Ha habido destituciones en los partidos, dimisiones en los sindicatos y nada en las organizaciones empresariales. Éstas ni se han inmutado. Dices: hombre, a Díaz Ferrán es difícil hacerle dimitir porque ya cayó y está en prisión preventiva. Cierto. El foco está puesto en quien sí tiene cargo, presidente de la CEIM, Arturo Fernández.
Todos los apeados, los que dejan sus cargos por este asunto, admiten que lo que dice la autoría interna de Bankia es correcto: que tenían tarjeta, que la obtuvieron sin firmar un papel, que podían usarla para pagar cualquier cosa (podían, pero no debían) y que no tributaron por esas cantidades porque entendieron que eso le correspondía hacerlo a Caja Madrid. Ninguno ha desmentido ni corregido -esto es relevante- las cantidades que se les adjudican. Y tampoco ninguno ha sido capaz, o ha querido, explicar pormenorizadamente en qué se gastaron tantos miles de euros, qué comidas pagaron con la tarjeta, qué viajes hicieron, qué libros dicen que compraron.
No pueden concretar porque ni siquiera se acuerdan. Cuando uno usa con asiduidad, y sin pensárselo mucho, la tarjeta de la caja es lógico que no esté en condiciones de precisar en qué se iban los mil quinientos euros mensuales que, echando una cuenta, gastaba cada consejero -es una media, algunos no gastaban nada y otros gastaban bastante más que eso-.
Ha dicho, por ejemplo, Arturo Fernández en su descargo que él vino a gastar unos mil euros al mes durante tres años, en gasolina y comida, que tampoco, dice, es una cantidad desorbitada. Claro que, de inmediato, añade que el salario de consejero era de 45.000 euros anuales, no vaya a parecer que pertenecer a ese consejo de administración todavía te costaba dinero. Su amigo José Ricardo Martínez, el líder de la UGT madrileña que hoy ha caído, se sacaba más: 73.000 euros anuales por ser consejero más otros 100.000 por asistir a los consejos de administración de las empresas participadas. “Todo ese dinero lo entregaba al sindicato”, dijo ayer, “qué iba a hacer, sino pagarme los gastos con la tarjeta”. ¿Qué gastos?
El ugetista más vehemente de Madrid, tantos años reclamando decencia a los demás, dando lecciones de moralidad a políticos, empresarios y banqueros, ha acabado no marchándose a su casa, sino siendo instado a marcharse. A esta hora de ayer todavía mantenía que no había razones objetivas para su renuncia: si al final dimito, dijo, será por la presión injustificada que hay sobre el sindicato. El bla bla bla de siempre (van a por nosotros, es una causa general, los clásicos). Pero luego estuvo hablando con Cándido Méndez y comprobó que no colaba.
La dirección nacional de la UGT ya había hecho notar por la mañana el enorme globo que tenía porque del sueldazo de consejero de Caja Madrid estaba enterada (lo usaba, de hecho, como fuente de financiación) pero del añadido en forma de tarjeta sin justificación de gastos, no. No es posible saber si el globo se debe a que Martínez se levantara 44.000 euros by the face o a que no los ingresara en las arcas del sindicato, pero la conclusión es la misma: Méndez deja caer a su savonarola madrileño. Del otro ex consejero cobrante, Miguel Ángel Abejón, aún no se ha dicho nada.
También a esta misma hora, de ayer, Rodolfo Benito, miembro de la ejecutiva de Comisiones Obreras, mantenía que no había razón alguna para que él se quitara de en medio. Está en la banda baja del ránking de gastones, 25.000 euros y el uso que hizo de la tarjeta, decía, no sólo fue legal, sino perfectamente ético. Comidas y libros. Pero después de hablar con Fernández Toxo llegaron ambos a la conclusión de que había quedado achicharrado. Así que fuera.
No consta que ni Méndez ni Toxo hayan exigido a los dimisionarios la devolución de las cantidades malgastadas. Tampoco lo hizo ayer Ignacio González cuando entregó las cabezas de Abejas y Cafranga. A Toxo se le ha visto hoy un poco el cartón cuando ha explicado que el motivo de que Benito dimita es que la imagen del sindicato estaba sufriendo mucho daño. Nótese que el perjuicio que aquí preocupa es el de imagen para la organización a la que pertenecen los tarjetistas, no el económico causado a la entidad por cuyo bienestar se supone que velaban (a la entidad y a los impositores, los clientes de Caja Madrid de los que no han dicho ni media palabra ni los dimisionarios ni sus inductores).
Y es este afán por preservar la imagen de las organizaciones salpicadas, pero sin mencionar (salvo el PSOE) la obligación de devolver lo malgastado, lo que hace creíble esto que ha dicho Pablo Abejas, ex consejero también fulminado: que aquí hay gente que está haciendo mucho teatro. Que es a la difusión pública del asunto, y no al asunto en sí mismo, a lo que están reaccionando lo dirigentes de esas organizaciones. “Todo el mundo entendía que era parte de la retribución, al Banco de España le parecía bien y a Hacienda, también”.
La señora Cafranga, también ex consejera y también dimisionaria, dijo ayer que esta forma de retribuir -además del salario, manga ancha para tirar de tarjeta- es común en entidades financieras y grandes compañías. Hacienda se pone a la tarea de comprobarlo, eso ha dicho: indagará en el uso que hacen de tarjetas de empresa consejeros y ejecutivos de las empresas del Ibex. Entiéndase que indagará en si están tributando, bien los consejeros bien la empresa, por ese dinero: esto es lo que compete a Hacienda, que todo lo que debe ser declarado se declare.
Más allá de ese aspecto, relevante, hay una diferencia entre las empresas del Ibex y la Caja madrileña, como la señora Cafranga sobradamente sabe y el señor Moral Santín -que dice que otros sistemas de retribución habrían saludo más caros- también. En las primeras, el capital lo ponen los accionistas. En la segunda, el capital lo acabó poniendo el Estado después de que el equipo gestor, y el consejo de administración que lo supervisaba, llevaran la entidad a la ruina. La caja, sobre el papel, era de sus impositores; en la práctica, la manejaban a voluntad partidos, patronal y sindicatos. Ninguno de los cuales, como sabemos, se jugó nunca sus propios cuartos.