—-Eh, que ahí pone ni nombre en rotulador gordo.
—-Ah, como no te levantabas…pensé que no tenías interés.
Cuidado con los niños vecinos, que son muy de acción rápida. Éste es el día en el que no se puede estar en la cama ni un minuto más. Hoy no hay que dar la hora, hay que vocearla. A pulmón lleno. ¡Son las ocho de la mañana! ¡Ya son las ocho de la mañana! Las ocho, señora. Las ocho, señores.
Niños de España y el extranjero, pero qué hacéis arrebujados todavía en el edredón, si el día ya ha comenzado. En Canarias son la siete, pero es que allí los reyes madrugan más. Porque seguramente han venido. “Mientras dormías”, como el título de la película. Bueno, no exactamente como la película porque en ésa sale Sandra Bullock haciendo de taquillera del metro y en tu casa, seguramente, Sandra Bullock ni sale ni entra, pero tú me entiendes. Es seis de enero. Si hay un día en el que ni hay que andar explicándolo todo, es éste.
La cuestión es que, mientras tú dormías, ha habido tal trajín a tu alrededor que parece mentira que hayas seguido toda la noche como un cesto. Si acabas de abrir el ojo igual no te has dado cuenta, pero hay pistas que delatan que por tu casa ha pasado gente. Gente regia, aficionada a tomarse una copita —-de cava, de vino dulce o de anís, son sus preferencias, por ese orden— y capaz de entrar, revolver, colocar, tomarse el lingotazo y salir en un tiempo súuuuper rápido, una décima de segundo o menos.
No es por que sean magos, que vale, ayudar ayuda. Es por dos razones:
· Una, la experiencia. Aunque sólo lo hace una vez al año, son ya dos mil y pico años haciéndolo. Multiplica, tú que te sabes las tablas. ¿Dos mil y pico por uno? Ahi lo tienes, experiencia acumulada para parar un barco. A Gaspar se lo preguntó un concejal anoche en la cabalgata —-¿cómo hacen ustedes, señores, para ser tan eficientes?—-. Y él respondió: “Know how”. Porque Gaspar es muy de usar expresiones en inglés, como Luis de Guindos. Y el pobre concejal, que no sabe una palabra ni de inglés ni de eficiencia ni, sobre todo, de gobernar un ayuntamiento, se le quedó cara de “este rey habla en indio”. “Know how”, volvió a decir Gaspar para rematar la conversación y seguir tirando caramelos.
· La otra razón es el trabajo en equipo. En el reparto nocturno de regalos pasa como en la Fórmula 1. Que el famoso es el piloto que se pone al volante, pero detrás hay un montón —-pero un montonazo—- de personas trabajando de las que nadie se acuerda salvo cuando tardan demasiado en cambiarle los neumáticos al coche. Pues con los camellos pasa lo mismo, que hay que ir revisándolos cada veinte o treinta calles para que no sufran averías ni se queden sin combustible. Si llueve, con mayor motivo, porque hay que ponerles las pezuñas de lluvia. Ése es el trabajo de los mecánicos reales: cada camello tiene su equipo y entre ellos hay bastante pique. Porque los reyes también son muy competitivos, no te creas. En la cabalgata van tranquilitos, uno detrás de otro, pero en cuanto empieza el reparto de regalos, guau, les encanta adelantarse y decirse al pasar: “ahí te quedas, Melchor, que cabalgas como un abuelo…” Siempre se están metiendo con Melchor, porque es el más paradito. ¡Pero también es el que tiene los quince puntos del carné, permíteme que insista!
A Gaspar y Baltasar, cuando no les ve nadie (que es todo el año menos el rato de la cabalgata) les gusta hacer el cabra. Créetelo. Anoche en una curva cerrada cerca de Lalín casi se van al suelo : llegó a tocar la pata de un camello con la pata de un rey (digo la pierna). No se cayó un camello encima de un saco de regalos por estas. Bueno, y encima de dos pajes. Que ésa es la otra parte de la plantilla real. Los pajes. Madre mía los pajes, ellos sí que curran. Y sin camello ni poney ni monopatín ni nada, ellos hacen todo el reparto corriendo. Pobres chavales, acaban destrozados. Chavales y chavalas, porque hay de todo, chicos y chicas. O sea, pajes y…chicas.
Parecen muy jóvenes, pero algunos llevan con los reyes magos casi casi desde que empezaron. Dos mil y pico años. Como los pajes tampoco envejecen. Tú los ves y parecen adolescentes. Pero algunos tienen más años que Berlusconi, y ellos nunca se han operado. Es como si el tiempo no pasara para ellos. Siguen viendo bien de cerca, no han echado barriga, en fin, como si fueran de verdad chavales. Y con know how.
¿Que por qué no pasan los años para ellos? ¿Ni para los reyes? Ah, yo eso no lo sé. Pero si tenéis curiosidad, una gran curiosidad, una curiosidad de ésas que no te deja ya pensar en otra cosa hasta que conoces la respuesta, entonces se lo podéis preguntar a papá o a mamá. Ellos seguro que lo saben. Porque para eso ellos son los padres.
Total, que en cuanto terminaron las cabalgatas de ayer, empezó el lío para los pajes, los camellos, los mecánicos y los reyes. Ya te conté el año pasado —-pero, por favor, no se lo cuentes a nadie, que en cuanto termina el desfile los reyes se quitan las capas, las faldas, los ropajes brillantes, se pegan una ducha rápida y se ponen el traje de faena, que es un chandal. Y que antes de empezar a repartir se meten entre pecho y espalda un bocata de jamón y un ret bull, porque la noche es larga. Baltasar se tomó un año una cerveza y luego no había manera de que acertara con los portales.
Los pajes, mientras tanto, se ponen a organizar las rutas de reparto, que es lo más importante para que la noche les cunda. Fíjate si será bueno el sistema que utilizan que se lo han copiado los transportistas de Seur y de DHL. A mí me lo contó un conductor de furgoneta el viernes. Me dijo: es que su sistema de organización es bueníiiiiísimo (lo dijo imitando a Rodríguez Braun, te-lo-juro). Usan el google-earth, el Angel Driver y la guía campsa. Como dice Melchor, el navegador es una bendición. Gracias a eso saben si Fomento ha cambiado, por ejemplo, un cruce por una glorieta. No vaya a ser que los camellos se despisten y salgan por la salida que no es. Llevan el Angel Driver pegado a un megáfono con cinta americana y así lo escucha toda la comitiva. Muy estético no queda, pero el resultado es magnífico. Aunque Gaspar y Baltasar le hagan poco caso cuando dice: “velocidad excesiva, reduuuzca”. Están los pobres camellos de derrapar hasta las narices. Que por eso, créeme, las tienen tan grandes.
Los pajes tienen que revisar los envoltorios, el celo, revisar el nombre del niño, la dirección de la casa, por dónde se entra, cómo de altas son las ventanas, si hay árboles al lado, si hay árbol de navidad dentro, si hay perro. Cuando hay perro lo que hacen es amuermarle. Tocan un silbato con una frecuencia muy alta muy alta que sólo pueden escuchar los perros y que les hace sentirse tan a gustito tan a gustito que se tumban en el suelo, ponen la cabeza sobre las patas y se amodorran. Como cuando tú estás en el sofá viendo una película aburridilla y te vas quedando así, grogui perdido, pues lo mismo pero en canino. Y se evita que los perros ladren, porque si no, imagínate el alboroto. Y tú sin embargo, ¿qué, a que no has escuchado esta noche nada de nada de nada? Por el know how. Y porque cuando están de faena lo reyes llevan zapatillas con silenciador para no hacer ruido mientras te patean toda la casa.
Algunas pistas sí dejan, para que nada más levantarte sepas que ya han estado allí. Por ejemplo: si dejaste abierta la puerta de la terraza para que pudieran entrar sin problemas, ahora verás que, andá, está cerrada. El charco que hay al lado de la alfombra es del granizo que entró mientras llegaban, no te vayas a asustar pensando que algún camello se ha aliviado. ¡Eh, que yo no tengo terraza! Ah, entonces han tenido que entrar por la puerta de siempre. Y lo notarás porque en el picaporte no hay huellas digitales. ¿Por qué? ¡Pues vaya una pregunta, porque usan guantes! Los mejores ladrones del mundo —-esto tampoco se lo cuentes a nadie, por favor— los mejores ladrones del mundo han aprendido todos de los reyes magos. Sólo que en lugar de dejas cosas se las llevan, los tíos canallas. Una vez un niño que iba para ladrón de museos hizo una prueba poniendo en su casa el cinco de diciembre un sistema de seguridad de rayos láser conectado a una sirena para que, en cuanto apareciera por allí un rey moviéndose, despertara a todo el vecindario. ¿Y sabes qué pasó? Nada. Que los reyes entraron, colocaron los juguetes y se largaron. Esquivando cada rayo láser como en las películas, haciendo contorsionismo para pasar por debajo, colgándose del techo para balancearse, eso todo lo hizo Baltasar, que es el más ágil. ¿Has visto la película La Trampa, con Catherine Zeta Jones? Bueno, seguro que la ponen un día de estos. Pues fíjate porque en los títulos del final pone: asesor especial, B. Black King, o sea, rey negro “B”, B de Baltasar, lo que te he dicho.
La pista principal de que ya han pasado por tu casa es que si dejaste copita, se la han pimplao. Y si les dejaste roscón, se han comido sólo el bollo. La fruta escarchada, qué quieres que te diga, ni los camellos. Los Reyes tienen un paladar ex-qui-si-to. A ellos, en realidad, les habría gustado ser pasteleros.
Esta noche, cada vez que pasaban por delante de un obrador, se quedaban ahí parados, aspirando el aroma y se les iba el santo al cielo. Los pajes metiendo prisa: “que vamos fatal, majestades, que en dos horas estará amaneciendo”. Y ellos: “un momento, sólo un momento más, ummm, pero qué bien huelen los roscones”. El único sitio donde se trataba tanto como en la comitiva real la madrugada del seis de enero es en los obradores. Venga roscón y venga roscón. A los reyes les entra la nostalgia porque cuando ellos eran jóvenes, hace muchísimo tiempo, se organizaban en Oriente unos torneos continentales de roscón en los que siempre participaban los tres haciendo equipo. Claro que entonces aún no eran reyes, eran príncipes. Herederos. Los reyes eran sus padres. Lo que pasa es no eran magos. Los padres. Ellos sí. ¿Por qué? Porque estudiaron. Y porque practicaron, que en magia esto es muy importante. Siempre estaban haciendo juegos de manos, sacándole una moneda a la maestra de detrás de la oreja, haciendo desparacer palomas —-que le cayó una bronca a Melchor, siendo crío, por arruinar todo el sistema de mensajaría del reino que ni te cuento: “voy a hacer desaparecer otra paloma; ¡ni se te ocurra, que es la última!, abracadabra, voilá, incomunicados de por vida”—. Es que la historia de estos reyes cuando eran príncipes se ha contado poco. Tampoco es que a ellos les guste mucho, porque eran un poco gamberretes, la verdad. Y porque es una historia demasiado antigua. De hace mucho, mucho tiempo. Pero sin galaxias lejanas ni un tipo vestido de negro, y un poco ahogado, que diga: “Luke, soy tu padre”.
Lo importante es lo que ha pasado esta noche y lo que está pasando todavía. Porque el reparto ya ha terminado, pero antes de abandonar España aún tienen que cumplimentar a las autoridades.
Los pajes han ido anotando en una libreta las incidencias. Porque algunas incidencias ha habido. Bueno, como todos los años. En la calle Arboleda de Soria, portal 3, Gaspar ha estado a punto de despeñarse desde un balcón. Ha roto una maceta y el retrovisor de una moto que estaba aparcada abajo. “Agarré mal la barandilla", ha dicho el monarca, autoexculpándose. “Pamplinas”, ha respondido Melchor (que es muy de utilizar expresiones viejunas), “pamplinas, lo que pasa es que te gusta mucho hacerte el chulito cuando escalas”.
A Laura Rodríguez Sinova —-han apuntado los pajes—- la calle Embajadores, portal 15, Madrid, le hemos dejado por error un regalo que era para Laura Trinidad Rodríguez, que es de otra calle y de otra familia. Vaya patinazo. La primera Laura tiene doce años y la segunda, cuatro. Es lo que ha dicho Baltasar: “Yo creo que a la primera el body le va a quedar muy justo. Y la segunda a ver qué hace con un bolso, no lo va a llevar a la guarde”. Errores todos los años hay alguno. Si se equivoca Amazon no se van a poder equivocar los reyes.
“Hemos tenido un despiste en Avenida de la Paz, 32, Orihuela, majestad”. ¿Qué ha pasado? “Que nos hemos saltado a un niño”.
“Hombre, por Dios, eso no. Eso es lo único que no puede pasar. No podemos saltarnos críos así porque sí”.
“Ya, hemos enviado al paje express a ver si llega a tiempo. Pero está amaneciendo. Va a tener que hacerse pasar por el cartero”.
Ya sabes que los Reyes tienen que terminar de repartirlo todo antes de que salga el sol. En cuanto ven que va amanecer, se ponen ya en cagaprisas. Entiéndeme, no es que sean vampiros —-sólo hay que ver lo lozanos que están, compara tú con el actor de Crepúsculo, Pattinson, y me lo cuentas—- pero saben que en cuanto sale el sol la chavalería se pone en marcha y si no han terminado de entregar, la cosa se lía. Un año se les hizo tarde porque un camello tenía diarrea (puff, parando cada dos por tres en las estaciones de servicio) y media España amaneció preguntándose: ¿pero qué hemos hecho?, ¿por qué no nos han traído nada? Los niños, con un complejo de culpa, pues sí que hemos sido malos, sí, los mayores desconcertados —-merecíamos al menos un detallito—, una conmoción nacional que sólo empezó a superarse a la hora de la merienda, cuando aparecieron los regalos por sorpresa en la mitad de las casas. Con una nota de los Reyes que decía “perdón por el retraso pero el camello de Melchor tiene la tripa suelta”.
Cómo se llaman los camellos yo no lo sé. Pero si tenéis curiosidad, una gran curiosidad, una curiosidad de ésas que no te deja ya pensar en otra cosa hasta que conoces la respuesta, entonces se lo podéis preguntar a papá o a mamá. Ellos seguro que lo saben. Porque para eso ellos son los padres.
En realidad, cuando más tiempo pierden los reyes es cuando pasan por delante de la habitación de los padres.
Te lo he contado alguna vez, ¿no? Que como llevan, estos tres señores, tantos años de faena, conocieron a tus padres cuando eran unos niños. ¡No puede ser! Hombre que si puede. Y ahí es donde más se divierten sus majestades. Se asoman a la habitación de los padres, que están ahí, espatarrados en la cama, respirando fuerte, con la boca abierta —que pachorra los padres en la noche de reyes, eh, como lirones—-, se asoman Melchor Gaspar y Baltasar a la habitación y comprueban…cómo han empeorado aquellos dulces niños.
Dicen:
“Madre del amor hermoso, mira cómo ha engordado Pedrito, ¿os acordáis, que era como un fideo? Normal, tanto comer grasas saturadas. Las melenas que tenía y lo calvo que se ha quedado”.
¿Y Anita, lo rebelde que era de niña, os acordáis, y las broncas que echa ahora por saltarse las normas? Mírala como duerme, el único momento del día que no está gritando.
“Pues este año nos ha pedido un karaoke, lo pone en su carta”.
“¿Carta? ¿Pero Anita nos sigue escribiendo cartas, ¿con lo mayorzota que ya es?”
“No es tan mayor, tiene 45”.
“Pues eso, una niña no es”.
“Es que los mayores también escriben cartas”.
“Eso es verdad, ¿Pedrito nos ha escrito?”
“No, Pedrito solo come grasas”.
“Qué feo se ha puesto, eh”.
“Espabila, Melchor, que no llegamos”.
Y por eso se retrasan. Porque son muy de quedarse a comentar y de andar chismorreando los reyes. Y ya si el mayor que está durmiendo es un poco famoso, ni te cuento.
—-Mira Guillermito Fernández Vara, que nos pidió el maletín de médico, ¿os acordáis? Quería ser como el doctor Beltrán.
—-¿Y ahora qué es?
—-Presidente autonómico.
—-Vaya, qué lástima.
—-Oye, ¿ésta no es Susanita?
—-Claro que sí, nuestra Susanita Díaz.
—-¿Cómo la llamábamos? Ah sí, la niña del aparato.
—-Sí, por los brackets. Qué poco le gustaba el aparato, eh.
—-Pues mírala ahora, tan contenta que está de tenerlo en su mano.
—-¿De tener el qué?
—-El aparato, Melchor, el aparato. Sigue siendo la niña del aparato, que tienes que seguir más las tertulias políticas.
—-Oye, ¿y ése que está durmiendo ahí no es…el pequeño Jóse?
—-Ya te digo, éste mucho no ha crecido.
—-Pero llegó a presidente, ¿no?
—-Sí, claro. Acuérdate que de pequeño nos pidió una carta de dimisión.
—-¿Nuestra?
—-No, de Fraga.
—-Ah, es verdad, que quería ser político.
—-Hombre, y lo fue. Bueno, lo sigue siendo.
—-¿Y este año qué nos ha pedido?
—-Este año nos ha pedido, espérate que miro….ah, ¡un congreso abierto del partido!
—-Madre mía, es que no aprenden, que eso no es en esta ventanilla.
—-Ya, pero ellos, si cuela cuela.
—-Pues no ha colado. Déjale otra corbata y arreando.
—-¿Corbata y chaleco?
—-No, hombre no, corbata sola. Es Jose, no Antonio Baños.
Ésta es esa mañana en la que no sólo está permitido, es que es obligado envolverse en azúcar, rodearte de todo aquello que te resulte dulce, de ilusiones bañadas en caramelo. Porque ésta ha sido la noche en la que todo ha sucedido, créetelo, ha vuelto a suceder.
Y ahora, mientras tú estés abriendo cajas, montando artilugios y preguntando —ésta es la pregunta de la muerte-- si traen pilas, los pajes de los reyes, derrotados por el cansancio, están dando de desayunar a los camellos para ponerse otra vez en ruta hacia el reino lejanísimo de los tres monarcas. Y los reyes, sin haber dormido y cambiando el chandal de faena por sus mejores galas, están a punto de dar la orden para que se ponga en marcha la caravana de regreso a casa.