Imagina que tu vida depende de lo que digas en los próximos 30 segundos. Ahora imagina que, del otro lado de la línea, hay un ladrón armado, con rehenes y los nervios al borde del colapso. ¿Qué dirías? ¿Cómo lo dirías? ¿Qué palabras usarías para que, en lugar de apretar el gatillo, elija rendirse?
Chris Voss no tuvo que imaginarlo. Lo vivió.
Fue una mañana de 1993, en Nueva York. Dos hombres, tres rehenes y un teléfono. Voss, ex agente del FBI, aprendió algo en ese momento que cambiaría su vida —y puede cambiar la tuya—: en cualquier conversación, desde una crisis criminal hasta una charla con tu jefe o tu pareja, el verdadero poder no está en hablar… sino en saber cómo conectar.
Hoy, Voss comparte las tres estrategias que usó para calmar a hombres armados y que, sorprendentemente, pueden usarse todos los días. No son fórmulas mágicas, no requieren experiencia en el FBI. Solo necesitan algo que pocos dominan: inteligencia emocional.
Prepárate. Porque después de leer esto, no volverás a hablar con nadie de la misma manera.
El efecto del "DJ de madrugada"
La mayoría de las personas reaccionan al sentirse ignoradas de la misma manera: suben el volumen. Los jefes gritan órdenes, las parejas discuten a voz en cuello y los padres alzan la voz para imponer disciplina. Sin embargo, durante sus años como negociador del FBI, Chris Voss descubrió justo lo contrario: el verdadero poder está en hablar más bajo. A esta estrategia la denomina “la voz del DJ de Late Night FM”.
Piensa en ese locutor de radio que, a las dos de la madrugada, habla despacio, sin prisa, con un tono cálido y descendente que invita a relajarse. Eso fue exactamente lo que usó con los secuestradores en Brooklyn. Y funcionó. ¿Por qué? Porque cuando hablas así, el cerebro del receptor interpreta que no hay amenaza. Ese tono activa una reacción neurológica que reduce la ansiedad, calma las emociones y hace que la otra persona baje sus defensas.
Y aquí viene el giro inesperado: usar ese tono también te calma a ti. Bajar la velocidad, hablar despacio y con suavidad, reduce tu propio estrés. Te mantiene en control, incluso cuando todo parece estar a punto de estallar.
Por lo tanto, la próxima vez que enfrentes una conversación tensa, ya sea en el trabajo o en casa, baja el volumen. En situaciones críticas, dominar el diálogo no depende de quién grita más fuerte, sino de quién sabe modular su voz para recuperar el control.
El eco que derriba muros
¿Qué hace una persona cuando se siente escuchada? Confía. Y, precisamente en este momento, cuando confía, es cuando baja la guardia y revela lo que verdaderamente siente y piensa. Esto es lo que consiguió Voss utilizando una herramienta simple y sencilla: reflejar las últimas palabras del otro como una pregunta.
Por ejemplo, supón que alguien te dice:
— “Estoy cansado de que nadie valore mi trabajo”.
Y tú respondes, simplemente repitiendo:
— “¿Que nadie valore tu trabajo?”
Con este simple reflejo, Voss conseguía algo tan poderoso como sutil: demostraba que, verdaderamente, estaba atento, animando así al interlocutor a profundizar en su relato y a revelar sus emociones más allá de la superficie. En Brooklyn, cada vez que un secuestrador pronunciaba una queja o confesaba su miedo, Voss repetía esas mismas palabras con tono inquisitivo, como un suave eco que incitaba a continuar sin sentir presión ni juicio. Lejos de acortar la conversación con soluciones rápidas, esa pausa calculada otorgaba al otro el espacio necesario para ahondar en lo que realmente le preocupaba.
Y no se trata de una táctica exclusiva de negociadores de crisis: funciona de la misma manera en el entorno laboral, por ejemplo cuando algún compañero de trabajo pone un obstáculo o impedimento, en el entorno familiar, cuando afloran tensiones, s; o incluso con un amigo que solo necesita desahogarse. Esto se debe a que, cuando una persona percibe que le escuchas de verdad, las barreras se derrumban.
Ponerle nombre al monstruo
Estás en un túnel oscuro. No escuchas nada. Tampoco puedes ver nada. Solo sientes inseguridad, incertidumbre y, sobre todo, miedo. De pronto, alguien enciende una luz y te dice "Tranquilo, sé que estás asustado". Tan solo con escuchar estas palabras, el miedo pierde algo de volumen y fuerza. Esto es lo que Voss llama etiquetar las emociones. Y no, no se trata de inventar lo que el otro siente, sino de ponerle nombre a lo que ya está en el aire.
En Brooklyn, Voss lo hizo de la siguiente manera:
— “No fue tu culpa, ¿verdad?”
— “Debe ser duro arrepentirse de esto, ¿no?”
Chris Voss nunca llegó a excusar el asalto ni a absolver a los delincuentes, pero al reconocer en voz alta lo que sentían, les recordaba su condición de seres humanos y les ofrecía una vía de escape emocional antes que forzar una rendición violenta. Al decir frases como “parece que estás muy frustrado” o “da la sensación de que esto te ha dolido más de lo que crees”, Voss desactivaba la tensión al validar sus emociones en vez de confrontarlas.
Tú puedes aplicar esa misma estrategia en cualquier situación: basta con observar el tono o la carga emocional de la otra persona y reflejarla en tus propias palabras. Por ejemplo, al escuchar a un compañero decir que “todo el proyecto va mal”, podrías responder: “Percibo que te sientes desbordado por cómo avanzan las cosas”. O cuando un amigo murmura que “esto les pesa a todos”, podrías replicar: “Parece que esta situación les está afectando profundamente”.
Nombrar así lo que el otro experimenta no exagera sus sentimientos, sino que los enfría: al sentirse comprendido y validado, ya no necesita elevar la voz ni recurrir a la confrontación para hacerse oír.