OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Se aplicó el 155 y, aliviados los catalanes, no hubo un solo problema de orden público"

Entretenida es la peripecia grotesca de este tal Puigdemont. Un fracasado de la política, desahuciado a todos los efectos, que vive sus últimos minutos de foco mediático: estos minutos basura que preceden al desinterés general. Primero ingresará en el club de los personajes bufos de nuestra historia reciente —carne de parodia— y luego, o antes, es posible que ingrese en prisión.

Carlos Alsina | @carlos__alsina

Madrid | 31.10.2017 07:53

Es entretenida la peripecia del fantasma de Flandes pero no es lo principal de estos tres últimos días de octubre.

Lo principal es que el sábado se empezó a aplicar el artículo 155 en Cataluña y estamos a martes. La administración autonómica funciona normalmente. Los altos cargos destituidos han recogido sus cosas sin hacer ruido. Los nuevos responsables han asumido sus puestos con menos ruido todavía. No ha habido un solo problema de orden público. La fiscalía ha formalizado ya sus querellas. Los Mossos d'Esquadra están haciendo su trabajo. No han salido tres millones de personas a la calle a exigir que siga Puigdemont. No se ha visto derramar una lágrima por Junqueras. Carme Forcadell recorre el Parlamento como alma en pena. TV3 sigue emitiendo sus programas. Y de los Jordis ya no se acuerda ni Pep Guardiola.

La vida sigue.

La vida cotidiana de los ciudadanos de Cataluña.

Es posible, como dicen los gurúes del hecho diferencial, que el malestar de los ciudadanos catalanes por la intervención de la Generalitat sea máximo. Tan emprenyats, tan emprenyats que no se puede estar más emprenyat. Tan hondo el malestar, tan hondo, que no termina de aflorar a la superficie.

Quitando la indignidad sobreactuada de la prensa independentista —descolocada—, la rabia con la que habla la CUP sobre la virreina Soraya y algún payés que tiene listo el tractor por si hubiera que acudir en socorro de la república, el paisanaje está en sus cosas, aliviado de tener un día no histórico de vez en cuando.

Cuentan el alivio que perciben entre sus paisanos los mismos finos analistas que hace una semana advertían del clima irrespirable, invivible, que generaría el 155. "Hay que estar aquí para entenderlo", rezongaban, medio minuto antes de empezar a decir que es natural el alivio porque la gente estaba harta. El alivio del 155, ésa es la sorpresa histórica.

Y sí, el tal Carles Puigdemont, uno que fue presidente de Cataluña —para bochorno de los catalanes— anda chapoteando en su triste patetismo, publicando emoticonos y haciéndose el listo. Que está en Bruselas. Estupendo. Bruselas es una ciudad agradable donde hay muchos periodistas dispuestos a hacer creer a Puigdemont que aún sigue siendo alguien. Está en Bruselas con cinco de sus consejeros —los cinco que nunca fueron los más valientes— consultando con un abogado experimentado en extradiciones y asilos políticos. Para hoy anuncian una rueda de prensa promocional del epílogo de su novela. Sinopsis: los héroes de la resistencia han de salir por piernas por culpa de un fiscal que lleva la Maza en su apellido y se disfrazan de pobrecitos perseguidos en la confianza de que algún belga desinformado, o algún ministro belga con ganas de enmerdar, les trate como si fueran el Dalai Lama.

Puigdemont y la nostalgia de lo que uno nunca fue: un día se disfraza de revolucionario, otro de caudillo libertador, otro de activista clandestino. El farsante nunca renuncia a una máscara. Presentarse como perseguido político, solicitar asilo, es un insulto a los perseguidos de verdad, a los asilados de verdad, es una afrenta a la institución del asilo político y al derecho a ser protegido. Presentarse como lo que nunca ha sido es banalizar el exilio que sufrieron los exiliados republicanos de verdad.

Puigdemont el frívolo y su corte de inmaduros sin fronteras. Éste es el tipo que dice encarnar las esencias de Cataluña. Qué mal negocio hizo Cataluña. Y ahora se entiende lo que dijo Rajoy sobre el personaje hace dos sábados.

Nunca nada parecido en toda su vida.

El señor Puigdemont incurre, otra vez, en un error de perspectiva. Cree que su futuro, a estas alturas, le va a importar algo a la sociedad catalana. Miren, ni siquiera a Lluis Llach, que ha devaluado para siempre su Estaca convirtiéndola en matraca. Estamos a cinco minutos de que también los propagandistas empiecen a desertar. Pronto les oiremos que siempre vieron que no era un tipo serio, que no daba la talla, que no servía para esto. Ay, qué engañados les tenía y cuánto les gustaba a ellos dejarse engañar.

Al único al que le va a importar de verdad qué sea de Puigdemont es al fiscal general Maza. Y éste no es hombre que se canse pronto.

Hay elecciones en diciembre. Con todos los partidos en liza y sin resistencia independentista.

La señora Forcadell se rajó rápido. Colgó el disfraz de Juana de Arco y se avino a poner el Parlamento al ralentí. Se resigna la señora al papel de ama de llaves en la casa que Rajoy ha disuelto.

Junqueras le coló un gol al PDeCAT y se personó en TV3 para empezar anoche mismo su campaña.

Yo, yo, yo. Para Puigdemont no tuvo ni media palabra.

El mayor temor del nacionalismo es que en la vida cotidiana de la gente no se note gran diferencia estos días entre estar gobernados desde el Palacio de la Generalidad o estarlo desde el Palacio de la Moncloa. Eso sí sería un problema serio para el relato.

Rumbo a las elecciones autonómicas, atención a los programas.

¿Va a prometer alguien a sus votantes la República Soberana de Cataluña? ¿Otra vez? ¿Y un referéndum de autodeterminación? ¿Y una campaña de evangelización mundial que

hará que el planeta entero se rinda al reconocimiento de la independencia catalana?

Ahora que ya está todo a la vista, ¿van a prometer respetar los derechos de la minoría parlamentaria, dialogar con la oposición, poner en TV3 a un profesional neutral?

El independentismo ha tenido todo el poder los dos últimos años. Una apisonadora parlamentaria que han usado sin el menor rubor. El resultado está a la vista.

Cuando una idea nítida se cuela por la fisura y traspasa el muro ya no hay marcha atrás. Porque la idea se extiende, la idea prende, y el muro acaba desmoronándose.

Se ha colado en la parroquia independentista la idea de que estos señores tan cargados de argumentos a lo mejor no eran tan listos. Ni tan hábiles. Ni tan astutos.

La idea de que, tal vez, no era verdad todo lo que decían. Lo que predicaban. Lo que prometían.Todo aquello de Escocia, y de Quebec, y de Kosovo. Toda aquella formidable novela.

Ha empezado la duda sobre la impostura.

La idea de que estos héroes populares que buscaban, y encontraban, el fervor de las masas eran hombres y mujeres mediocres, charlatanes a mayor gloria de sí mismos y espantadores de empresas, de empleos, dinamiteros de la apacible vida en prosperidad.

La idea de que eran ellos, y no quienes les combatían, los verdaderos enemigos de Cataluña.

La idea ha traspasado ya el muro. Y este muro, tarde o temprano, cae.