OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "En lo único que se parecen Sánchez y Rajoy es en que mataron al padre político"

El tiempo pasa para todos. Haber sido dios en un partido político no significa que tu palabra sea ley por los siglos de los siglos. Eso vale para Aznar, que lleva años criticando la deriva de su partido, de aviso en aviso, como él dice. Y vale para Felipe, que por mucho Felipe que sea es Felipe emérito, como Benedicto.

Carlos Alsina

Madrid | 29.01.2016 07:59

En esto han acabado pareciéndose Aznar y Felipe. Predican cuando creen que deben hacerlo pero carecen de capacidad para tutelar a sus sucesores. Y en esto es en lo único que se parecen Sánchez y Rajoy: mataron al padre, o a los varios padres, y optaron por volar solos, emancipados. Sea para ganar altura o para acabar estrellándose.

A veinticuatro horas de que el PSOE reúna a sus cardenales para examinar el tablero que les ha dibujado Pedro Sánchez, la expectativa de que salga de allí maniatado, malherido, muerto o desinvestido el aspirante socialista ha quedado drásticamente rebajada. Si la esperanza de Rajoy estaba en el comité federal del sábado, abandone la esperanza porque no va a haber golpe de mano. Hablará Susana y marcará territorio Susana. Pero Pedro saldrá vivo.

Sánchez sabe lo que hay. Y los demás también.

Movimientos previos para limitar la capacidad de maniobra del secretario general ha habido, ciertamente, pero ninguno de enjundia suficiente como para poner en riesgo ni el puesto ni el plan de intentar meter en un mismo pacto a Ciudadanos y a Podemos. La cuadratura del círculo, la misión aparentemente imposible.

Ayer se juntaron a comer veteranos del partido socialista, muy veteranos, que están en el discurso contra Podemos. Nombres propios que en otros tiempos pesaron mucho en el PSOE --Ibarra, Solchaga, Leguina—y otros que, pese a su notoriedad coyuntural de estos días nunca tuvieron un peso específico notable –como José Luis Corcuera--. Viejos rockeros a los que la actual dirección (y buena parte de la militancia) ven más como lo primero que como lo segundo, ya no tocan la música que más se escucha en las casas del pueblo. A Leguina, o incluso a Corcuera, se les tiene respeto por lo que fueron pero, si hay que ser sinceros, en Ferraz se les considera tertulianos más próximos a posiciones conservadoras que referentes de la izquierda. De todos los asistentes a la comida el único que vive, en términos políticos, es Carmona, concejal de Madrid enemistado con la dirección nacional del partido. Las opiniones son siempre bienvenidas, pero la influencia que tiene un cónclave de veteranos como éste es ninguna.

Alfonso Guerra no estaba en la comida pero sí está en la misma tesis: que con Podemos no debe ir el PSOE ni a tomar un vino. Y Felipe González no hace falta preguntar: la opinión que tiene el expresidente sobre Iglesias y Monedero es conocida desde hace mucho tiempo. De todos los veteranos socialistas, Felipe es el único que preocupaba al equipo de Pedro Sánchez. ¿Cuánto puede influir lo que él diga? A juzgar por lo que se vio ayer, poco. En Ferraz han estado una semana temiendo que la aparición de Felipe desencadenara un terremoto. Ayer respiraban aliviados porque no ha sido para tanto.

Ni siquiera Susana, dicen. Ni siquiera Susana ha hecho suya la tesis de que hay que facilitar que gobierne el PP si Rajoy alcanza un pacto con Albert Rivera. Y es verdad. Susana Díaz lo que ha hecho es subrayar la primera línea roja que estableció el comité federal del PSOE —-y que es la que el PP se ha resistido a digerir como tal línea roja todas estas semanas—-: no facilitar en ningún caso que el PP siga en el gobierno. Quienes quisieron ver en la declaración de un tal Rodríguez Villalobos, presidente del PSOE sevillano, la prueba de que Díaz la emprendía contra Sánchez para dejarle en la oposición se equivocaba. Confundir los deseos con la realidad es un mal tan extendido entre los dirigentes políticos como entre algunos comentaristas políticos.

Desde el primer momento —-reconózcasele la coherencia—- Susana ha venido diciendo lo mismo: no al PP, no a transigir con el independentismo. Si eso supone cerrar todas las vías e ir a elecciones de nuevo, pues a elecciones. Ese es su pronóstico. El suyo, el de Rubalcaba y el de Rodríguez Zapatero.

Sánchez es justamente eso lo que va a tratar de esquivar: la repetición de las urnas. Mientras hay vida, dicen los suyos, hay esperanza. Por delante tiene una carrera de obstáculos, una yincana. Primero, conseguir que Podemos se olvide del referéndum en Cataluña. Después, sentarse a negociar con Iglesias un gobierno de coalición que no parezca una rendición a quien ya ha reclamado vicepresidencia y ministerios. Más tarde, garantizarse el apoyo del PNV a la investidura. Y por fin, rizando el rizo, seducir a Albert Rivera para que facilite que un gobierno de esas características pueda empezar a funcionar: Ciudadanos como alternativa a Esquerra Republicana y Convergencia Democrática.

Oiga, a primera vista esto es un imposible. Demasiada gente y con posiciones demasiado distintas, incompatibles en muchos casos. Cierto. Como Pedro Sánchez lo consiga, no hay que hacerle presidente, hay que hacerle secretario general de la ONU. En realidad, en su partido, ven bastante más posibilidades de que presida las Naciones Unidas de que llegue a presidir, ahora, el Gobierno de España. Pero él sostiene que alguna posibilidad tiene. Y él sabe que mientras tenga esa posibilidad, por remota que sea, seguirá vivo. Mientras esté negociando, dure lo que dure, estará blindado contra embestidas internas de su partido. Mientras mantenga que hay opciones, nadie le discutirá su condición de candidato. Ahora y, por si acaso pasara, en las elecciones de mayo.

Y el día que fracase Sánchez, si fracasa y los suyos lo desahucian, siempre podrá pedir que le reserven un cubierto en las comidas de veteranos.