: captan la atención de sus víctimas, no mediante la seducción, no podrían, sino con trampas, con cebos. No son personas con ningún encanto ni con ninguna facilidad para empatizar, por eso recurren a esas trampas.
El niño de tan solo ocho años contó mucho menos. Dijo que cuando el secuestrador paró el coche y llegó al lugar de la agresión, a él le tiró a un pequeño agujero, le tapó con unos palés y le amenazó: “Quédate ahí o te mato a ti y a tu hermana”. Cuando acabó con la niña, los arrojó a los dos al pozo.

Con todos estos datos se iban cruzando con las gestiones que estaban haciendo los agentes de la Comandancia de Madrid. Estos en primer lugar se centraron en todos los individuos con antecedentes por delitos sexuales que viviesen en poblaciones cercanas al lugar del secuestro o al sitio en el que fueron encontrados los niños, que distan entre sí casi treinta kilómetros. Unas veinte personas fueron investigadas en un tiempo récord.

Durante la investigación  se presentó un joven de dieciocho años en el cuartel de la Guardia Civil de Torrelaguna y dijo que creía saber quién había secuestrado a los niños: había sido Juan José Ramos Amador, alias ‘El Chele’.

El Chele es la pareja de la madre de la denunciante, su padrastro digamos. La mujer sospechó de él, con quien tiene tres hijos, porque vio que el hombre estaba muy nervioso, se cortó el pelo el día que desaparecieron los niños, estaba pendiente de las noticias y, sobre todo, el día que fueron rescatados los niños salió precipitadamente de su casa diciendo que se iba al monte. La mujer no se atrevió a denunciarle personalmente, pero le pidió a su hija, que es fruto de una relación anterior y que no vive con ellos, que lo hiciera.

Pronto se dieron cuenta de que el perfil de El Chele encajaba con el tipo que buscaban: no era magrebí, como dijo la niña, es gitano, pero su aspecto podría confundir. Conducía un Seat Ibiza verde, residía en Valdepeñas de la Sierra, a unos 20 kilómetros del lugar del secuestro y, además, había pasado 17 años en prisión por otros delitos sexuales. Los agentes acudieron a su casa, recabaron más datos sobre él gracias a su pareja y comprobaron que guardaba una enorme colección de vídeos pornográficos.

Cuando se enteró de que los niños habían sido hallados con vida, emprendió una huida bastante bien planificada. Lo primero que hizo fue deshacerse del coche empleado en el secuestro: se lo vendió a otro de Manoteras, un barrio del norte de Madrid donde él había vivido y tenía buenos contactos; luego, buscó refugio en casa de una antigua novia y más tarde recurrió a familiares.

La guardia Civil montó vigilancias durante más de 24 horas seguidas en algunas zonas de Madrid, se hicieron gestiones en un montón de poblados gitanos y se comprobó hasta el último lugar en el que El Chele tenía cierto arraigo. Le pisaban los talones permanentemente. Finalmente, gracias al fino olfato de un guardia civil jubilado de Ciudad Real lo atraparon. El hombre iba con frecuencia al cuartel a saludar y a tomarse algo con sus antiguos compañeros y allí vio la foto del secuestrador buscado. Recordó haberle visto en un barrio cercano a la estación del AVE, donde Juan José Ramos El Chele fue detenido dieciocho días después de haber secuestrado a los niños.

No confesó lo que había hecho pero lo cierto es que tampoco fue necesario: los agentes localizaron su coche e hicieron una prueba para encontrar en las ruedas restos biológicos y microbiológicos como los del lugar de la agresión. La prueba dio positiva, El Chele estuvo allí. Además, llevaba en su cuerpo la prueba definitiva, la que más le incriminaba, los tatuajes.
Las descripciones de la niña acerca de los tatuajes coincidían con los tatuajes de El Chele.
Además, la pequeña, un testigo modelo, toda una superviviente, reconoció por fotografía el lugar de la agresión y hasta la manta sobre la que su secuestrador la tumbó.

El Chele que ya había pasado diecisiete años en prisión por un delito sexual, aunque a él le gustaba contar, le daba caché imaginamos, que había estado en la cárcel por matar a un Guardia Civil después de un atraco, algo completamente falso, ahora se le acusa de una agresión sexual cometida hace doce años.Una agresión que no había sido esclarecida hasta que los investigadores se dieron cuenta de que Juan José Ramos tenía todo el perfil de un depredador, así que introdujeron en las bases de datos su perfil biológico, su ADN, para cruzarlo con los delitos sin resolver en los que existiese una muestra anónima y ¡Bingo! El perfil de El Chele coincidía con el que dejó el agresor sexual de una niña de 8 años que fue violada en Madrid en agosto de 1999, dos años después de salir este tipo de la cárcel.En aquel ataque, El Chele volvió a emplear una trampa: en ese caso le dijo a la cría que tenía unos patitos e incluso le enseñó fotos de sus hijos. Se la llevó, la agredió y la dejó en un lugar próximo tras amenazarla de muerte. Y no hay duda de que es el mismo agresor ya que el ADN no engaña y también por el modus operandi y porque esa niña, en su declaración, dice cosas muy parecidas a las que dijo la secuestrada doce años después en Torrelaguna: que el agresor estaba muy sucio, que fumaba puros, etc.

El Chele que supuestamente es chatarrero, aunque siempre ha sido un delincuente tiene un largo curriculum. A los 18 años cometió su primer delito y desde entonces y pese a todo el tiempo que ha estado entre rejas, tiene más de una docena de antecedentes. Tras abandonar la cárcel, en 1997, tras 17 años de estancia en prisión, se fue a vivir con su pareja, con la que tiene tres hijos de entre trece y cinco años. Vivió una temporada de recoger chatarra y de un subsidio que el estado da a las personas que pasan más de seis meses en la cárcel, por muy repugnante que sea el delito que hayan cometido.