Monólogo de Alsina: "Como Sánchez no revalide la Presidencia, le caerá encima el título de presidente 'de vuelo corto'"
Doscientos sesenta días, ocho meses y medio, separan esta declaración de la doliente Ana Pastor —la defunción política de su amigo Mariano— de la declaración que en dos horas hará Pedro Sánchez, triunfador en junio y doliente él también ahora, en el Palacio de la Moncloa.
El primero de junio alcanzó la Presidencia del Gobierno fruto de la moción de censura a Rajoy y el 15 de febrero va a anunciar que su gobierno no da para más: disuelve las Cortes y convoca elecciones anticipadas.
El domingo 28 de abril, o eso parece, pondrá las urnas. Y los españoles decidirán dónde le ponen. A él y a los otros candidatos. Habla, pueblo, habla. El 29 de abril Sánchez pasará a ser presidente en funciones y luego ya se verá.
Nunca hubo un mandato presidencial tan breve en la historia reciente de España. Calvo Sotelo aguantó casi dos años. Más le vale a Sánchez revalidar la presidencia con el nuevo Parlamento que salga de esas urnas o le caerá encima, como un epitafio ácido, el título de presidente ‘pis pas’. O en atención a su conocida afición aérea, ‘presidente de vuelo corto’.
Si las encuestas están reflejando bien la intención de voto de esta España en preaviso, Pedro Sánchez ganará por primera vez las elecciones en abril pero no le bastará para espantar el fantasma de su propia mudanza.
En la España de 2019, y él ha creado el precedente, ganar las elecciones no equivale a ganar la llave de la Moncloa. Es posible que le toque recorrer a Sánchez el camino del calvario que antes que él padeció Rajoy: la agonía de tener más diputados que nadie pero ver cómo los demás muñen pactos, y se conciertan, para cerrarte el paso a la Moncloa.
La paradoja que comentamos ayer: ser presidente habiendo perdido las elecciones y no serlo habiéndolas ganado. Otro hito del Sánchez pionero.
Hasta dentro de dos meses no sabremos cómo queda el Parlamento nuevo (con un grupo parlamentario más, salvo sorpresa, que será Vox) y qué sumas cabe hacer para alumbrar un nuevo gobierno. Hoy, de momento, a lo que asistiremos es al momento prodigioso en que un presidente al que temíamos mudo ya para siempre se descosa a sí mismo los labios y tenga la gentileza de compartir con la sociedad para la que gobierna sus razones y sus decisiones.
Diez días lleva Sánchez en el sepulcro del silencio autoimpuesto. Nada dijo del relator, nada de la mesa de partidos, nada del grupo de Whatsapp de su vicepresidenta con Aragonés y Elsa Artadi, nada del naufragio del Presupuesto, nada de nada sobre nada y para nada. A las diez, el milagro de la recuperación del habla. Lázaro, levántate y di algo.
Lo previsible es que escuchemos a un presidente que se muestra consecuente con la pérdida de confianza que ha encajado. Que nos diga que nunca fue verdad que él quisiera aferrarse al poder a toda costa. Que en ausencia de Presupuesto, lo suyo es preguntar a los ciudadanos. Nada más lógico, en efecto.
Para qué recordar ya, llegados a este día, que fue este mismo presidente quien en noviembre coqueteó con la idea de incumplir su deber de presentar el Presupuesto alegando que no iba a marearnos a los españoles si no tenía la seguridad de sacarlo adelante. Encomiable el deseo de no marearnos. Aunque hayan sido precisamente los cambios de planes, los giros de guión, los argumentarios variables, la principal seña de identidad de un gobierno que empezó bien y siguió a peor víctima de sus propios bandazos.
Pedro Sánchez pedirá a los españoles, de nuevo, su confianza. Como hizo en 2015, como hizo en 2016. Si revalida su presidencia, tendrá ocasión de demostrar que el gobernante bisoño aprende también de sus errores. A partir de las diez de esta mañana, todo está otra vez por escribir. Empezando por las listas electorales de los partidos. La criba, la purga, de los que jugaron mal sus cartas y apostaron a caballo perdedor.
Si te llamas Soraya Rodríguez y te atreviste la semana pasada, en este programa, a criticar la gestión del Gobierno con el relator, bien sabes que ya estás amortizada. Si eres errejonista, date por fulminado en las nuevas listas de Podemos. Si eras muy sorayista o muy ma-riano, lo vas a tener complicado, amigo, en las listas del PP. Sobre todo ahora que el partido teme una mengua de entre 30 y 40 diputados. El achique de sillones es directa-mente proporcional a la pelea por ir lo más arriba posible en las lista.
Estamos ya en la fase de hacer méritos para que el jefe cuente contigo. Y de ensayar argumentarios:
- El del PSOE: pobre Sánchez, crujido como una nuez por la pinza de las derechas que se han echado al monte y los independentistas que nunca se bajaron. La derecha trifálica que dice la ministra Delgado, de cuya etapa al frente del ministerio de Justicia van a quedar sólo tres frases: aquello de la derecha, la extrema derecha y la extrema extre-ma derecha, esto del triple falo de ahora y lo que le grabó Villarejo hablando en priva-do sobre Grande Marlaska y su orientación sexual. No parece un balance muy brillante para una ministra que prefirió ejercer de fiscal de la oposición parlamentaria.
- El argumentario del PP: que Sánchez volverá a pactar con Junqueras y Puigdemont, y rendirá España, y Rivera volverá a pactar con Sánchez y rendirá Ciudadnos. Como cuan-do la investidura frustrada de hace tres años. Los gemelos Sánchez-Rivera. El pacto del abrazo.
- El de Ciudadanos: que el PSOE es un posible socio sólo si entierra antes a Sánchez en la tumba que va a dejar libre Franco y que el PP es una derecha cada vez más derecha que está encantada de firmarle compromisos a Vox. No como Rivera que esquiva la foto con Abascal siempre que puede y no le da la mano. El gobierno andaluz quedará en segundo plano.
- Y el de Podemos: la alerta antifascista en su versión los trillizos reaccionarios. Agitará el temor a un gobierno conservador la pareja Iglesias-Montero dando por hecho que no hay más alternativa que un gobierno de Sánchez pero con ellos dentro. Queda la duda de si Errejón tiene o no tiene fuerza para intentar una candidatura propia, y que compita con Podemos, ya en estas elecciones generales
Él no se fugó. Oriol Junqueras. Él no se largó a Waterloo, a diferencia de su camarada Puigdemont, con quien compartió todas las decisiones de aquel gobierno. No tendrá tantas ganas el líder de Esquerra, procesado por delitos graves, de hablar todo lo que haga falta y ante quien haga falta cuando ayer desaprovechó la formidable oportunidad que tenía de responder a cuantas preguntas quisiera plantearle la fiscalía. Es incoherente, o falaz, Junqueras cuando sostiene que este juicio es una farsa pero no se expone a intentar desenmascarar él mismo a los fiscales que, según él, tanto están mintiendo
Responder sólo a lo que te pregunta tu abogado (que no pregunta, sólo te da el pie, o te da paso) es un derecho más de los muchos (todos) que tiene el acusado. Pero convierte tu intervención en un monólogo sin nadie que te lo cuestione.
No es Junqueras, obviamente, quien tiene que establecer si cometió o no algún delito. Pero sí es Junqueras quien diez minutos después de decir esto de que no cometió ninguno de los delitos que le atribuyen respondió afirmativamente cuando su abogado preguntó si mantuvo el referéndum del primero de octubre una vez que el Constitucional lo había suspendido.
Pues este delito sí debió de cometerlo, al menos éste. Porque habiendo resolución del TC, él decidió desobedecerla. Y éste es el delito menos grave que se le atribuye.