merecido reconocimiento a un grande del balón

“Paco Bonet era un central prodigioso, un futbolista insuperable”, por Santi Gambín

El Real Mallorca homenajeará a un ilicitano de adopción cuyo recuerdo es imborrable para todos aquellos aficionados que tuvieron la suerte de verle jugar en su equipo

ondacero.es

Elche | 16.11.2017 09:54

El central Paco Bonet, en un partido con el Real Madrid.
El central Paco Bonet, en un partido con el Real Madrid. | Última Bandera

Me cuentan que, cuando siendo pequeño iba al fútbol al viejo Altabix, mi primer ídolo futbolístico fue Aníbal Montero. Y seguro que así sería, hay incluso testimonio gráfico. En una foto aparezco, con tres años, llorando a moco tendido en brazos del futbolista. Así he pasado a la posteridad junto al que dicen fue mi primer referente en el mundo del fútbol, estirando los brazos hacia mi madre y con lágrimas en los ojos. Pero, si soy sincero, no recuerdo en absoluto ver jugar a Montero. Así que lo idolatraría por cualquier otra razón, pero no por su acreditada calidad como futbolista.

Sin embargo, a partir de principios de los 80, esos años que basculan entre el antes y el después del partido del Cádiz, fue la época en la que realmente empecé yo a tomar consciencia del Elche, y en la que ya iba al fútbol a algo más que a pasar la tarde. Y allí iba a ver al primer futbolista del Elche que me impresionó sobre un terreno de juego. Ese jugador era Paco Bonet.

Guardo el recuerdo de un central prodigioso, alto y fibroso, que cruzaba el campo de área a área con el balón pegado a los pies, superando rivales con regates y en velocidad. Un box to box, partiendo del área propia y acabando en la contraria. Me parecía, a mis diez u once años, un futbolista insuperable en defensa y avasallador en ataque, que todo lo hacía bien: defender, regatear, desplazar en largo, rematar. Y, todo ello, en apariencia sin cansarse, con una superioridad física insultante. Mientras los demás trotaban agotados, él aguantaba el partido entero haciendo un despliegue de superioridad física apabullante.

No puede decirse que fuera al fútbol sólo a verle a él, porque sería una exageración, pero sí puedo asegurar que si él había hecho un buen partido, si había superado rivales con facilidad, cortado avances rivales con seguridad y mandado sobre el resto de rivales y compañeros, me volvía a casa satisfecho aunque el resultado no fuera positivo. Bonet había cumplido. Y sólo por culpa de lo malos que eran los demás habíamos perdido.

Tengo en mi memoria una jugada mágica, en la que recibía de nuestro portero y, tras cruzar el campo entero, acababa en un gol decisivo. Tal vez aquella jugada prodigiosa, arrancada desde el área propia, regates y paredes hasta morir con éxito en el área contraria, no sucediera nunca realmente tal y como yo la recuerdo. Probablemente sea un compendio de muchas otras jugadas que mi memoria ha combinado en una sola. Lo cierto es que sí puedo afirmar que aquel fue realmente el primer ídolo deportivo que tuve en el Elche.

Así que cuando, como parecía inevitable, acabó siendo traspasado pocas temporadas después al Real Madrid, no pude entristecerme por perderle cada domingo, sino enorgullecerme por ver cómo sus méritos futbolísticos le habían hecho merecedor de más, de mucho más de lo que aquí éramos capaces de ofrecerle. Y con ello hizo que parte de mi afición al Elche se trasvasara durante varios años allí, siguiendo la trayectoria de Paco Bonet en el Real Madrid e, incluso, en la selección española. Hasta que la salvaje entrada de aquel cuyo nombre ni siquiera voy a escribir aquí acabara con un central que estaba destinado a marcar una época en el fútbol español.

Después de él admiré a muchos futbolistas del Elche, pero él fue el primero. Además, considero que únicamente se puede tener un ídolo, en el sentido pleno de la palabra, cuando eres pequeño. Mucho más pequeño, en edad, que el propio futbolista. Y, aunque el futbolista siempre parece más grande, fuerte y alto cuando está sobre el campo, hoy, al verlos en persona siempre me parecen ahora lo que siempre han sido. Chavales que, en el peor de los casos, ya tienen treinta años menos que yo y, en el mejor de los casos, nacieron cuando yo estaba acabando el instituto. Es un momento duro en la vida de cualquier aficionado, ese en el que compruebas que ya eres más mayor, incluso mucho más mayor, que cualquiera de los veintidós que están sobre el campo. Hasta los treinta y tres o los treinta y cuatro años puedes seguir engañándote. Pero cuando cumples esa edad en la que ya debes reconocer que eres mayor para jugar al fútbol, a esa ya no puedes tener ídolos. Te gusta más o menos este futbolista o aquel, pero me parece que hay algo anómalo, casi sucio, en seguir considerándolos tus ídolos.

Por eso, y con el sabor agridulce del que sabe que nunca más será así, no me cuesta nada regresar a aquellos tiempos en los que, con doce años, acudía ilusionado, cada domingo que el Elche jugaba en el Nuevo Estadio, a ver jugar a mi futbolista favorito, a Paco Bonet.