opinión

Monólogo de Alsina: "Cuando esto pase, habrá que revisar todo lo que se hizo y se dejó de hacer, sin reinventar la Historia"

Diario de la pandemia. Dos de abril. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

Carlos Alsina

Madrid | 02.04.2020 08:18

· Hace un año hicimos un viaje en este programa. Viajamos a un planeta que, mirándolo de lejos, se parece mucho al nuestro pero que, viéndolo de cerca, tiene un montón de diferencias. Lo bautizamos entonces como el planeta azul. El dos de abril es su día. El día de sus habitantes, las personas que tienen trastornos del espectro autista. Los TEA. Azul como el mar. A ratos en calma, a ratos en tempestad.

Me lo recuerda Adrián, que hace un año cerró nuestro programa cantando un rap. Y que ahora me explica que a las personas como él, los TEA, los cambios de hábitos y rutinas les afectan mucho más que a nosotros. Me veo a mi mismo aguantando malamente estos días las restricciones, la distancia, el confinamiento e intento entender cómo será para ellos.

Asumo que nos cuesta ponernos en la piel de cualquier persona que no seamos nosotros mismos. Aunque no estoy seguro de que este mundo irreal en el que ahora vivimos nos lo ponga aún más difícil o al revés, nos permita entender cuánto nos afectan las situaciones que nos sobrepasan.

Voy a apuntar una cosa en la agenda del 2021: dos de abril, que será viernes. Visitar de nuevo el planeta azul y pedirle a Adrián que rapee.

· Elena, que es farmacéutica, me hace la competencia con su Diario de la Botica. Pasa lista de quiénes han ido entrando a su local y a los que les debe un abrazo. 'Gonzalo es anestesista y antes venía una vez al mes', escribe Elena, 'a por su tratamiento. Ahora viene a menudo a por cosillas para su madre. Ayer, cuando apareció, le pregunté ¿qué necesitas? Y me dijo: hoy nada, sólo saber que estáis bien'. Se iba deprisa al hospital a habilitar un quirófano y convertirlo en UCI. Luego llegó Carmen, que es médico y ha estado recluida siete días en casa por una neumonía, no de coronavirus sino bacteriana. Ha dado negativo y está contenta porque mañana vuelve a pasar consulta. Conchita, que es oftalmóloga, se ha organizado para conseguir apartamentos para los enfermeros que prefieren no dormir en sus casa, por miedo a llevar el virus. 'Natalia me contó que a su tío le han dado mal pronóstico. Su tío es como si fuera su padre, y el primo de Natalia se ha ido para la casa de los padres para que la madre no esté sola cuando llamen del hospital para informarle'. Elena pasa trece horas en la farmacia y cuando vuelve a casa la esperan el marido y los dos hijos adolescentes. El mayor se rapó el pelo al cero y ella pensó que era enajenación transitoria fruto del confinamiento. Pero resulta que no. No es trastorno sino tendencia.

· Leticia, que tiene dos niñas, me grabó una nota de voz a las dos de la mañana. No podía dormir. La pequeña tiene un año y medio. Han sido días complicados porque ha tenido al marido, cuarenta y dos años, hospitalizado.

Quién tiene respirador y quién, no.

· Me cuenta una médica que en su hospital se ha recurrido a los respiradores de las ambulancias para tratar a pacientes ingresados. Pero son respiradores diseñados para estar funcionando unas horas, no todo el tiempo. Y de tanto tenerlos en marcha al final se rompen. No recuerdo las veces que las autoridades han anunciado la compra de miles de respiradores. Y la fabricación de ingenios españoles que puedan abastecer de urgencia los hospitales. Seguro que muchos han llegado. Tan seguro como que hay centros en los que siguen faltando.

· Escuché al ministro Illa contar que están bajando los ingresos de pacientes en las UCI y me pareció un dato alentador. Pero luego pensé que alentador será cuando salgan más pacientes de los que están esperando para entrar. Cuando las altas sigan llegando sin que lleguen a las urgencias nuevos pacientes que apenas pueden respirar. Me dice un médico: es difícil que aumente el número de ingresos en UCI si ya no quedan camas de UCI. Los contagiados aumentan a menos velocidad que hace una semana, pero aún aumentan. El número de fallecidos crece más despacio que hace una semana, pero sigue creciendo. Los que ahora mueren sintieron los primeros síntomas hace quince días; es probable que se contagiaran antes del confinamiento. Ésa es la esperanza: que empiece a caer ahora el número de nuevos contagios fruto de la reclusión en la que estamos.

· Me ha escrito Irene, que es enfermera de una UCI de Madrid. No está animada. No lo oculta.'Nuestra UCI tenía dieciocho camas. Ahora nos hemos expandido por el hospital y hay sesenta. Pero fabricar camas de UCI significa que compañeros que antes hacían endoscopias ahora están manejando enfermos graves y eso les quita el sueño. Lo peor es tener que llamar a la familia a las cinco de la mañana para contarle a una hija que su padre ha fallecido. Esa hija que cuelga el teléfono y ya no tiene padre. Yo –me dice Irene-- estoy en la fase de ira. Ya no soporto los vídeos de sanitarios bailando. Estoy enfadada. Estoy triste. Quizá sea el cansancio de llevar diez horas con el EPI puesto y bolsas de basura en los pies, pero no veo la salida'.

· Cuando leo cartas como ésta me gustaría saber qué le puedo decir a Irene que le anime. Sólo se me ocurren estribillos y frases de almanaque. Y reconocer, por supuesto, que tiene todo el derecho a la ira. Incluso todo el sentido.

· Ha escrito Marta García Aller que el Covid ha puesto el lenguaje del revés. Que ahora dar positivo resulta negativo y dar negativo se celebra con un hondo respiro. Que el EPI ya no es el compañero de Blas, sino el equipo de protección individual. Y que el pico es nuestra aspiración nacional, llegar al pico. Los medios picoteamos en la jerga de médico, de científicos y de estadísticos. La curva es nuestra prima de riesgo de esta crisis: el termómetro que consultamos cada día para ver cómo de mal seguimos estando. La curva y el aplanamiento. Quién nos iba a decir que acabaríamos todos moviendo así la manita, haciendo el gesto de quien alcanza una cima. Que es el mismo gesto de quien acaricia la cabeza de un gatito.

· La televisión de estos días consiste en conectar con las casas de la gente. Redactores, tertulianos y ministros, igualados todos por skype sin iluminación ni maquillaje. Las webcams no hacen justicia a los que salen, o a lo mejor sí, a lo mejor es que hacen justicia. No hay dos cabezas del mismo tamaño. Pero sí hay muchas librerías iguales.

· Veo otra vez a Irene Montero, entrevistada en casa, y caigo en la cuenta de que emite desde el chalet más famoso de España. La que lió aquel chalet; hubo un plebiscito y todo sobre la tinaja. La pareja reclamó, con razón, que se respetara su privacidad. Creo que por eso Montero acoplarse en el último rincón de su casa para hacer sus conexiones con las teles. Todo lo que se ve es una estantería estrecha y medio vacía. El que quiera cotillear cómo es la casa, que se olvide. Me alivia pensar que la ministra, concluida la conexión, sale de su rincón.

· Atiendo a lo que está diciéndole la ministra a Susanna Griso y me ahogo en el torrente de frases interminables. Cómo se puede decir tan poco hablando tanto. Qué sentido tiene repetir cada día la monserga de que éste ha sido el gobierno más rápido en tomar medidas para contener la epidemia. De los primeros de Europa, dice Irene. Como si hubiéramos sido más precavidos que nadie. Las primeras medidas se tomaron cuando ya había cinco mil contagiados y cien muertos.

Compruebo que para esta ministra Italia no existe. El primer gobierno de Europa en confinar fue el italiano, no el Irene, y Pablo, y Pedro. Era imposible prever. Consigna tras consigna sigue armando el gobierno su relato. Ministra de Igualdad desmemoriada.

· Temo que ésta será la secuela política más evidente del coronavirus: la desmemoria de los gobernantes y la invención de la Historia. La crisis del coronavirus como nunca, en realidad, se produjo. Un gobierno visionario que se anticipó al resto del mundo y gracias a su pericia, su experiencia y su eficacia, fue capaz de conseguir... ¿el qué? Que el número de contagios afloje cuarenta días después de haberse confirmado los primeros casos, habiendo enfermado más de cien mil personas y con nueve mil fallecidos que, según la Imperial College que citó ante-ayer el vicepresidente Iglesias, serán más de 20.000 cuando la epidemia termine. Y además, el paro y la precariedad económica que viene.

· Tiene razón el gobierno. Habrá que revisar todo lo que se hizo, cuándo se hizo y, sobre todo, lo que no se hizo habiendo podido hacerlo. Y habrá que explicar bien cómo se están haciendo los números. Si no se están haciendo los test a miles de personas con síntomas, cómo se sabe el número real de contagiados. Si sólo aparecen como difuntos por el coronavirus aquellos que previamente habían sido diagnosticados, qué pasa con quienes han fallecido probablemente de coronavirus pero sin test previo positivo. Habrá que revisarlo todo para establecer la dimensión de esta epidemia. Sin sesgos. Retrospectivos.

· No sé si a los espectadores, los oyentes, los lectores les parecerá tan importante como a nosotros que al presidente del gobierno, y a los ministros, y a los altos cargos, se les pueda preguntar de viva voz en las comparecencias éstas (manifiestamente mejorables) que se están haciendo en la Moncloa. Hay un chat en el que una legión de periodistas publica sus preguntas y luego el secretario de Estado, que es el gobierno, selecciona, reúne y a veces reformula las que le parecen más pertinentes. Es el gobierno, en la práctica, el que pregunta al gobierno. Y diga lo que diga el presidente, o el ministro de turno, no hay opción de repreguntarle. El secretario de Estado, que es el gobierno, pasa a la siguiente. Ha habido rebelión de periodistas y respuesta gubernamental, temo que un poco irritada. Invita a las asociaciones de prensa a que digan ellas cómo hay que hacerlo. Pero añadiendo que han de tener presente la diversidad de medios nacionales, regionales e internacionales. Que es la forma de decir: no os creáis los de Madrid que tenéis más derecho a preguntar que el diario local de Ceuta. Es el segundo encontronazo serio del secretario de Estado con la prensa.

· He visto el tuit de Susana García con la foto de esta nota memorable que una madre previsora ha pegado en la puerta de la nevera de casa. Son todas las respuestas necesarias a cualquier pregunta que puedan hacer los hijos. La nota dice así: 'La respuesta a tu pregunta es una de éstas: no; en tu cuarto; no os peléis; no sé qué hay de comer; luego te ayudo a buscarlo; y en la lavadora'. Es como una navaja multiusos, en versión nota de nevera.

· Felicito a Patricia, que se enterado de que va a ser madre y le ha salido escribírmelo en una carta corta. Que dice: 'Serán las hormonas, pero quiero compartirlo por si alguna otra mamá está como yo, o sea, con los sentimientos a flor de piel, llorando cada poco y con una niña de tres años que cuando ve el sol se emociona y sale al balcón a bailar'. Voy a ponerle esta canción italiana a la hija de Patricia para pueda salir al balcón ahora mismo, bien abrigada.

· Antes quiero que escuches a Mercedes, en cuya voz resumo las voces de miles de abuelas que añoran apretujar a sus nietas.

· Hay abuelas que se peinan para hacer las videollamadas con sus nietos y hay abuelas que se pintan los morros para salir a hacer la compra. Yo lo sé porque me lo han contado.

· Hasta ahora mismo. No salga a la calle todavía, que aún no hemos puesto el Facciamo. Y, por favor, un nuevo llamamiento a las personas bajitas de España que se hacen pasar por niños con la única y perversa intención no ya de inventarse la letra del Facciamo, sino de inventarse la música. A ver, Sergio y Andrea, una cosa es hacer versiones libres y otra... cantar lo que uno quiera.

Supongamos que sí. Que a pesar de que todo va regular tirando a mal, todo acabará yendo bien. Aunque tengamos que rebajar igual nuestra medida de lo que significa ir bien. Hagamos que. Hagamos como que. Facciamo, finta, che.

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