TERRITORIO NEGRO

Territorio Negro: Quién puede matar a un niño. El crimen de Alejandro

Se llamaba Alejandro, Alejandro Rodríguez Jiménez y solo vivió 3 años y siete meses. Murió el 9 de febrero en una balsa de agua cerca de Málaga. El novio de su madre, un joven llamado Antonio Fernández Augusto, está en la cárcel por ese horrible crimen. El de hoy es un territorio negro triste y cruel. Habla de parejas rotas y de cómo los problemas, los rencores y los odios de los adultos los pagan, a veces, los más indefensos, los niños.

ondacero.es

Madrid | 02.03.2015 18:34

Hablamos de un niño llamado Alejandro. De su vida creciendo, a borbotones, entre los problemas y la violencia de los adultos. Es, fue, una vida muy corta, de tres años y medio. ¿Cómo empieza todo?

Alejandro Rodríguez Jiménez nació en Ceuta el 24 de junio de 2011. Era un niño sano y sonriente, como lo recuerdan sus familiares y como se advierte en muchas fotografías. Pero sus padres rompieron su relación de pareja en diciembre de ese año, muy poco después de que naciera. La madre, Lourdes, acusó al padre, Cristóbal, de maltratarla. Lo denunció hasta tres veces y pidió una orden de alejamiento para él. Las denuncias fueron todas archivadas, la orden de alejamiento fue rechazada, pero la mujer obtuvo la custodia de su hijo y se fue a vivir a Málaga, donde tenía familia. El padre se quedó en Ceuta, donde era teniente en la Guardia Civil, y veía al crío los fines de semana. Había sido una separación muy conflictiva, de forma que la mujer dejaba al crío el viernes por la tarde en un punto de encuentro, que se fijó en la guardería Las Albarizas, de Marbella, y allí acudía el padre para recogerlo. Los domingos por la tarde, lo dejaba allí y la madre lo recogía para seguir todos con sus vidas.

Bien, la madre se va a Málaga y el padre se queda en Ceuta. Los dos, tratan de rehacer su vida como es lógico. El padre, Cristóbal Rodríguez, tiene un trabajo e ingresos estables. Paga puntualmente la pensión de 300 euros mensuales para mantener a Alejandro y conoce a otra mujer, Natalia, con la que empieza una relación. Ambos tienen una hija, Raquel, con la que Alejandro se lleva muy bien.

La madre, Lourdes, tiene más problemas. Gana algún dinero como limpiadora, pero pasa por algunos procesos de depresión. Tiene dos hijos mayores con otro hombre que no viven con ella, su padre tiene la custodia, y recibe tratamiento, pero solo durante algunas temporadas. En abril de 2014 la mujer protagoniza incluso un episodio violento que podría haber sido definitivo.

Y conviene dejarlo claro porque en el barrio de El Palo y en otros de Málaga se habla mucho de su posible responsabilidad en el final de su hijo. Lourdes, la madre, nunca hizo daño a su hijo. Lo que sí hizo, dentro de ese proceso de depresión, fue intentar suicidarse tomando pastillas en abril de 2014. Así consta en un atestado de la comisaría de Torremolinos.

2014, el niño, Alejandro, ya tiene 3 años. Va al cole, vive con su madre, que en ese mes conoce a un chico joven con el que va a intentar rehacer su vida. Un tipo llamado Antonio Fernández Augusto se presenta en las redes sociales como un joven de 24 años, de profesión bombero, en busca del amor. Así conoce a Lourdes, que tiene 17 años más que él, y empiezan una relación. Es una relación complicada, Antonio tiene muchos celos y no es bombero, más bien al contrario, aunque eso Lourdes no lo va a saber hasta cuando ya sea tarde.

Antonio fue detenido una vez por quemar el monte. Contó que le gustaba verlo arder y ver trabajar luego a los bomberos. De hecho, parece que hizo un curso para intentar presentarse a las pruebas. En realidad, hasta que conoció a Lourdes y al crío, Alejandro, Antonio era un pobre diablo.

Su madre lo rechazó y lo entregó a sus abuelos para que lo cuidaran siendo un bebé. A los cuatro años pasó a cuidados de su tía, a la que llamará mamá hasta hoy, hasta el día del crimen. Tiene una discapacidad leve, diagnosticada en un 29 por ciento. Los informes médicos de la Junta de Andalucía hablan de “inteligencia límite”. Su tía, su mamá para él, contó a la Guardia Civil que “miente mucho, tiene baja autoestima”, que iba a ver a un terapeuta y a una psicóloga, pero que lo dejó cuando conoció a Lourdes.

Y este joven, Antonio, conoce a Lourdes, se va a vivir con ella y también con el niño, con Alejandro. Todo el mundo, hasta los profesores del cole, afirman que el crío quería mucho a la pareja de su madre. Él era quien le  llevaba en su coche al colegio La Estación, donde estudiaba, en el barrio de El Palo, y quien le recogía, como hizo también el día del crimen. El crío, contó luego la monitora de comedor, se iba siempre con alegría con ese muchacho alto, delgado, de pelo ondulado y con gafas de montura negra.

La relación con el niño no parecía mala, pero sí había problemas entre los dos adultos. Antonio reconocería luego que discutían cada día, casi siempre por sus celos hacia la vida anterior de su pareja. De hecho, rompieron poco después de conocerse, en el mes de mayo, y él se fue de la casa. En diciembre, según la declaración de la madre, volvieron a juntarse. Antonio le dijo entonces que quería tener un hijo con ella, y la mujer empezó a observar como su pareja estaba más a gusto sin el crío en casa, los fines de semana, cuando Alejandro se iba con su padre.

Y así llegamos a finales de enero. Antonio, la nueva pareja de la madre, la acompaña a dejar al crío al punto de encuentro los fines de semana. Y empieza a escribir WhatsApp al padre del crío, al guardia civil que se ha quedado en Ceuta. Leídos hoy, producen escalofríos

Los primeros parecen normales. “El viernes (se refiere al viernes 30 de enero) te lo dejamos en el punto de encuentro”, le anuncia al padre de Alejandro. Pero inmediatamente le escribe: “si quieres, te lo quedas la semana que viene. Veo mejor que te quedes con el niño. Tú puedes darle una estabilidad que ella no le puede dar… Hazme caso, tú sales ganando, porque tú tienes trabajo y ella no tiene”.

El ex marido no se fía. Recordemos que la mujer le denunció en su día por malos tratos, así que Cristóbal, el padre, contesta a la nueva pareja de su ex: “ya quisiera yo quedarme con mi hijo y que tenga una buena vida”. Pero el novio de su ex insiste, insiste mucho. Le escribe: “Recogerlo el viernes, quedártelo (vemos que se refiere al niño casi como un paquete) ir arreglando papeles y que te den la custodia”. El padre no quiere problemas, aunque vemos aquí que sí que quiere a su hijo. “Sin juzgado por medio, no. Cuando le dé el punto (se refiere a la madre) viene a por él. Todo legal… Yo no me juego un secuestro ni nada, que ya conozco lo que hay con la madre”.

Antonio escribe: “Ella ya ha querido quitarse la vida varias veces. Y eso con un niño delante pues como que no… El domingo no iremos a por el niño. Te lo quedas, está preguntando mucho por ti… Yo soy el único que trabajo y ella arrascándose el mondongo”.

Antonio se ofrece incluso a ir de testigo al juzgado para hablar mal de su pareja y conseguir que le quiten a su hijo para dárselo al padre. “Pero tienes que quedarte al niño ya”, apremia al padre. Este le responde: “no, que me denunciaría por secuestro y me buscaría la ruina”.

Parece claro que a este tipo, Antonio, le sobra el hijo de su pareja. Como el padre, separado, no quiere cometer ningún delito, quiere hacerlo todo legal, para recuperar la custodia, le apremia, recuerden, menos de dos semanas antes del crimen.

El padre, recordemos, está en Ceuta y solo ve a su hijo los fines de semana. El novio de su ex le escribe: “llévatelo porque ella no está bien de la cabeza y cualquier día vamos a llevarnos un mal rato”. El padre de Alejandro se asusta ahí y responde: “Pero a mi hijo no le hará nada malo?”

Antonio no ceja en meter miedo al padre, en intentar convencerle de que se lleve por la fuerza a su hijo. Le dice por WhatsApp: “Le está afectando al niño y es capaz de cualquier cosa. Lo tiene abandonado, come mal, no tiene sus horas de dormir. La madre dice delante de él que tú eres un psicópata”. Y le sugiere incluso como hacerlo. “Te inventas que hay temporal (se refiere a Ceuta, donde vive) y te lo quedas”. El padre se queda entre aterrorizado y también temeroso de que sea una trampa. Dice “no entiendo de qué va esto” y anuncia que va a ir al juzgado.

Fíjense qué situación la de ese niño, Alejandro. El hombre que vive con su madre quiere deshacerse de él, acusa a su pareja de no cuidarlo. La madre, en depresión, y el padre, en Ceuta, recibiendo esos mensajes siniestros

El padre rechaza esas ofertas tan tremendas del novio de su ex pareja. No olvidemos que ya cuando su ex se intentó suicidar pidió la custodia del crío, pero una juez de Ceuta ni siquiera investigó el asunto ni reclamó saber qué había ocurrido realmente con la madre. El padre declaró, consta en el sumario del caso, que “cuando Lourdes se intentó suicidar tomándose pastillas en abril, me llamó la policía para que recogiera a mi hijo del centro de menores porque ella estaba en el hospital. Fui desde Ceuta y al regreso pedí en el juzgado número 4 que se tomaran medidas urgentes para hacerme cargo de mi hijo, tener la custodia y cuidarle. Me lo denegaron todo”. Un mes después del intento de suicidio, la madre y su pareja, Antonio, se presentaron en Ceuta y le reclamaron que les entregara a su hijo, lo que tuvo que hacer.

Y así llegamos al 9 de febrero pasado. Como cada día, Antonio, la pareja de Lourdes, lleva al colegio a Alejandro. También acude luego a recogerlo a la salida. Antonio sale de la casa de Lourdes, en el barrio del Pedregalejo, en Málaga, hacia las tres de la tarde. Va en su Ford Escort al colegio de Alejandro, en la barriada de El Palo. Lo recoge hacia las tres y media, así lo atestigua también la monitora del cole, que ve al niño irse sonriente con el novio de su madre.

La madre se extraña de que no lleguen a casa y envía un mensaje a las cuatro y dos minutos de la tarde. ¿Dónde estás? Antonio contesta: “me lo he llevado al Carrefour para recoger ahora a mi madre”. Le anuncia que van a merendar en casa de la abuela. La mujer no sospecha nada y le pide que compre algunas cosas en el Carrefour.

Una hora después, hacia las cinco y cuarto de la tarde, Antonio aparece en el Centro Comercial Rincón de la Victoria. Allí, junto al escaparate de Cortefiel, hace su ronda Juan Antonio León, vigilante jurado. Hasta el llega un hombre nervioso que le dice que ha perdido a un niño de tres años. Es Antonio y asegura que ha perdido a Alejandro.

Hay un protocolo en estos casos, que a veces ocurren, porque algún crío se despista: el vigilante se lo comunica a sus compañeros, se comunica al centro de control, por megafonía, para ver si alguien ha visto al niño. El vigilante no se separa de Antonio y ya va notando algo extraño: no sabe decir exactamente en qué punto perdió al crío. Y le pregunta, veinte minutos después, si han venido en coche y si lo han dejado en el parking. Acuden pero el niño no está allí, mientras Antonio sigue buscando y gritando “Alex, Alex”. Al vigilante hay algo que no acaba de cuadrarle en ese asunto y avisa a la Guardia Civil poco después de que al lugar lleguen algunos familiares.

En el centro comercial se presenta la tía de Antonio, la mujer que lo ha criado, su marido, y también Lourdes, su pareja y la madre del niño desaparecido, que sufre una crisis de ansiedad. También llega, por suerte, la Guardia Civil.

Los guardias civiles hablan con Antonio y confirman las sospechas de que algo no cuadra. Ordenan comprobar las cámaras de seguridad del parking, inspeccionan el coche, donde está la mochila abierta del crío con un tupper abierto y vacío. En las grabaciones se ve al hombre llegando solo al centro comercial. No hay rastro del niño. Como ven que Antonio se cierra y solo habla cuando está su tía delante, la mujer que le crió desde los tres años, deciden utilizarla siempre como puente para obtener información. Hacia las ocho de la tarde, le vuelven a preguntar “qué pasó de verdad, Antonio, dónde está el niño”. Y este le comenta a su tía que lo perdió en el paseo marítimo Blas Infante, que se le cayó al mar.

Los guardias civiles tienen cada vez menos esperanza de que el niño esté vivo, tienen que conseguir la información de Antonio. Le marean un poco, le miman poniéndole cerca de su tía, se lo llevan al cuartel a descansar, vuelven a llevarlo a la playa. Él insiste en la versión de la playa pero no tiene arena en los zapatos ni pantalones mojados que respalden su versión de que jugando por las rocas entre las olas el niño se cayó al mar. Son más de las once de la noche y todos regresan en un coche: dos guardias, Antonio y su tía, desde la playa, frustrados. En ese momento Antonio, por fin, se rompe, se derrota y dice: “quiero decir la verdad, voy a llevaros donde está Alejandro”.

Y les dice que vayan hacia la carretera de los Montes, a unos veinte kilómetros de Málaga, donde hay una alberca, una especie de piscina para luchar contra los incendios forestales, recuerden que él decía ser bombero, pero era pirómano.

Antonio ya va contando todo lo que hizo con Alejandro tras recogerlo del colegio. Lo monta en el coche, para en una gasolinera, echa diez euros de combustible y le compra unos donettes al niño para que meriende. Sigue su camino, se desvía hacia Fuente la Reina, pasa cerca de un hotel rural y aparcan el coche. Desde allí, sin  salir del vehículo, les dice que un poco más abajo está la piscina y que allí está Alejandro. El guardia civil baja del coche, avanza a tientas, es noche cerrada y, en efecto, regresa diciendo que el cuerpo del crío, ahogado, está flotando en la alberca.

Antonio eligió el sitio, aunque él sostiene que fue allí para que el crío merendara y entonces se cayó al agua. Luego, asegura, le dio miedo porque no sabe nadar (algo que es falso) y se fue del lugar. Al final de su declaración, sin embargo, no puede evitar contar que la mañana del crimen discutió con la madre del chico. Asegura que la pilló hablando con un antiguo novio al que llama el guitarrista, que discutieron, que le dijo que se iría de caso. Por eso, porque estaba “cabreado” con la madre, así lo cuenta él, dejó morir al niño en esa alberca de agua y lo abandonó allí.