De la llegada del hombre a la luna hay tantas evidencias que produce rubor leer a los conspiranoicos. De las conversaciones entre Sánchez e Iglesias no existe, sin embargo, prueba documental alguna sobre lo que ambos se han dicho. Que Iglesias exigió ser vicepresidente sólo lo dice Sánchez —él y sus estrategas monclovitas que llevan días calentándole la cabeza con ese asunto a periodistas de renombre—. No es posible saber si Iglesias ha exigido ser número dos (por muy creíble que sea); lo que sí es posible saber es que Sánchez sabe de sobra quién es Pablo, lo que defiende y lo que representa desde hace años, así que no, no es creíble esta contrariedad que interpreta Sánchez al haber descubierto, oh cielos, que su compadre de izquierdas, aquel con el que presumía de haber gobernado ya diez meses, el que le hizo de celestino con Puigdemont y con Oriol Junqueras, es un peligro para la democracia española. Vaya por dios, Pedro, qué compañías eliges para irte de farra.
El candidato contrariado, padre del 'no es no' y castigado ahora con lo que él mismo sembró—qué mal encaja un no quien se hizo un hombre enarbolándolo—, pasó ayer al ataque personal en su campaña para someter a Podemos y adelgazar todavía más a Pablo. No es que le haya puesto una cruz, señora, es que le ha puesto un cementerio entero.
Iglesias es el demonio, señora. El mismísimo demonio. Con el que Sánchez ha estado haciendo manitas hasta que Satanás le presentó la cuenta y le recordó que para seguir disfrutando del colchón hay que pasar por caja. Ahí fue cuando Sánchez abrió de repente los ojos y se dijo a sí mismo: pero qué estoy haciendo, si este hombre llama preso político a Junqueras y defiende el referéndum de independencia. Claro que lo hace, Pedro, exactamente igual que los otros dirigentes de Podemos a los que dices estar dispuesto a hacer ministros siempre que disimulen que son morados. ¿Cómo era?, 'perfil técnico y no político'. La gresca ya es personal porque Sánchez veta a Iglesias por ser Iglesias, no por lo que defiende Podemos. Y en respuesta prepara Iglesias el veto a Sánchez: estamos a dos telediarios de empezar a escuchar que el problema para el entendimiento de la izquierda se llama Pedro. Estamos a dos telediarios de ver a Iglesias en la tribuna del Congreso diciéndole al colega 'váyase, señor Sánchez, váyase'.
Es todo tan burdo en las tácticas de estos líderes tan versados en Juego de tronos y House of cards que cuesta tomárselos en serio. Ábalos dijo aquí a las nueve de la mañana: no hay vetos, si Iglesias quiere ser ministro que lo hable con Sánchez, no hay problema. Tres horas después estaba Sánchez con Ferreras diciendo: '¡anatema, anatema, cómo voy a querer a Pablo si el tío lleva coleta!' Pues claro, hombre, bien lo sabías. Que tiene coleta, que vive en Galapagar, que es colega de los independentistas y que visita en prisión a Oriol Junqueras. Todo eso ya lo sabías cuando dijiste en campaña que no tenías problema en compartir con él el gobierno. Si ahora hay elecciones de nuevo, a ver qué dices.
Podría parecer que, después del destrozo que le hizo ayer Sánchez a su relación con Podemos y del destrozo previo que le hizo Iglesias con la consulta teledirigida para darse la razón a sí mismo, hay que descartar ya para siempre que Pablo acabe siendo ministro de Pedro. Pero si lo piensan bien, es al revés.
Con la trayectoria que tiene Sánchez, hay que dar la enhorabuena a Iglesias porque hoy tiene la moqueta más cerca. Déle una vuelta: no hay una sola cuestión en la que este presidente de gobierno no haya acabado haciendo lo contrario de lo que predicaba. Pasó del 'no es no' al 'sí porque sí'; del 'claro que hay rebelión' al 'dígale a la abogacía del Estado que me lo deje en sedición'; de Pedralbes y los mimos a Torra a repudiar a los independentistas, traicioneros de los que no se puede uno fiar. Si hoy dice que sería un drama para España tener de vicepresidente a Pablo Iglesias acabaremos escuchándole decir la buenanueva que representa para España poder contar con un hombre tan preparado.
Iglesias y Sánchez se suben cada día al escenario a interpretar el papel que toca. Iglesias es mejor actor que Sánchez, pero a los dos esta función les está retratando como lo que no son: víctimas de la ambición de poder del otro. La ambición es indiscutible y el poder, en efecto, lo ansían. Pero víctimas no son el uno del otro. Los dos son víctimas de sí mismos. El látigo de la casta por estar suspirando ahora porque le dejen gobernar un poquito y el padre de la vetocracia porque le están dando a beber un bidón de su propia medicina.
Ahora Sánchez vuelve a pasar por el vestidor de la Moncloa para cambiar (otra vez) de traje. Cuelga el de izquierdista amigado con Podemos para la justicia social, el cambio climático y todo aquello y se pone el de constitucionalista preventivo que, anticipándose a la sentencia del Supremo y la previsión de lío, amaga con tener que aplicar otra vez el 155 y encuentra ahí la coartada para invocar la unidad de acción con Rivera y con Casado. Se me abstengan en septiembre para tener un gobierno en plenitud que le plante cara a los puigdemones y los rufianes cuando estos quieran incendiar Cataluña.
Ni 'Borgen' ni 'House of card', ya se lo dije una vez. En España la política está inspirada en Los Bingueros.
Y si el hombre llegó a la luna, ya me dirá usted por qué Javier Maroto no iba a poder llegar al Senado pasando por Castilla y León sin haber vivido allí ni medio minuto. Lo increíble no es lo del Apolo 11, señora diputada, lo increíble es lo de todos ustedes.