Zapatero le cogió tanta afición a los símiles náuticos en sus discursos sobre la crisis que hubo que obligarle a ver Titanic siete veces seguidas para que comprendiera el riesgo de compararse con el capitán de un trasatlántico que sortea con eficacia las tormentas. De pronto te araña un iceberg —-no es nada, apenas una fisura menor en el casco de acero— y al minuto siguiente te están saltando todos los remaches: adiós trasatlántico invencible. Abusó él, y acabamos abusando todos, de la terminología náutica para hablar de hundimientos, vías de agua, naufragios y españoles agarrados a un tablón para mantenerse helados pero a flote.
Si en la cosa económica nos dio por la náutica, la cosa catalana tiene a lo ferroviario. Hemos perdido la cuenta de las veces que han titulado los diarios “choque de trenes”. O “el proceso descarrila”. O, en la acera contraria, “avanza el proceso a toda máquina”. Alta velocidad, largo recorrido. Conociendo la querencia general por el chacachá cuando de los planes de Artur Mas se trata, recordemos cuanto antes que la frase “más madera” en realidad no se pronunció nunca. Groucho nunca dijo “más madera”. Artur Mas sí, pero Artur Mas no es Groucho: no tiene ni su bigote, ni sus andares, ni sus dotes cómicas. Lo del “traed madera” de “Los Hermanos Marx en el Oeste” fue un invento de los dobladores españoles: gente visionaria que supo entender la necesidad que en el futuro tendría la crónica política española de una frase corta que sirviera para describir la tensión que va en aumento.
Algún día tendrá que admitir Artur Mas que ha utilizado los símiles ferroviarios por encima de sus posibilidades. Ayer, ante la plana mayor de su partido aplaudiendo a rabiar la nueva pirueta que ha hecho el líder —-como aplaudieron antes las piruetas anteriores, sin debatir gran cosa si en realidad estaban o no de acuerdo—-, el profeta (sobrevenido) de la independencia catalana hizo de jefe de estación para anunciar que todos los buenos catalanes independentistas han de subirse a este tren que él conduce, porque si el tren se queda a medio llenar, entrará para siempre en vía muerta. El que no se suba que se atenga a las consecuencias, dijo Mas poniendo tono de ni olvido ni perdono, “porque el veintisiete de mayo contaremos quiénes somos”. Con Junqueras de acarreador del carbón y con dos o tres caras conocidas en el papel de reclamo para viajeros indecisos, el tren de la independencia aguarda otros dos meses parado en la estación a que la marea popular lo ponga en marcha. Y al jefe Capucheto lo que le tiene tenso es que no haya quorum ni para cubrir los primeros metros. Es hora de combinar, en la estrategia comercial del maquinista, el lenguaje dramático a lo Braveheart con el reparto de credenciales soberanas: los independentistas de verdad están conmigo, los otros han preferido agostarse en la comodidad de sus propias siglas (ahí va el sartenazo a las CUP por darle calabazas). Y los votantes de Iniciativa per Cataluña han de saber que estarán permitiendo que el Estado español “nos pase por encima sin misericordia”, exacto, como un tren que arrolla cuanto está a su paso, por seguir con la broma ferroviaria.
No va a ser Rajoy el único que apueste como argumento de campaña por el “yo o el caos”. En Artur Mas esta es la táctica clásica: se presentó, cuando le convino, como el catalanismo moderado que iba a servir de freno a la deriva independentista —-Zapatero aún recuerda los cuentos que le susurraba al oído en sus noches de sábado en Moncloa—- y se presenta ahora como el independentista de siempre que ha logrado que eche humo la caldera. No le inquieta el PP, no le inquieta el PSC, no le inquieta gran cosa Ciutadans. Le inquieta que a este discurso suyo sobre lo próspera e igualitaria que será la Cataluña independiente de inspiración danesa le ocurra lo que a “Los hermanos Marx en el oeste”, que el lío argumental que intencionadamente ha alimentado no consiga ocultar que la película flojea. Que el guión nunca fue bueno. Ciudadanos de izquierdas entusiasmados con el horizonte de un cambio profundo pueden empezar a recordar ahora —-despejada la niebla—- que esta Convergencia que se llena la boca con el cambio es la misma que ha gobernado Cataluña desde la transición (con la única excepción de los dos tripartitos). Que este Artur Mas que ahora pone un izquierdista de coartada al frente de una lista que, en realidad, lidera él es el mismo que dirigía la economía catalana hace veinte años, el hereu que sólo alcanzó a serlo por decisión personalísima de un tal Jordi Pujol al que ahora esconde Convergencia. A la lista simbiótica que han parido Mas y Junqueras le preocupa que los nuevos del Sí se puede —-este otro matrimonio que ha forjado Iniciativa per Cataluña, que se nueva tiene poco, con Pablo Iglesias—- le coma voto suficiente como para abortar la mayoría absoluta con que hoy sueñan. Abortando así el chacachá del tren a Dinamarca, la divertida excursión hacia la independencia.