El Monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: "Que sí, que sí, que sí", dice Mas, "que está todo preparado"

Les voy a decir una cosa.

En sus marcas. Estaban los nadadores en posición de salida, el cuerpo hacia delante, rodillas ligeramente flexionadas, las manos en el borde anterior de la plataforma (el poyete), estaban ya listos para darse el impulso -”preparados, listos...”- cuando uno de los nadadores le preguntó al que tenía al lado: “oye, ¿y si nos aseguramos antes de que eso de ahí abajo es agua?”

ondacero.es

Madrid | 11.09.2014 20:14

Preparados, listos, ¡ya! Si Artur Mas tuviera una pistola de las que se empleaban en las competiciones deportivas hace tiempo que se le habría quedado sin balas de fogueo. Lleva dos años agitando el banderazo de salida: ya llega, ya estamos, ya lo tengo todo listo. Sabiendo que ha calado la idea de que el nueve de noviembre, al final, los catalanes no verán las urnas; sabiendo que sus compañeros de viaje -Esquerra, Iniciativa, la CUP- le están recordando cada día que siempre supieron todos que el gobierno central intentaría evitar la consulta y aun así, él prometió celebrarla, el president ha creído conveniente afirmar hoy, a dos meses de la fecha anunciada, que lo tiene todo listo para que, en efecto, se celebre. Que sí, que sí, que sí, dice Mas, que está todo preparado aunque nadie haya visto todavía ni los pliegos del censo ni la urnas. “Tranquilo, Oriol, que lo tengo todo controlado”, viene a decir Artur Mas, emulando así, sin darse cuenta, a Mariano Rajoy, que le está diciendo eso mismo -tranquilos que lo tengo todo controlado- a todo aquel que visita la Moncloa para preguntarle por este asunto. Todos lo tienen todo controlado mientras crece la sensación de que ninguno de ellos sabe, en realidad, qué acabará pasando en noviembre.

Si hay que creer a Mas, el dispositivo para votar (así lo ha llamado) está listo. ¿Qué le falta? El paraguas para poder decir que su convocatoria es perfectamente legal, es decir, la ley autonómica de consultas que los grupos promotores del referéndum han fabricado, ad hoc, en el Parlamento. La guía de capítulos para esta nueva temporada no es un misterio: el lunes ese Parlamento celebrará el debate de política general -que, como en Cataluña la política general es monotemática, consulta, será un a más a más sobre el mismo asunto-; el jueves de la próxima semana, a ver qué pasa en Escocia; al día siguiente, aprobación de la ley de consultas y convocatoria oficial de la consulta; y a partir de ahí, el recurso del gobierno central contra la ley, la previsible suspensión de la misma hasta que el Constitucional se pronuncie y la batalla jurídica que se anuncia. Todo eso está escrito que va a pasar. Falta por escribir qué pasa entonces el nueve de noviembre y qué pasa el diez, con consulta o sin consulta.

Lo de hoy, lo de esta tarde en las calles de Barcelona, tampoco ha podido sorprender a nadie. Manifestación popular a favor de la consulta con ocasión de la Diada. En efecto, ha sido un éxito indiscutible de convocatoria. Como lo es siempre. Con la movilización de la diada pasa como con el iPhone que contábamos el martes: el hito fue cuando Jobs presentó el primero, en 2007; lo que ahora hace Apple cada año es presentar una nueva versión del mismo producto cambiándole un par de cosas para mantener viva la pasión por la cosa. A la Asamblea Nacional Catalana -esta organización de cincuenta mil personas que impulsa el proceso independentista- hay que reconocerle el mérito de ingeniárselas cada año para que la misma movilización parezca distinta. Si en 2012 (aquel sí fue el hito)  tenía forma de manifestación común y corriente -gente en la calle detrás de una pancarta-, el año pasado le redondearon las esquinas haciéndola un poco más estrecha y mucho más larga -manifestación en fila india, la cadena humana- y este año le han dado forma de “V” para que no decaiga. Y es verdad que no decae. Pero es la misma manifestación de 2012. Aquélla que tuvo como lema “Cataluña, nuevo estado europeo”, aquélla que retrató a Durán, aquélla que entusiasmó tanto a Artur Mas que decidió quedársela, la misma iniciativa popular apadrinada por el poder y revisitada.

La diada -esto sí que no es nuevo- es la jornada en que los catalanes celebran sus símbolos: el himno, la bandera, la lengua, el sitio de Barcelona de 1714, elevado a la categoría de hito fundacional del catalanismo. Las sociedades humanas tenemos éste entre nuestros hechos diferenciales: la entusiasta y orgullosa celebración de aquello que nos distingue de las otras sociedades. Proclamamos que todos los hombres somos iguales, todos, pero estamos organizados en naciones, países, regiones y nos gusta sabernos y sentirnos distintos. Los días de fiesta grupal -del barrio, del pueblo, de mi ciudad, de la comunidad autónoma, de la patria- son días de exaltación de aquello que, pensamos, nos hace únicos, no mejores ni peores pero sí distintos. Mi historia no es la tuya porque mi historia es la del territorio en el que he nacido. Sí, aunque no lo escogieras tú: ni siquiera el más patriota de los hombres tuvo ocasión de elegir ni su nación ni su familia.

La lectura que hacemos de los acontecimientos históricos está básicamente influida por lo que cada uno espera del presente. Son nuestros esquemas políticos de ahora, el contexto social que hoy tenemos, lo que determina el significado que se le da a hechos ocurridos hace cientos de años y en un contexto, y con unos esquemas, que se parecen a los actuales como un huevo a una castaña. Si el gobierno central trató de convertir 1808, el bicentenario, en la exaltación misma de la patria española, el soberanismo catalán se ocupa de encontrar hoy en 1714 la raíz primera de la patria catalana. No se trata de festejar una derrota, explican, sino la resistencia del catalanismo frente a sus opresores. “La savia”, como dice hoy, bañado en épica y lírica, el editorial de La Vanguardia: la savia de hace trescientos años que alimenta el árbol del catalanismo. Es cierto que no se celebra haber perdido frente a Felipe V, pero con tanta presencia de Sánchez Piñol a todas horas sí acaba percibiéndose un cierto, y extraño, disfrute en la evocación minuciosa de aquellas murallas derruidas por la artillería felipista, de los cascotes, de la sangre y los cadáveres amontonados en ambos bandos, de la legión que el rey por el que peleaban, el Austria, nunca envió y de los ángeles prometidos por las monjas que tampoco acudieron en su ayuda.

“No estamos planteándole un pulso a España”, repite Artur Mas, pero al tiempo alimenta el eco no ya de un pulso, sino de una guerra con cañones, escombros y morgues, de hace trescientos años. No es un pulso, pero he aquí, en la guerra, donde hoy, de nuevo, nos miramos. Él dice tenerlo todo controlado, y Rajoy lo mismo. No deja de explicar el gobierno a los comentaristas con los que habla en privado que todo acabará en nada. Que a cada posible paso que dé Mas -cualquiera, porque hemos pensado en todo- tiene lista la respuesta.

Tal vez lo que menos tiene previsto, porque nadie es capaz de preverlo, son NO los pasos que va a ir dando Mas (que tampoco parece que requieran de una ardua labor detectivesca para adivinarlos) sino los pasos que pueda dar eso que, de manera un poco inconcreta, llamamos “la sociedad catalana”, o por afinar más, la parte, mayoritaria ojo, de la sociedad catalana que desea una consulta popular en los términos en que están anunciados. No hay mayoría, que se sepa, a favor de la opción independentista, pero sí la hay a favor de que haya una consulta. La gran pregunta no es si Mas convocará elecciones anticipadas (es su costumbre) sino cómo reaccionará esa parte de la sociedad catalana si finalmente la consulta se queda en humo de pajas. El gobierno siempre ha abordado este asunto como una cosa de políticos -de los políticos catalanes que han arrastrado a la sociedad a un formidable berenjenal- desatendiendo los signos que revelan que no es cosa de políticos (no sólo) sino de una parte muy notable de los ciudadanos en Cataluña.

Rajoy ha acreditado habilidad para lidiar con Mas -para descolocar a Mas, que esperaba que algún tipo de negociación se hubiera abierto ya a estas alturas-, pero una cosa es descolocar a Mas (incluso desactivarlo) y otra desactivar el proceso de cambio que se viene produciendo en la opinión pública catalana, del autogobierno como objetivo que colmaba aspiraciones catalanistas al referéndum como llave para decidir un nuevo estatus. El debate sobre quién arrastró a quién -si los políticos a la sociedad o la sociedad a sus políticos- está bien para los historiadores, pero sirve de poco ante la evidencia de que el empeño en hacer un referéndum no es sólo del profeta.

Preparados, listos, ¡ya! Y quince metros después de la salida, la cuerda que cae al agua avisando de que no ha valido. Nadadores de regreso a sus plataformas y a empezar otra vez. El bucle de estar siempre tirándose a la misma piscina.