El naúfrago, como ya sabrán, se llama José Salvador Alvarenga, pescador salvadoreño, y ha estado trece meses a la deriva, temiendo ahogarse en medio del océano, hasta que inopinadamente llegó a tierra y pudo abrazar a sus congéneres y comerse un pollo.
Si este hombre ha salido adelante él solo, en un bote, sin agua y comiendo peces, ¿cómo no vamos a salir nosotros aunque estemos cobrando un diez por ciento menos (el que tiene trabajo, se entiende)? Ésta es la idea que alimenta el discurso de la recuperación: las hemos pasado canutas, pero ahora ya pisamos tierra. Después de todo, si le preguntas al Fondo Monetario Internacional te analizará el caso con precisión técnica: ¿qué aprendió el naúfrago en estos trece meses de agonía en su bote? Aprendió a ser más competitivo.
Apañándose con bastante menos de lo que antes tenía -peces, tortugas, más peces, otra tortuga- ha sobrevivido en un entorno recesivo. “Se ha devaluado bastante, es verdad, pero mírale: si hasta parece que está gordo”. De nada le sirvió al principio al pobre náufrago explicar que lo que ha ganado no son kilos, sino barba de sufridor, que le hace la cara redonda. Al principio nadie se creía mucho su historia: cómo va a haber aguantado más de un año a la deriva, decían (olvidando que de crisis llevamos seis, con largos periodos desnortados), pero resulta que sí, que su historia se ha demostrado cierta.
Contra todo pronóstico. “¿Ve usted?”, dice el gobierno, “también esto que nos está pasando a nosotros, creen que les contamos un cuento pero no, es una historia cierta de superación nacional, de supervivencia en las condiciones más amargas”. Por si faltara algo, el bueno del pescador salvadoreño ha atribuido su salvación -esto al ministro Fernández Díaz le va a gustar- no a la sangre de las tortugas o a su aptitud para pescar sin caña, sino a su fe en Dios. Cuando pensaba que iba a morir, Dios le decía: no, José Salvador, saldrás de ésta. Si Dios se ocupó del náufrago, ver por qué no va a poder Santa Teresa ocuparse de España. Como dice el ministro, “ya está la santa en ello”. O como podría haberle dicho Rajoy a Rubalcaba si hubiera afinado más el discurso, “eh tú, o rezas o te callas”.
En el día en que se ha publicado el paro del mes de enero, que no siendo bueno tampoco puede decirse que sea particularmente malo, el gobierno reitera su mensaje de que ya está al caer la esperada creación de empleo neto, es decir, el momento en que se creen más puestos de trabajo de los que se destruyen. No, ese momento aún no ha llegado, aunque la EPA del último trimestre, convenientemente desestacionalizada, aportaba el primer indicio (minúsculo en todo caso) de que eso podía estar ya pasando. El paro en enero creció en 113.000 personas y la Seguridad Social registró 184.000 afiliados menos. Dices: visto así, más que malo parece pésimo. Como decía hoy un periódico siempre generoso con el Ejecutivo, “el mejor enero desde que empezó la crisis deja 113.000 desempleados más”.
Si el mejor deja este aluvión de nuevos parados, cómo sería el peor. Pero la clave, como siempre, está en el periodo que se elija para hacer las comparaciones. Si es el mes pasado, todo negativo. Si es el año pasado, enero de 2013, elementos positivos. Si haces eso tan elaborado que es “desestacionalizar”, entonces hasta puedes decir que el paro ha bajado. Al final, como siempre lo que tenemos es una tendencia que indica (o parece indicar) que el mercado laboral se ha contraído ya del todo, ya no encoge más, y que ahora viene el proceso inverso, el de volver a crecer, pero a un ritmo tan endeble, tan de poquito a poquito, que incluso cuando podamos celebrar que se crea empleo neto en España seguiremos teniendo una cantidad de parados tan dolorosamente enorme que empañará cualquier exaltación que pretenda hacerse de lo bien que vamos (cuando vayamos, porque ese momento aún no ha llegado).
El paro ya no está en su punto más alto de los últimos seis años, pero el empleo sí está en el más bajo no de los últimos seis, sino de los últimos doce años. Al gobierno le escuece el escepticismo que percibe hacia sus estimaciones positivas -le parece injusto que se le acuse de hinchar el perro en exceso-, pero no tanto porque le duela en su orgullo que el personal se fíe poco (que a estas alturas es algo que ya se da por descontado) como porque hay elecciones a finales del mes de mayo, y unas urnas convertidas en plebiscito sobre el crédito que inspira el gobierno es un horizonte que incomoda. De aquí a mayo se ha propuesto el gobierno combatir con ahínco el escepticismo generalizado. Persuadir de que la situación mejora y deshacerse en elogios a la capacidad de sacrificio que, en modo náufrago, ha acreditado la sociedad española.
“Los méritos son de todos”, repite el gobierno con cierta condescendencia, “a eso nos referimos -dicen- cuando hablamos de reconocer los méritos, al esfuerzo que ha hecho el conjunto de la sociedad”. (La expresión “conjunto de la sociedad” es muy de políticos y periodistas, ¿verdad?, como si decir solo “la sociedad“ nos supiera a poco. Siempre se acuerda de decirlo Montoro, el conjunto de la sociedad, lo sacrificados y pacientes que hemos sido todos. Siempre se acuerda de decirlo en público, porque luego en privado sigue presumiendo de los nombres que él se sabe de personas o empresas muy conocidas que no están al día en sus pagos. No se recuerda otro ministro que haya disfrutado tanto sugiriendo la cantidad de información confidencial que maneja y su capacidad para incidir en las cuentas de resultados.
Las próximas noticias que prepara Hacienda tienen que ver con el llamado IVA cultural que afecta, aparte de a las salas de cine, a unas cien mil empresas en España. Ya se bajó el de las obras de arte y ahora viene cine, teatro, música y publicaciones, ya veremos en qué orden y con qué calendario. “Estamos en ello”, dice Montoro. José Antonio Monago, que gusta de aparecer como mentor de la medida, sonríe con agrado. Y el ministro Wert, que se ha pasado dos años explicando que los impuestos son cosa de Montoro, sonríe todavía más, porque quien trata con el sector del cine es él y porque este próximo domingo tiene -alerta naranja por vientos y olas—la famosa gala de los Goya