A Pedro Sánchez no se le ocurrió nada mejor ayer, en este empeño que tiene por caracterizar a Iglesias como un tipo arrogante y obcecado que, por despecho, impide un gobierno progresista en España (progresista significa presidido por Sánchez, claro), que anunciar que le iba a pedir al griego que le echara un cable.
Oye, Alexis, tú que tienes línea directa con Pablo dile que se rinda, hombre, hazme ese favor. Tsipras, que es un hombre educado, podría haberle respondido: “A ver, Pedro, que yo soy ése dirigente populista, extremo y descerebrado al que citas en tus mítines como sinónimo de lo peor que le puede pasar a Europa, ¿me entiendes?”, pero lo que le respondió fue, más o menos y en griego, “Pedro, búscate la vida”. Si quieres un acuerdo con Podemos, ríndete tú y traga con las condiciones que te está poniendo mi colega. Por tanto, agua. El paripé de Sánchez llevando hasta la cumbre de dirigentes socialistas en Bruselas su matraca sobre las negociaciones para su investidura en España dieron para hacerse una foto con Tsipras —-rehabilitado por la socialdemocracia europea como hombre de orden—- y para publicar un par de tuits que a Pablo Iglesias, a estas alturas, le resbalan. A Rajoy, anoche le preguntaron por lo de Sánchez y Tsipras y admitió que, a veces, no se le ocurre qué decir sobre las cosas que pasan.
Está Tsipras como para ocuparse de los líos que tenemos en España. Cuando tiene a diez mil refugiados en la frontera con Macedonia esperando a que se abra de nuevo la frontera y desoyendo los llamamientos que él mismo les ha hecho para que desistan y regresen a los centros de acogida. Tiene a los refugiados que siguen llegando a las islas del Egeo y tiene a sus socios, los demás gobiernos europeos, recriminándole todos los días que esté dejando pasar a miles de familias que luego siguen camino hacia el corazón de Europa. Tengo el país hecho unos zorros, dice Tsipras, y me pedís que me ponga las pilas para montar centros de atención y campamentos provisionales para sirios y afganos. Qué me estáis contando.
Y está Pablo Iglesias, en fin, como para perder el tiempo hablando con el señor Tsipras, ahora que el fenómeno Syriza ha dejado de cotizar al alza en la opinión pública española y que ser amigo de Alexis ya no renta. Bastante tiene el líder máximo (y único) de Podemos con tapar la hemorragia en su propia casa y controlar los daños colaterales que ha causado la defenestración del número tres de su partido.
Ha organizado Iglesias para hoy un cónclave de cardenales morados para reafirmar su autoridad y transmitir la falsa impresión de que ya pasó la tormenta interna en el partido. Le va a costar a Pablo convencer al personal de que ya cerró la crisis mientras no abra la boca el mayor damnificado de la decapitación de esta semana, que no es el descabezado, Sergio Pascual, sino su mentor, Iñigo Errejón, por segundo día consecutivo mudo de toda mudez, el silencio como herramienta de protesta, la callada por respuesta. Siendo Errejón el portavoz parlamentario de Podemos, su exilio interior podría considerarse dejación de funciones. La obligación del parlamentario es hacer saber lo que piensa. Exponer su postura, aunque al hacerlo se exponga a que le lluevan piedras.
El silencio errejónico resultó amplificado ayer en el mismo momento en que Pablo Iglesias cometió el desliz de hablar él en el nombre del otro. El diario El País sostiene en su primera de hoy que Errejón prepara el contraataque, que no es que esté lamiéndose las heridas, es que afila las garras para dar la batalla interna. Dimitir, como dijo ayer la portavoz suplente Montero, dimitir no va a dimitir. Desde luego.
La política de hoy prescinde de los apellidos y apuesta por los nombres de pila: Pablo, Iñigo, Pedro, Pablo.
Qué hará o dirá Errejón sólo él lo sabe. Qué ha hecho lo sabe todo el mundo. O qué no ha hecho. Esta vez no ha publicado ningún desmentido a las noticias que sobre él se publican. Esta vez no ha hecho un canto de su excelente relación con Pablo. Esta vez no ha achacado a campañas de desprestigio externas sus problemas internos. Esta vez, en fin, no ha intentado ni maquillar, ni camuflar, ni distorsionar la realidad. Hay lo que hay. Hechos son despechos.