No ya porque Albert Rivera se ha marchado entre los escombros de su partido, sino porque Ciudadanos ha transitado de la alternativa de poder al peligro de derribo. Se ha convertido en una fuerza sin fuerza. Y en un proyecto expuesto a dirimir la supervivencia.
Redaños y carisma tiene Arrimadas para asumir las tareas de timonel, pero el hábitat no puede ser más hostil. Hubiera sido mejor idea proclamarla candidata no después del 10N, si no un par de meses antes.
Hubiera funcionado el recambio como mejor estímulo político de Ciudadanos:
- La única mujer entre las aspirantes a la Moncloa.
- La novedad de los comicios.
- La valedora de la gran victoria en Cataluña.
De allí se la trajo Rivera. Se trataba de foguearla en el Congreso. Y de salvaguardarla de la hostilidad de la política catalana, pero no fue una buena idea descuidar el frente del Parlament ni terminó de adquirir Arrimadas en Madrid un papel determinante.
Las circunstancias le obligan a desempeñarlo ahora. Un trabajo hiperbólico, no ya por la angustia política de Ciudadanos, sino por el problema que implica sobreponerse a la orfandad de Rivera y al modelo del hiperliderazgo.
No está claro que Inés Arrimadas pueda hacerlo, resucitar a Ciudadanos, se entiende.
Pero si está claro que debe hacerlo.
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