Ana María tenía 32 años el 18 de enero de 2004, el día que desapareció. Trabajaba de enfermera en un centro de salud de Sant Feliu de Llobregat, en la provincia de Barcelona, aunque llevaba varios meses de baja por depresión. No estaba, ni mucho menos, en su mejor momento: se había divorciado meses atrás y según su familia y allegados, estaba muy triste, muy angustiada.
Daba la impresión, de hecho, de que Ana había decidido poner punto y aparte: había vendido su casa, que compartía con su ex marido, y su coche y había anunciado que quería dar un giro a su vida, marcharse a vivir al campo. De hecho, sus padres tardaron casi un mes en presentar la denuncia por la desaparición y hasta hace bien poco, la madre pensaba que su hija se había ido de manera voluntaria, que no quería saber nada con su vida anterior. Así que la policía no consideró nunca la desaparición de Ana como de ‘alto riesgo’ o ‘inquietante’, como decía la nomenclatura antigua.
Pensemos que en esa época no había unos protocolos de desaparecidos tan eficaces como los de ahora. Lo que se hizo fueron unas gestiones digamos de manual, lo que marcaba la rutina policial: se entrevistó a su entorno laboral, familiar, de amistades, a su ex pareja, a un compañero de piso que había tenido tras separarse, un hombre de nacionalidad colombiana… No se encontró nada que hiciera sospechar y aunque lo cierto es que tampoco hubo pruebas de que Ana estuviese viva en alguna parte: no renovó DNI ni pasaporte, su nombre no aparecía en los controles fronterizos… Era como si se la hubiese tragado la tierra.
La familia pasó años de angustia aunque albergarían siempre la esperanza de que algún día regresase. Y no sería la primera vez que pasa algo así. Nayka Méndez, una chica leonesa, desapareció de su casa cuando tenía 16 años, en 1992. Al cabo de once años regresó a su casa en un taxi, sin más, sin dar explicaciones de lo que había hecho en ese tiempo. Es un secreto que sigue a buen recaudo. Nayka es un caso que alimenta la esperanza de muchas familias con desaparecidos, como alimentó la de la familia de Ana María Martos.
El pasado mes de enero, una de las asociaciones pioneras en la búsqueda de desaparecidos, Intersos, recibió una llamada telefónica a su teléfono de atención, el que aparece en la web: un varón con acento argentino llamó desde un número oculto y dijo que Ana María Martos había sido estafada, robada y asesinada hace diez años. El comunicante dio datos muy precisos, así que los responsables de Intersos se pusieron en contacto con la Sección de Desaparecidos de la UDEV Central, con quienes tienen una muy fluida relación.
La mayoría de este tipo de llmadas son falsas, pero aquí entra el olfato, la intuición, el oficio de los policías. Las primeras gestiones en torno a esa llamada apuntaron a que había sido hecha desde Argentina y algo hizo pensar a los responsables policiales que aquello tenía color, como se dice en el argot, que tenía visos de ser cierto. Los mejores hombres y mujeres de la Sección de Homicidios de la UDEV Central se pusieron a investigar la desaparición de Ana como si fuera el primer día tras la denuncia, comenzaron a reconstruir sus últimos pasos.
La policía fue a ver de nuevo a la ex pareja de Ana, que les dio un dato que, aislado, no tendría mayor importancia, pero que cobró mucha relevancia. El hombre contó que tras separarse y vender el piso que compartían, Ana le dijo que necesitaba dinero para entregárselo a un amigo argentino, propietario de un concesionario de coches. La mujer le pidió a su ex marido 16.000 euros, que el hombre consiguió pidiendo un préstamo personal.
La policía, con ese dato, hizo una investigación económica sobre la vida de Ana María en los meses previos a su desaparición y concluyeron que tenía una constante necesidad de dinero: gastó mucho y continuamente precisaba de liquidez. Vendió su coche y pidió a la tienda que le pagasen en metálico, solicitó varios préstamos a empresas de créditos inmediatos… Toda esta necesidad de dinero comenzó seis meses antes de desaparecer, en el verano de 2003. Y pronto siguieron apareciendo personajes relacionados con Argentina.
Los agentes de Homicidios hablaron con el colombiano que convivió con Ana tras su divorcio. Les contó que la había denunciado por quedarse con los electrodomésticos de su casa y les dijo que se había mudado a casa de una amiga, aunque él no sabía dónde ni cómo se llamaba esa nueva amiga. La policía localizó la empresa de mudanzas y allí les facilitaron el domicilio de Premiá de Mar, en la provincia de Girona, al que llevaron los enseres de Ana: el dueño de la casa era un hombre, pero allí había estado empadronada una mujer de nacionalidad argentina: Norma Beatriz Kuike, que podía ser esa última amiga de la joven desaparecida.
Norma Beatriz es todo un personaje. Una gitana argentina, que se ganaba la vida echando las cartas allí al lado de donde estáis vosotros, en Las Ramblas. Ella, su marido y sus hijos tenían antecedentes por estafa. Lo que hacían era abrir cuentas bancarias a nombre de indigentes o inmigrantes. Luego, con las tarjetas de crédito hacían compras de miles de euros y cuando el banco reclamaba la deuda no encontraba a nadie. Además, los hijos de Norma tenían un pequeño negocio de compra-venta de coches de segunda mano… Todo iba cuadrando.
Sólo había indicios, nada sólido. De hecho, mientras la investigación está en marcha, Norma y uno de sus hijos, Diego Ismael Felipoff, abandonan España rumbo a Buenos Aires y la policía no puede hacer nada por evitarlo. Eso sí, siguen investigando sobre la vida de la echadora de cartas y dan con un personaje clave, José María Tarraguel: un cliente de Norma que tuvo un gesto que la policía consideró demasiado generoso…
La policía averigua que en 2004, la época de la desaparición de Ana, Tarraguel, un empresario de la construcción y las reformas, le cedió gratis a Norma una de las dos fincas colindantes de las que era propietario en Lloret de Mar. Posteriormente, la policía descubre que la mujer argentina vendió la finca en 2010 por 19.000 euros, un precio muy bajo, como si se la quisiese quitar de encima. Esas operaciones inmobiliarias tan extrañas levantaron sospechas: en 2004 el boom estaba en todo lo alto, así que los investigadores profundizaron en la relación entre la echadora de cartas y el empresario.
Tarraguel era un asiduo cliente de Norma desde 1996: divorciado, con cuatro hijos, acudía a ella para solucionar todos sus males. Los dolores físicos, la mala suerte, los malos números de su empresa… La echadora de cartas no paraba de sacarle dinero. Incluso estando en Argentina, el hombre la llamaba y ella le decía que le enviase giros de 300 o de 500 euros para quitarle una molestia en la pierna, el dolor de riñones o simplemente para, según decía, limpiarle el alma.
La mujer le tenía completamente sometido, no paraba de sacarle dinero… Algo parecido a lo que le pudo pasar a Ana Martos, que, recordemos, tenía una continua necesidad de dinero justo antes de desaparecer. Ese es exactamente el razonamiento que hizo la policía. Pero es que, además, cuando la investigación estaba bastante avanzada se vuelve a recibir una llamada anónima con datos aún más precisos: el comunicante habla de que Ana María está enterrada y que está enterrada en una obra… Y Tarraguel se dedicaba a las obras, así que los agentes de Homicidios decidieron hacer una visita al constructor.
Aquí vuelve a entrar en juego el talento de los investigadores. Lo cierto es que, según nos cuentan, el constructor tardó menos de un cuarto de hora en decirle a la policía: “Les esperaba antes, han tardado mucho, yo sabía que esto tenía que pasar”. Confesó que el cuerpo de Ana Martos estaba enterrado en la finca que él regaló a la vidente Norma Beatriz. La extensión era grande, habían pasado casi diez años y Tarraguel no fue demasiado preciso, así que los agentes de la UDEV Central llamaron a un viejo conocido del que hemos hablado aquí en algún territorio: Luis Avial, el propietario de Cóndor geo radar.
El mismo que colaboró con la policía en la resolución de la desaparición de los niños de Córdoba o que lo está haciendo ahora con el caso Marta del Castillo en Sevilla y el de Publio Cordón en Francia
Mañana le escucharemos, precisamente, en el juicio contra José Bretón, y se le espera después en La Rinconada, donde intentará buscar a Marta del Castillo. En este caso, en el de Ana Martos, su intervención fue rápida y efectiva, aunque costó más de veinte horas desenterrar el bidón en el que estaban los restos de la joven enfermera. Estaba sepultada bajo 180 toneladas de tierra.
José María Tarraguel dio su versión de los hechos, una versión que en principio los agentes sí se creen. Contó que un día llegó a la finca acompañado de Ana María Martos y Norma Beatriz. Las dos mujeres se quedaron en el garaje, él escuchó unos gritos, un fuerte golpe y cuando regresó a la cochera, se encontró con el cuerpo de Ana en un charco de sangre. Al parecer, Norma la había apuñalado. La argentina le dijo a su cliente, que recordemos que creía en ella ciegamente, que dejase allí el cadáver, que en unos días ella se haría cargo de él.
Al cabo de unos cuantos días de ver el cuerpo de Ana tapado con una manta en su garaje, sin que Norma apareciese por allí, José María Tarraguel decidió deshacerse del cuerpo de la mujer: la metió con todos sus efectos, ropa, cartera, documentación…, en un saco de los usados para los escombros y luego en un bidón metálico de un metro. Rellenó el bidón con cemento para que el cuerpo no desprendiese olor y lo enterró empleando la maquinaria de su propiedad en la finca de Lloret en el que la policía lo encontró casi diez años después. Por teléfono, Norma le dijo varias veces a su amigo José María que regresaría para cambiar el cadáver de lugar, algo que nunca hizo.
No nos dejan dar detalles, sólo contaremos que la forense pidió ayuda al GOIT (Grupo operativo de intervenciones técnicas) de la policía para que retirase con su maquinaria el cemento que rodeaba los restos de la mujer. Y sí, fueron detenidos muy rápido: la UDEV Central estaba en contacto permanente con sus colegas argentinos, que tenían controlados en todo momento a Norma Beatriz y a su hijo. Los dos residían en el barrio bonaerense de Villa Devoto y allí fueron detenidos apenas unas horas después de que se encontrase en Lloret el cadáver de Ana María. Al parecer, ambos van a ser extraditados a España para ser juzgados aquí. Norma, que ahora tiene 53 años, está reclamada por asesinato; y su hijo, Diego Ismael, de 31, por estafa.
Los agentes creen que Ana María había recurrido a los servicios digamos adivinatorios de Norma Beatriz, pero que con quien tendría una relación más estrecha sería con Diego Ismael, el hijo de la vidente. Recordemos que a su ex marido le contó que necesitaba esos 19.000 euros para ‘un amigo argentino que tenía una empresa de coches’ y esa era la actividad a la que se dedicaba Diego en el momento de la desaparición de Ana. Los agentes creen que entre la madre y el hijo le pudieron haber sacado a la víctima cerca de 100.000 euros.
Aunque la cogieron en un momento de depresión, sí que se dio cuenta, y probablemente eso fue lo que acabó con ella. A falta de tomar declaración a los detenidos en Argentina, lo que cree la policía es que Ana Martos, el día de su asesinato, le reclamó a Norma su dinero o amenazó con denunciarla y la mujer argentina decidió evitarse problemas matándola. Además, ella sabía que a Ana no la iban a echar mucho de menos: conocía, gracias a su faceta de echadora de cartas, todos los detalles de su vida. Que estaba deprimida, que había decidido dar un giro a su vida… Era una víctima ideal.
Nos aseguran que no se sabe aún quien realizó la llamada a la policía desde Argentina. Pero lo cierto es que Norma Beatriz Kuike y su familia parece que han dejado muchas víctimas, de estafas, por el camino, así que cualquiera de ellos pudo decidir que era el momento de hacer justicia con Ana María Martos. Y aunque fuese por venganza, no por un fin noble, nos alegramos de ello.