Quiero decir… a nuestro Rey, que se ha pasado su vida –que es un poco la mía, nacimos el mismo año- bañado en la política española. Y estudiando en el Lakefield College School de Toronto, en Canadá, recibiendo instrucción militar en la Academia General Militar de Zaragoza, luego haciendo Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid y un master de dos años en Relaciones Internacionales en la Edmund Walsh School of Foreign Service de la Universidad de Georgetown, en Washington D. C… Y ahora resulta que sin Juego de Tronos, no va a entender nada.
Pero tranquilos. La educación recibida por nuestro Rey no es en vano. Finalmente le sonrió al líder de Podemos, le dijo algo así como “qué bien, qué regalo, porque no he visto esta serie” (¿alguien se lo cree?) y luego pasó a otra cosa.
Ojo, que Pablo Iglesias está preparado y es inteligente. Y como ha escrito él mil veces en su blog, en algún libro, en artículos, y dicho en mil programas de televisión, sabe exponer perfectamente porque esta serie norteamericana es un verdadero ejemplo de lucha de clases y política en el que se inspira para dar la vuelta al sistema. Lo que en realidad quiero decir es que lo que dice con su actitud puede que le explique más a él que a la política española.
Pero es mera intuición. Porque no tengo más remedio llegados a este punto que reconocerles que no he visto la serie. Más aún. Hasta hace un par de meses detestaba todas las series. Tuve una mala experiencia con Lost. ¿Recuerdan? Los de la isla perdida. Al final acabé más perdido que ellos. Y me dije nunca más.
Desde entonces he oído mil halagos sobre la calidad de una u otra producción de este tipo y me he encontrado siempre entonando una sonrisa interior de distancia, como diciendo, “esta vez no me van a enganchar en un camino a ninguna parte, ya estoy vacunado”.
Pero un día… caí del caballo.
A mediados de enero, cenando en casa de unos amigos, nos enseñaron una caja de DVDs sin abrir que les acababan de regalar por navidades. House of cards. Ya habían visto las dos temporadas incluidas en el Pack, y no sabían qué hacer con él. Mi mujer, que ya llevaba un tiempo sin saber cómo convencerme para que compartiéramos noches de sofá, aprovechó la ocasión para hacerse con la serie y empezamos a verla. Y sí, me gustó.
No sólo estaba bien hecha, con medios y buenos actores, sino que me pareció percibir cierta profundidad. Como si hubiera nacido una nueva forma de arte que no es el cine, ni un libro, ni teatro, ni un cuadro. Que ofrece, debido a su longitud y calidad sorprendente, nuevas posibilidades de encontrar detalles, de plasmar las complejidades de la evolución de una historia sentimental, o dramática, o ambas a la vez. “Que habría hecho Shakespeare con esto” me preguntaba. Y además, se veía con asombrosa facilidad. Si no fuera porque aún me quedaba trabajo de la radio pendiente o porque se hacía muy tarde habría podido ver un capítulo tras otro hasta acabar las dos temporadas de un tirón.
Bueno, todo esto es verdad. Y además, los habitualmente gustos televisivos irreconciliables míos y de mi mujer parecían resueltos de un plumazo para bien del sofá compartido.
Desde entonces han pasado pocos días, con las vacaciones de Semana Santa de por medio. He tenido tiempo de desengancharme. La intensidad del estupefaciente se ha disuelto en mi sangre y creo ver las cosas con algo más de perspectiva. La verdad es que la serie iba decayendo en los últimos capítulos. Recuerdo algunos golpes fáciles que me retrotraían a los viejos trucos de siempre. House of Cards es un muy buen entretenimiento con muchas posibilidades todavía pero hay que saber acabarlo para que tenga una forma final. Una redención del producto. Sus autores no pueden y no deben fiarlo todo a una nueva temporada –ya se que ha salido la tercera-, a unas ganancias futuras, a nuevos guionistas, porque sino acabaremos como en Lost, “perdidos”, y se habrá malgastado una preciosa oportunidad.
La sensación general es que es un buen entretenimiento, como imagino que será Juego de Tronos, pero aún hace falta ver todo esto con perspectiva. Y sobre todo, creo yo… no quedarse sólo con el signo de los tiempos. Ya hemos visto mil veces como de pronto “El código Da Vinci” tenía miles de seguidores que daban fe de la verdad eterna que nos ocultaba la tradición del momento. Y luego nada, humo.
Vivimos una época en la que la gente sólo lee en su ipad (es decir, no lee), escucha su ipod (es decir, no escucha música ni se le pasa por la cabeza percibir un verdadero sonido de calidad Hifi). Todo vale lo que un Twit retwitteado mil veces. Estamos en plena enfermedad viral.
En este mundo un simple libro, incluso un CD, parece viejo. La novedad se supone trascendente. La rapidez profunda.
Recuerdo una conversación hace diez años con un amigo- amante de la lectura de novelas nuevas- y dos amigas suyas –amantes de sentirse al día- que comentaban los últimos autores. Yo no los había leído a la mayoría. Por integrarme en la conversación, decidí comentar algo sobre la novela que acababa de terminar, Anna Karenina. Pero lo hice sutilmente con una pregunta sincera ”¿Qué pensáis de Tolstói?”. Pregunta tonta que dejó al personal noqueado. Silencio en la noche. Mi amigo, supongo que por compasión fraternal, dijo al menos algo. “¿Viejo?”. Aún así, se lo agradecí.
En la época de la cultura de masas, de los medios de masas, todos sentimos la obligación de formar parte de algo del presente. Es la forma de comunicar. Y de sentirse mejor en la piel del ser social que somos.
Hoy un profesor de ciencias políticas de izquierdas acaba de recomendar a toda España, con su gesto ante el Rey, una serie creada por capitalistas para ganar dinero al otro lado del planeta como si fuera una fórmula enviada por extraterrestres para desentrañar los secretos de nuestra política.
Y mira que yo siempre he alabado a Pablo Iglesias que elevara el nivel del debate político de este país.
Me pregunto. Si el líder de Podemos llega un día a gobernar, ¿se acabará guiando por el criterio de unos guionistas? ¿Verá contubernios ocultos contra su gobierno según el devenir del capítulo octavo de la temporada ocho de Juego de tronos?
Repito. El Rey ha sido muy educado.
Y tras esta publicidad asombrosa de un artículo de consumo de masas por un comunista convencido, les puedo decir una cosa: Yo también acabaré viendo Juego de Tronos.