Hace años, director, que casi nadie colma mis expectativas. Pero, ya que me lo preguntas, tendré que decir antes cuáles eran esas expectativas. Cuando un presidente del gobierno acude al centro del conflicto, yo espero que lleve: un diagnóstico sobre el conflicto mismo; un esquema de arreglo de las causas que lo provocaron y una oferta de superación.
¿Qué ofreció Pedro Sánchez? Creo que el diagnóstico lo dio por conocido y su gran aportación fue asumir una parte de las culpas de los errores del procés. Creo que se puede aceptar. El arreglo de las causas supone un análisis del desapego catalán que condujo al problema territorial. Y ahí el presidente voló por el reino de las musas bajo el manto de la grandeur de construir un nuevo país, de sumar a millones de españoles a la convivencia con mucho diálogo, muchos puentes, muchos sentimientos y mucha concordia. Y en la oferta de superación, la lírica sustituyó al programa y la autoridad del gobernante fue servida en un celofán de buenismo poético que no sirve para la mesa de diálogo.
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A cambio, dos detalles rebasaron mis expectativas. Uno, la apuesta por la unidad que, si no es válida para seducir a independentistas, tiene que haber pretendido callar a quienes le atribuyen la intención de disolver España. El otro, la ambición de Sánchez: nada menos que “empezar a cambiar la historia de todos”. La grandeza épica del proyecto rebasó tanto mis expectativas, que esta noche no he dormido de ansiedad.