Hace un año gigantescas olas arrasaban la costa japonesa. El Tsunami se llevó por delante miles de vidas. Más de 300 mil habitantes siguen desplazados, fuera de sus domicilios. Hay ciudades costeras que todavía son un amasijo de escombros, donde los restos de las casas y bienes devastados levantan montañas de hierro retorcido, cascotes y dolor inmenso. Un dolor siempre contenido por el pueblo japonés. A todo esto hay que añadir el terremoto financiero y económico, agravado por los escapes radiactivos de Fukusyma. El Gobierno de Tokio ha gastado hasta ahora unos 200 mil millones de euros en presupuestos extraordinarios para atenuar el desastre. Es decir, ha gastado, en cuestiones relacionados con el desastre, el doble de lo que supone el gasto de la Administración Central española en un año. Al dolor humano, a las pérdidas económicas, se añade la complejidad de desmantelar la central nuclear, un trabajo que puede durar décadas. Además, están los daños económicos colaterales. Prácticamente toda la industria nuclear nipona se paralizó. Y no era residual, Japón contaba con 54 reactores. La descontaminación en Fukusyma es lenta y medio centenar de países todavía mantienen limitaciones y controles añadidos a las importaciones de productos japoneses. La falta de suministro energético y la propia devastación del tsunami dejó fábricas anegadas y otras inutilizadas. En un año quebraron unas 650 empresas. Los sectores que más sufrieron, en principio, fueron el electrónico y el del automóvil, Toyota, Honda, Sony, y otras grandes marcas, estuvieron paralizadas durante semanas e incluso tuvieron que trasladar producción al extranjero. Se calcula que el tsunami ha supuesto una pérdida del 0,7% en el total del PIB japonés. Un tsunami económico que no quedó sólo en Japón. Repercutió en el resto del planeta especialmente en sus socios asiáticos e incluso en la política atómica europea. Ahí está, por ejemplo, Alemania y la aprobación de su apagón nuclear.
Minuto económico: Tsunami
Hace un año gigantescas olas arrasaban la costa japonesa. El Tsunami se llevó por delante miles de vidas. Más de 300 mil habitantes siguen desplazados, fuera de sus domicilios. Hay ciudades costeras que todavía son un amasijo de escombros, donde los restos de las casas y bienes devastados levantan montañas de hierro retorcido, cascotes y dolor inmenso. Un dolor siempre contenido por el pueblo japonés. A todo esto hay que añadir el terremoto financiero y económico, agravado por los escapes radiactivos de Fukusyma. El Gobierno de Tokio ha gastado hasta ahora unos 200 mil millones de euros en presupuestos extraordinarios para atenuar el desastre. Es decir, ha gastado, en cuestiones relacionados con el desastre, el doble de lo que supone el gasto de la Administración Central española en un año. Al dolor humano, a las pérdidas económicas, se añade la complejidad de desmantelar la central nuclear, un trabajo que puede durar décadas. Además, están los daños económicos colaterales. Prácticamente toda la industria nuclear nipona se paralizó. Y no era residual, Japón contaba con 54 reactores. La descontaminación en Fukusyma es lenta y medio centenar de países todavía mantienen limitaciones y controles añadidos a las importaciones de productos japoneses. La falta de suministro energético y la propia devastación del tsunami dejó fábricas anegadas y otras inutilizadas. En un año quebraron unas 650 empresas. Los sectores que más sufrieron, en principio, fueron el electrónico y el del automóvil, Toyota, Honda, Sony, y otras grandes marcas, estuvieron paralizadas durante semanas e incluso tuvieron que trasladar producción al extranjero. Se calcula que el tsunami ha supuesto una pérdida del 0,7% en el total del PIB japonés. Un tsunami económico que no quedó sólo en Japón. Repercutió en el resto del planeta especialmente en sus socios asiáticos e incluso en la política atómica europea. Ahí está, por ejemplo, Alemania y la aprobación de su apagón nuclear.