EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Esto es, sobre todo, el caso Bretón: la vida rota de Ruth Ortiz

Les voy a decir una cosa.

Esta es la voz de un hombre que se finge angustiado por la desaparición de sus hijos cuando, en realidad, acaba de matarlos.

ondacero.es

Madrid | 12.07.2013 20:26

José y Ruth. Dos y seis años. Este empleado del 112 Andalucía fue el primero en escuchar, 8 de octubre de 2011, un sábado por la tarde, los dos nombres que unas horas después se harían familiares para toda España.

Cuando José Bretón, su padre,hizo esta llamada sólo había transcurrido una hora desde que él mismo había abandonado la finca de las Quemadillas dejando los restos mortales de sus hijos, recién asesinados, consumiéndose en una hoguera. Así lo creen, así lo afirman, los nueve integrantes del jurado popular que esta tarde han emitido veredicto.

Siete mujeres, dos hombres. Juntos de nueve de la mañana a ocho de la tarde el martes y el miércoles de esta semana, después de haber pasado juntos también las quince vistas que ha tenido el juicio. Siete mujeres y dos hombres. Tratando de desterrar las posibles dudas (si es que alguna vez albergaron alguna) sobre la inocencia o culpabilidad de este hombre. Han apurado el plazo de que  disponían, pero no porque llegaran a considerar factible, en algún momento, que Ruth y José aún estuvieran vivos, extraviados, retenidos por alguien que se los llevó, sino porque el jurado ha seguido, punto por punto, la lista de preguntas que, a modo de navegador, o guía para conducirse, les entregó el tribunal. Las veinte preguntas a las que ha ido dando el jurado una respuesta unánime:

· Si Bretón, frustrado por la ruptura de su matrimonio, ideó contra su esposa, como venganza, la muerte de sus dos niños.

· Si con tal motivo hizo acopio de leña de olivo en la finca de su familia y adquirió combustible en grandes cantidades.

· Si cuando acudió a un psiquiatra lo hizo con la intención de que le recetara tranquilizantes con los que matar a sus hijos o dormirlos antes de quemarlos.

· Si permaneció junto a la hoguera en la que se consumían los cuerpos de sus hijos antes de marcharse al parque a escenificar su falsa historia de la desaparición de los pequeños.

Y así, hasta veinte. A todas han respondido “sí”.

José Bretón, este hombre de cuarenta años a quien sus vecinos describían como amable y educado, de quien su familia explicaba que había llevado con disgusto la separación pero que mantenía con su ex mujer una relación muy buena, ha sido declarado culpable de asesinar niños, descrito ahora como hombre y padre indeseable.

Ruth y José llevaban nueve días muertos cuando su madre escribió aquellas líneas que su amiga Esther leyó en la concentración que se celebró en Córdoba, la primera concentración de tantas otras que vinieron luego.

Entonces aún hablábamos de ellos como  los niños desaparecidos de Córdoba”. Primero fueron eso, “desaparecidos”, mientras se creyó que podían haber sido secuestrados. “Soy capaz de perdonar, pero devuélvanmelos”, decía una madre angustiada por no saber qué había sido de sus niños y preocupada porque ellos pudiera pensar que los había abandonado. En aquella madre ya había brotado, por lo que luego contó ella, la semilla de la sospecha incipiente, creciente, la idea que tantas veces ella misma intentaría desterrar de su mente: que José, el padre, los hubiera matado para destrozarle la vida a ella. La batalla que habrá tenido que librar esta mujer, contra sí misma, para repeler el sentimiento de culpabilidad por haber dejado ir a sus niños. Por qué no me negué, por qué no los mantuve siempre conmigo. El sentimiento del que habló, deshecha también, la abuela materna, en el juicio. Ese minuto maldito que mortifica para siempre a esta mujer: el momento en que entregó a los niños al padre y los dejó ir.

El jurado considera probado que Bretón hizo una última llamada a su ex mujer desde Las Quemadillas, que no obtuvo respuesta y prosiguió con su plan para matar a los niños; que se valió de su fuerza física y de su autoridad de padre para hacerlo; que los restos humanos encontrados en la finca corresponden sin duda a dos críos de las mismas edades que sus hijos; que desde el mismo momento en que abandonó la finca inició una gran farsa que dura hasta hoy; que antes estuvo días fabricándose una coartada falsa según la cual había quedado con unos amigos para ir al parque; que ha resultado ser, además de asesino, un enorme impostor. Que es, de todo, culpable.

Emitido el veredicto, le corresponde al tribunal fijar el castigo. La sentencia.

Va terminando así la historia judicial del caso Bretón, la búsqueda y el establecimiento de la verdad, la lucha por hacer justicia que este último año y medio ha mantenido en pie a Ruth Ortiz, la razón que le ha hecho levantarse de la cama cada día. Ahora se hace justicia. El padre asesino recibe su castigo. Aunque la justicia, en un caso como éste, sólo alcanza a tener esa vertiente de sanción, de pena que el criminal ha de cumplir por lo que hizo. No alcanza a tener esa otra vertiente que es la reparación del daño causado, la justicia reparadora que devuelve las cosas a su sitio. Las dos vidas de Ruth y José no son recuperables. Y es en ese perverso, y maldito sentido, en el que el padre despechado ha conseguido salirse con la suya. No le sale gratis, diremos, sólo faltaba, pero lo que Ruth, la madre, dijo en aquel primer texto que escribió para que lo leyera una amiga sigue siendo cierto hoy que el veredicto ya está emitido. “Necesito tener los niños a mi lado”.

Con el desenlace judicial empieza a terminarse esta etapa de esta historia. Pero la historia continúa, porque ésta no es la historia de un truculento caso que mereció horas y horas de tertulias televisivas, es la historia de una mujer que tenía dos críos y a la que Bretón condenó de por vida a no tenerlos, a añorarlos y a dolerse por su ausencia.

El pasado mes de agosto, en otra concentración de amigos y vecinos de la familia materna, se leyó esta carta de Ruth a sus dos hijos que decía, bueno, que dice:

“Queridos Ruth y José, queridos hijos míos y sólo míos porque nunca tuvisteis padre. Quiero que sepáis que nada ni nadie puede separar a una madre de sus hijos. Siempre vais a estar en mi corazón, todos los días de mi vida, hasta que mi alma se una a la vuestra. Mientras tanto,  jugad entre las nubes de algodón junto a todos los niños del cielo y a vuestro abuelo Sebastián. Os he querido, os quiero y os querré siempre cómo sólo una madre puede querer”.

Esto también es el caso Bretón. O esto es, sobre todo, el caso Bretón: la vida rota de Ruth Ortiz, la madre.