De todas las cosas que España necesita cambiar (y anda que no hay: el acceso a la vivienda, la pobreza infantil, el abandono escolar, la corrupción, la calidad de los sueldos…), pues de todo eso en lo que nos urge un cambio, el cambio que ha elegido abanderar el presidente esta semana es el cambio… de hora.
En Europa se han quedado estupefactos. Hasta a la comisaria Teresa Ribera, exvicepresidenta de este Gobierno, y ahora mandamás en Bruselas, le pilló con el pie cambiado cuando ayer le preguntaron en un pasillo los periodistas. Luego en seguida reaccionó y dijo que le parecía bien. Pero esos segundos de desconcierto son de lo más reveladores.
No me extraña que a Ribera le sorprendiera que, de repente, el tema de discusión en España fuera el cambio de hora. Andan en Bruselas atentos a ver qué pasa entre Trump y Zelenski, pendientes de que los aranceles no causen más daño, buscando de dónde sacar el dinero para un muro anti-drones que nos proteja de Putin, atentos a la inteligencia artificial, a la autonomía energética…preocupados por el declive francés, por el ascenso de gobiernos de extrema derecha xenófoba, antiliberal y euroescéptica (a ver, que en la República Checa ha ganado un pro-ruso y sube con fuerza un tipo que tiene fotos haciendo el saludo nazi)…
¿Y mientras tanto? Mientras tanto España lleva al Consejo Europeo como propuesta estrella acabar con el cambio de hora. El debate urgente no es, pero es muy entretenido. El 80% de los europeos está de acuerdo, pero no es fácil sacar ya ningún consenso entre los 27.
Y a lo mejor es verdad, es el momento ideal de plantear el fin del cambio de hora. Por qué no. De todas las cosas que no funcionan, que son muchas, esta al menos tiene solución fácil y bien barata. Acabar con el cambio de hora, además de ayudar a los ritmos circadianos, ayuda a que parezca que se puede gobernar sin mayoría parlamentaria ni Presupuestos.
¿Moraleja?
Acabar con el cambio de hora
es de lo poco que Sánchez puede intentar ahora

