Hablo desde el confinamiento. Ha dejado de sonar el timbre de la puerta. No se oyen risas ni voces, mis hijos y mis nietos solían venir a comer con mucha frecuencia. Qué hay de comida, preguntaban; qué bueno está hoy el arroz, decían.
El silencio es total. No estoy aburrida, estoy ocupadísima. Cocino para mí y una vecina y luego hay una chica joven que se ha ofrecido a hacernos la compra a las personas mayores de las casas.
También limpio rincones, encuentro objetos insospechados por cajones, salgo a pasear por la terraza, riego plantas, veo la televisión, hablo por teléfono y, sobre todo, leo. Me gusta mucho leer. ¿Me falta algo? No, simplemente estoy sola".