DÍMELO BIEN

Judith González: "Recuperar nuestras fiestas populares está bien, pero donde esté un buen apreciativo, que se quite todo lo demás"

Judith González, nuestra filóloga de cabecera, ha usado la Tomatina de Buñol como excusa para hablar de los sufijos diminutivos o aumentativos.

ondacero.es

Madrid | 03.09.2022 10:55

Se han tirado 130 toneladas de tomates, que a Judith le parecen muchos tomates, pero no es lo importante para ella. Lo importante es que le llamamos Tomatina, con un diminutivo, a una fiesta que consiste en darse tomatazos, que es un aumentativo.

Tanto los diminutivos como los aumentativos son sufijos apreciativos y los apreciativos, si nos paramos a pensarlo, son estupendos. Son estupendos porque nos sirven para expresar ya incorporada al propio sustantivo, una valoración afectiva, nuestra valoración en el propio sustantivo. Me evitan tener que ponerle a la palabra adjetivos extra que expresen esa información. Ojo el juego que nos dan: «¿Quieres un poco?», «Nooo. Bueno, un poquito; un poquico; ná, un poquín; ponme un poquino más; echa otro poquillo; un poquitico; un poquitiquito». Nos ayudan a transmitir en la misma palabra muchos matices que el sustantivo original no tenía.

Además, son encadenables (como en chiquitico, dos diminutivos), pero es que hasta podemos encadenar uno de cada, cursiloncito (con aumentativo y diminutivo). Y por si fuera poco, los podemos poner en sustantivos, en adjetivos, en algunos cuantificadores, como todito...

En el castellano medieval el diminutivo más extendido era -illo/-illa, pero en español actual el más utilizado es el que acaba en -ito/-ita (en algunas zonas del Caribe alterna con -ico/-ica). Y es que esto también pasa con los apreciativos, que no se pueden poner así, a la ligera, en una nota para pedir rescate, porque rápidamente saben de dónde somos: si hablamos de la tierruca somos cántabros; si decimos guapiña, gallegos; si empleamos -in o -ina (ay, ese culín de sidrina), asturianos; el animalejo es más de La Mancha y si optamos por emplear -eto o -eta, tal vez nuestras raíces estén por la zona de Cataluña. Entonces, de mi libro «Consejos lingüísticos para delincuentes», el diminutivo más extendido es -ito; y si me escribís -illo pues tranquilos, porque empleando la forma latina, fijo que el delito ya ha prescrito.

En español Americano es más frecuente emplear los diminutivos con los adverbios, como en ahorita, allictio o apenitas; los emplean con numerales (dosito, cuadrito), con los demostrativos (estito, aquellito. Ej. Con estito nomás se evitan grandes males) e incluso son algunas interjeccio-nes como adiosito.

Con el uso americano a veces hay también dudas porque tenemos formas duplicadas en convivencia. Por ejemplo, nosotros decimos la manita, pero en muchos países americanos optan por la manito, que es válida, y en ambas zonas se puede escuchar manecita.

Quizá nos parezca raro ese cambio en el género, pero si es así pensad que, aunque la norma general es que el diminutivo no cambia el género de la palabra base, esto no es desconocido tampoco en español peninsular, de la calabaza sacamos el diminutivo masculino calabacín, de la camisa el aumentativo el camisón, o de la colcha, el colchón. Si me vais a decir que cambia el significado, tendré que decir que no siempre es así: de la foto está el fotón y de la parada el paradón, entre otros tantos.

Con los apreciativos no siempre es fácil salir de dudas, porque el diccionario no recoge las formaciones que son transparentes, solo incluye aquellas que tienen un significado más opaco, que no es el que cabría esperar… no vamos a encontrar arbolito, pero sí otros formas de sentido menos predecible como camarote, de cámara; flequillo, de fleco; pañuelo, de paño o estribillo, de estribo, ‘apoyo’.

Obviamente esta frontera entre qué sentidos son completamente transparentes y opacos no es tajante, no se puede afirmar categóricamente para todos los hablantes, pero en general creo que es más fácil percatarse de la relación entre sillita y silla antes que de que horquilla viene de horca, que viene. Igual que creo que también podemos estar de acuerdo en que algunas de estas formas introducen un sentido nuevo, a veces simplemente una valoración objetiva que tiene que ver con el tamaño, portón y puerta, y que otras formas, que no figuran en el diccionario, pero que son posibles y correctas, introducen un aporte más subjetivo, Galdós, por ejemplo, empleaba en ocasiones, sublevacioncita militar.

Cuando el significado es el que cabría esperar, solo podemos tener dudas con las cuestiones formales y esto lo podemos consultar en la Gramática, que tiene una parte entera sobre morfología, sobre la formación de las palabras.

Las gramáticas también listan los sufijos diminutivos y aumentativos que hay y dan nociones sobre cómo se combinan. Enumeran muchas de estas formas que hemos comentado y también otras como -ote (grandote), -ona (dormilona) y las acabadas en -azo, como el propio tomatazo.

Sabéis yo tengo que confesar que de los aumentativos me fío menos que de los diminutivos. Sí, tengo la sensación de que los aumentativos aumentan durante poco tiempo. Esto es, que nos acostumbramos rápido a la palabra y pronto necesitamos otro intensificador. Por ejemplo, de bajón, pronto pasamos a decir bajonazo o de tripón no es raro oír tripazo… Innovamos algo más, yo creo, otro uso novedoso, y que, al tiempo, acabará recogido en los diccionarios es emplear como aumentativo el sufijo -al. Por el momento solo se recogen sus sentidos tradicionales para indicar relación o pertenencia como en cultural (‘relativo a la cultura’) y para indicar el lugar en el que algo abunda, en un arrozal hay arroz; pero derivado de este último sentido yo lo vengo escuchando en expresiones como esto es un juegarral, es decir un juego tremendo, un juegazo de la leche. Ese sentido de que algo abunda, como aumentativo, vas a estar ahí jugando miles de horas.

Esta confluencia de distintos sentidos en un mismo sufijo no es extraña en nuestra lengua, de he-cho, es lo que sucede con - ina, que además de formar diminutivos como culebrina, sirve para formar sustantivos que indican una acción súbita o violenta, el mismo que tenemos en escabechina, regañina o Tomatina.

Conclusión: que recuperar nuestras fiestas populares pues estará muy bien, pero, para una filóloga, donde esté un buen apreciativo… a mí igual se me pasa la vida y no le he lanzado 130 toneladas de tomate a la muchedumbre, pero cada vez que veo que veo a un chico mentalmente decido si es un chiquillo, un chicuelo, si es chiquitico, chiquitín o chiquituco o si por el contrario es tan chicazo, tan chicote que ya es todo un hombretón.