Si ayer se notó en París cuando se fotografió junto al rey Felipe, hoy se ha vuelto a notar al encontrarse en Madrid con Pedro Sánchez. Renzi, el italiano, sin ser Sabonis, le saca una cabeza a su colega galo. La izquierda europea, en proceso de reinvención desde las europeas de 2009, pivota, en su vertiente mediterránea, sobre estos tres hombres: Renzi, Valls, Sánchez. Al secretario general electo del PSOE, en puertas del congreso extraordinario de su partido, le preguntó Anabel Díez hace una semana quiénes eran sus referentes en Europa y dio dos nombres: Felipe González y Matteo Renzi. Por ser de izquierdas y por ser reformistas. “Lo de Felipe vale”, le habrá dicho esta tarde Valls a Sánchez, “pero Renzi, ¿qué tiene ese Matteo que yo no tenga?” Los dos, siendo de izquierda, gustamos a la derecha. Los dos estamos gobernando nuestros países. Los dos hemos llegado al cargo por el fracaso previo de compañeros nuestros (y por nuestra ambición, claro, no la ocultamos). Y los dos aspiramos a ser Tony Blair, refundadores de la nueva izquierda moderna, conciliada con el liberalismo, libre de clichés y de tópicos, emancipada de los sindicatos que se empeñan en tutelarla. “Uff, aquí de Tony Blair sólo se recuerda la foto de las Azores”, dice entonces el socialista español, “y además es amigo de Aznar, no les gusta lo más mínimo a nuestros militantes, y si no lo entiendes me acompañas un día a las agrupaciones y te lo explican”. “Lo que no entiendo”, dice Valls, dolido, “es por qué no me citaste a mí entre tus referentes, Pedro”. “Pues hombre, aparte de que Renzi es más joven y más alto, yo le encuentro dos ventajas”, dice Sánchez, “una, que ha ganado las elecciones europeas; dos, que él no ha recortado el gasto público de Italia en 50.000 millones de euros en tres años. Entiéndeme, mon ami, no te voy a poner a ti de ejemplo cuando estás metiendo más tijera que Rajoy ¡o que Zapatero!” El primer ministro francés encaja el golpe y lo devuelve: “Qué fácil es hablar cuando uno no está gobernando ni tiene probabilidades de hacerlo en un futuro inmediato, mi querido amigo”. Siempre es más cómodo citar como modelo a un dirigente político que está en la cresta de la ola, le ha ido bien en las urnas y tiene una hoja de servicios aún escasa como gobernante que a otro que se la ha pegado en esas mismas urnas y ha sido aplaudido por Bruselas como nuevo devoto del equilibrio de las cuentas públicas. Siempre es más cómodo definirse como reformista que como profeta del ajuste, aunque en España, en los últimos cuatro años, con la erre de reformas se han escrito los recortes; ahí tienes a Rajoy, “somos el gobierno más reformista que ha tenido España”, dice. A la búsqueda de faros en los que fijarse, Sánchez escoge a Renzi, en todo menos en su relación con los sindicatos. El italiano las ha tenido tiesas con las centrales sindicales de su país, a las que acusa de haberse anquilosado y confundir ser de izquierdas con ser antiguo. El mes pasado presentó una reforma de la administración pública que recorta a la mitad el dinero público que perciben los sindicatos y el número de liberados sindicales. Sánchez, que entre sus primeras audiencias en Ferraz incluyó al incombustible Cándido Méndez, se ha esmerado en reafirmar la fraternal relación del PSOE con la UGT sin sugerirle siquiera al sindicato que ponga orden en el abuso de los cursos de formación (el abuso para financiarse y la calidad, bastante cuestionada, de la formación que el trabajador recibe). No consta que Sánchez guarde el carné de la UGT en la mesilla de noche, como hacía Zapatero, pero sí ha tranquilizado a Méndez garantizándole que él, en lo que haga UGT, no se va a meter. Ni siquiera debe darse por aludido el líder sindical cada vez que el nuevo líder del PSOE predica la saludable renovación y el relevo generacional. “Tranquilo, Cándido, tranquilo que esto lo digo sólo por Mariano”.
Sánchez, en fin, se vio esta tarde con Manuel Valls, después de que éste se viera con Rajoy y antes de que Sánchez acuda el lunes a la Moncloa, cerrando el círculo. Calcula que con el presidente del gobierno hablará, sobre todo, de lo que está pasando en Cataluña. “Nuestra posición es conocida”, dijo esta mañana el líder socialista, en lo que se entiende que es la ratificación de la postura que mantuvo la dirección anterior, contraria a la consulta de noviembre y favorable a un cambio de la Constitución que convierta España en estado federal. Ésa es la posición conocida, hasta hoy, lo que ocurre es que también es conocido que el PSC ha sufrido un terremoto interno provocado por esa postura y que el nuevo dirigente de ese partido, Miquel Iceta, aconsejó a Sánchez la misma noche que se preguntara por qué había tenido, entre la militancia socialista catalana, tan buen resultado el señor Pérez Tapias, partidario de apoyar la consulta. Para Sánchez -eso tiene dicho- la salida de la encrucijada catalana pasa por definir la actual comunidad autónoma como nación dentro de la nación española y procurarle un trato fiscal distinto al del resto de las comunidades autónomas (y por distinto hay que entender más ventajoso porque uno no cambia un sistema por otro si no es para salir mejor parado). A Artur Mas se le escuchó hoy decir que con Rajoy, el miércoles, pretende hablar también de financiación. No porque esté dispuesto a cambiar consulta por más recursos, que eso no lo ha dicho, sino porque la financiación forma parte de ese “todo” que el president está deseando comentar con el presidente. El Artur Mas de hace tres años no tenía como monotema la consulta; tenía como monotema el pacto fiscal. Que consiste en revisar los criterios de financiación autonómica para que la administración catalana tenga más recursos que gestionar, con el argumento de que aporta al conjunto del Estado más de lo que recibe. Hoy que Hacienda ha publicado la balanza fiscal de cada autonomía -es decir, cuánto pagan en impuestos los contribuyentes que residen en esa región y cuánto recibe la administración autonómica-, y hoy que esos números han reflejado que la diferencia entre lo que se aporta y lo que se recibe es de ocho mil quinientos millones en Cataluña -dieciséis mil en la comunidad de Madrid- Artur Mas ha acusado al gobierno central de calcular las balanzas fiscales por interés político. Tiene razón. No hay, en realidad, ninguna otra razón para elaborar y difundir balanzas fiscales que la intención política, tener un argumento presuntamente objetivo e incuestionable para poder ondear la bandera reivindicativa. Artur Mas sabe bien lo que dice porque esa fue la razón -el interés político- de que él mismo calculara su balanza fiscal, barriendo para casa. Y la misma razón de que Extremadura calculara las suyas y de que todo presidente autonómico al que hoy le pongan un micrófono se lamente de estar recibiendo menos de lo que, en rigor, merecería. Como acostumbra a lamentarse cada contribuyente de lo mucho que se le lleva el Estado en impuestos y lo poco que recibe a cambio en servicios. ¿Para cuándo la publicación de la balanza fiscal de cada familia?