OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Pedro y Albert están terminando ya el cursillo prematrimonial"

Campanas de boda. Albert quiere a Pedro y Pedro siempre quiso a Albert. Es posible que hoy mismo anuncien su futuro compromiso. Aún no toca marcha nupcial, dicen en Ciudadanos, desbordados por el runrún que se disparó en la noche del martes a raíz de una frase de esta frase de Girauta

Carlos Alsina

Madrid | 17.02.2016 08:07

…y del deseo del PSOE de poner nervioso a Pablo Iglesias. No toca aún marcha nupcial pero sí están terminando Pedro y Albert el cursillo prematrimonial. Esto acaba en boda.

El pacto de legislatura, con el PSOE y Ciudadanos en el papel de contrayentes y el PNV, Compromís e IU como damas de honor. Sin participar del enlace para no convertirlo en pentapartito pero absteniéndose de entorpecer esta relación ya consolidada. No serán cuatro bodas pero sí aspiran que haya un funeral, el de Mariano Rajoy como presidente del gobierno y, de rebote, líder del principal partido que tiene España. Jubilar a Rajoy, cerrarle el paso, es el impulso que ha unido estas primeras cinco voluntades. Rivera se quitará el casco azul para ponerse el chaqué y dar el sí quiero.

Sin que eso garantice, naturalmente, que Sánchez vaya a ser presidente.Con la boda roji-naranja no basta. Ésta, no lo olvidemos, siempre fue la parte fácil de la operación Pedro I, el propuesto. Con Ciudadanos siempre hubo sintonía y deseo de pactar: en cuanto terminó la campaña Sánchez dejó de ver en Rivera un Rajoy en pequeñito, la derecha encubierta, la marca blanca, más de o mismo, toda aquella quincalla argumental —eslóganes de todo a un euro— tan propia de nuestras competiciones electorales. Era el pacto buscado, el que gustaba a los barones socialistas, a Felipe, a Rubalcaba, a Fernández Vara, el pacto que no incomoda, no chirría, no mancha. Salvo que con la boda naranja no basta. Y que ése fue, desde el principio, el inconveniente de este pacto: que firmarlo hace imposible incorporar a la operación a la otra pata de eso que Sánchez llama, publicitariamente, las fuerzas del cambio, es decir, Podemos. La novia morada, Pablo Iglesias.

O ambos actores son de una consumada eficacia en el arte del fingimiento —que es posible— o realmente las posibilidades de que lleguen a ponerse de acuerdo son remotas. Pablo intentando que se hagan las cosas a la manera ---te recibo y hablamos, Pedro-- y de nuevo Pedro haciéndolas a la suya: que se sienten a hablar los negociadores y luego, si hay acuerdo, nos hacemos un selfie, Pablo. O sea, otra peineta. “Si Pedro quiere que sea su vicepresidente, tenemos que vernos”. Claro, ¿y si no quiere?

A lo que estamos asistiendo estos días es a una negociación a varias bandas para ganar una investidura. Pero a lo que estamos asistiendo estos dos últimos años, desde las elecciones europeas de 2014, es una carrera más larga y mucho más relevante: la pugna por la hegemonía de la izquierda en España. El PSOE con su historia centenaria y Podemos con su corta pero vibrante historia.

El día que se juntaron en Atresmedia los cuatro contendientes en aquel debate decisivo ya contamos que había, en realidad, dos debates en uno:el de Rivera con Sorayaque dio para poco—- y el de Sánchez con Iglesias, que fue, con diferencia, el más ácido. Ya entonces le restregaba Pablo a Pedro esto que luego ha repetido constantemente: que no manda en su partido, que está acosado por Susana, que le falta coraje para apostar por la izquierda de verdad (entiéndase con Pablo) porque está preso del PSOE casposo, conservador y puerta-giratorio. Y ya entonces le recriminó Sánchez a Iglesias que actuara con la arrogancia de quien se cree con la sartén por el mango. (Quien se cree o quien de verdad la tiene). Dos meses después, en ello siguen. Iglesias poniéndole deberes todos los días a Sánchez so pena de retirarle la certificación de posible presidente progresista y Sánchez ignorando cruelmente los deberes que le pone Iglesias y animándole a aceptar con humildad que la primera fuerza de la izquierda no es Podemos, es el PSOE.

Ahora viene el Tourmalet para el malabarista Sánchez. Cuando cierre el acuerdo con Rivera, tendrá que cerrar las sumas y las restas para salir elegido el cinco de marzo. Campaña de persuasión para ganarse a la opinión pública y meter presión a los actores en escena: nosotros ya nos hemos puesto de acuerdo para cambiar España, ahora los demás que se vayan retratando.

¿Qué hace Podemos? Cuyo papel en esta función será ya el de decidir si facilita ese gobierno anaranjado —que también tiene marca comercial, gobierno del cambio— o lo torpedea. ¿Y qué hace el PP? Permite con su abstención ese gobierno o escoge nuevas elecciones en las que puede subir aún más Podemos. Iglesias tiene la llave de unas nuevas elecciones sólo si el PP quiere que la tenga. Y los populares alegan, con razón, que ellos tienen más diputados que Sánchez y nadie les ha dado opciones para seguir en el gobierno. Pero los hechos son los que son: Sánchez tiene hoy el encargo del rey (de intentarlo) y va a formalizar un acuerdo con Ciudadanos. Dos de los tres grupos parlamentarios que según el PP debían asociarse ya lo han hecho. Éste será el argumentario que hagan suyo, en adelante, los recién casados.