OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Este es el mundo globalizado en el que vivimos, en el que un atentado queda registrado por un móvil"

Monólogo de Alsina: "Este es el mundo globalizado en el que vivimos, en el que un atentado queda registrado por un móvil"

• Un camión cargado de hierro –-robado— empleado como arma destrucción, como apisonadora de vidas.

• Un cadáver en el interior de ese camión que todo indica que corresponde al verdadero conductor, la primera víctima mortal del asesino múltiple.

• Un lugar concurrido, al aire libre, con multitud de víctimas potenciales:la marca del terrorismo yihadista.

• Y la información de que disponían los servicios de inteligencia occidentales y que se plasmó en una advertencia del ministerio de Exteriores de los EEUU el mes pasado: los eventos, festivales y mercados al aire libre relacionados con la navidad era mejor evitarlos. Había información fiable de que no sólo Daesh, también Al Qaeda, planeaban atentados en Europa para estas navidades.

Siempre conocemos los atentados que llegan a producirse. Casi nunca trascienden aquellos que los servicios de inteligencia han conseguido abortar.

Berlín, cinco meses después de Niza. El enorme camión negro.

A estas alturas ya sabemos que al terrorista le sirve para matar lo mismo un fusil que un cinturón bomba, que un avión o que un camión que se sale de la calzada, invade la zona peatonal y embiste contra el mercado.

Éste es el mundo en que vivimos. Hay atentados, matanzas, casi cada día.

• En Yemen: cincuenta reclutas asesinados el domingo en un atentado con cinturón bomba. Hacían cola para cobrar la nómina.

• Jordania: el castillo de Karak. Catorce asesinados este fin de semana.

• El Cairo: la iglesia junto a la catedral. El atentado de hace una semana.

• Estambul, junto al estadio del Besiktas. Los cuarenta asesinados de primeros de mes.

Éste es el mundo que tenemos. El mundo globalizado en el que un atentado, por remoto que sea el lugar donde sucede, queda registrado por la cámara de un teléfono móvil. Si ese lugar es una gran ciudad, entonces la difusión de lo ocurrido, y de lo que sigue sucediendo, es inmediata. La transmisión en tiempo real de cuanto nos sucede.

En una sala de exposiciones de Ankara fue asesinado ayer, varios disparos por la espalda, delante de todo el mundo, el embajador ruso Karlov. El asesino, con traje y corbata, siguió empuñando el arma después de matar al embajador y soltó una soflama sobre el sufrimiento de los civiles en Alepo y los muertos causados por los bombardeos rusos. Invocó varias veces a dios —-dios se dice Alá— antes de resultar muerto él mismo por la policía turca.

El asesinato del embajador, en la televisión. Un primer plano del hombre cuando recibe el primer impacto, el rostro de sorpresa, el cuerpo que se desmorona al suelo. El asesino ha resultado ser un policía turco que estaba fuera de servicio. Un empleado público del gobierno de Turquía. Cuando no han pasado ni cuatro meses del restablecimiento de relaciones entre Erdogan y Putin después de que el primero le derribara al segundo un avión militar en la frontera siria antes del verano. Y cuando aún se tambalea el acuerdo alcanzado por los dos bandos que se han disputado Alepo —el gubernamental y los llamados rebeldes (Al Qaeda entre ellos)— con la mediación del gobierno turco. En realidad el pacto es entre Rusia y Turquía, y ese acuerdo lo que, en opinión de Putin, se ha querido hacer naufragar.

Sabotear la relación ruso turca y beneficiar a lo que los rusos llaman los terroristas.

Putin y Erdogan, dos tipos autoritarios que han ido acumulando cada vez más poder en sus países respectivos. Ambos saben agitar la coctelera metiendo en el mismo saco —la denominación de terroristas— a grupos diversos que ejercen la disidencia. Tal como a Putin le acusan varios gobiernos europeos de aprovechar la coartada bélica para practicar la represión, a Erdogan le acusan los kurdos de hacer lo propio con ellos mismos.

El zar ruso siente que la historia le va dando la razón. Encuentra en el asesinato de su embajador en Ankara nuevas razones para intensificar, ha dicho, su política antiterrorista. Que significa que encuentra nuevos argumentos para sostener que si hasta ahora ya no había contemplaciones con estos grupos considerados terroristas, a partir de ahora el objetivo es eliminarlos del todo, borrarlos —de una vez— del mapa.

Cinco años después de entregar el poder, ZP se dejó ver por el Congreso para que su partido le rindiera un homenaje. La dirección interina del PSOE al rescate del ex secretario general que en 2010 acató las instrucciones de la troika y se desdijo de aquel discurso suyo de la salida socialdemócrata de la crisis. Zapatero se sintió traicionado cuando Pedro Sánchez repudió la reforma express de la Constitución como si hubiera sido una traición al ideario de la izquierda. Y Zapatero movió todos los hilos que pudo (pocas cosas que le entretienen más que andar tejiendo y destejiendo alianzas) para moverle la silla a Sánchez. Entre todos le movieron y él, en su infinita ceguera, él solito se la pegó. Ahora es Pedro quien vaga por España —en su Peugeot— suspirando por el tirón que una vez tuvo y es Zapatero quien se pasea por el congreso como un pope. La táctica susanista queda patente: antes de ella estuvo Zapatero y, entre medias, nada. Han empezado a borrar la sonrisa de Pedro, y a Pedro mismo, de la historia del PSOE.

Y Zapatero encantado de que todo el mundo se le acerque, todo el mundo le pregunte, todo el mundo le celebre.

La excusa para hacerle la ola a ZP era el décimo aniversario de la ley de Dependencia. 2006. Reivindicando la primera legislatura y pasando de puntillas por la segunda.

En 2008 ganó las elecciones con 169 diputados. Tres años después, y con Rubalcaba de testaferro (prestanombre), se quedaron en 110. Y aún no había entrado en el Congreso su mayor rival, hijo de aquella legislatura amarga: Pablo Iglesias. Podemos.