TERRITORIO NEGRO

Territorio negro: El jubilado asesino de Jerez que vivía con una muñeca sexual

Manu Marlasca y Luis Rendueles nos hablan del crimen perpetrado por un jubilado de 78 años en Jerez de la Frontera con un pasado muy oscuro y sangriento.

ondacero.es

Madrid | 13.11.2023 16:47

Manu Marlasca y Luis Rendueles nos traen la historia de una mujer desaparecida, de 64 años y la de quién resultó ser finalmente su asesino: el que parecía un pacífico jubilado de 78 años que cuidaba su huerta en Jerez de la Frontera, con una historia muy negra detrás de él.

Empezamos el pasado verano. El 1 de agosto, la policía nacional hace un llamamiento a través de los medios de comunicación. Hay una mujer desaparecida y es una desaparición de alto riesgo.

La mujer desaparecida se llama Buran, es iraní y tiene 64 años. Vivía en Jerez de la Frontera.

Los investigadores del Grupo de Desaparecidos de la UDEV Central decidieron mover ficha, arriesgar, porque los datos que tenían apuntaban muy mal. Lo bautizaron operación Osborne, también operación Buran, el nombre de esta señora iraní que había desaparecido. Buran tenía 64 años, vivía en Jerez, en un albergue municipal. Buran tenía una vida complicada, había estado en los márgenes de la sociedad, había tenido problemas de alcohol, no tenía prácticamente relación con su hija, aunque eso sí, seguía manteniendo relación con una hermana que vivía en otra comunidad autónoma y con la que hablaba con bastante asiduidad.

En un primer momento, la investigación se centró en una riña que había tenido Buran con otras personas sin hogar que se habían refugiado en ese albergue. La primera pista relevante la dio la hermana de la desaparecida. El día que se perdía su rastro, el 6 de julio, Buran había mandado un mensaje de audio al teléfono móvil de su hermana. Le decía que iba a verse con un hombre, del que le daba los datos porque no se fiaba mucho de él, y que la volvería a llamar un par de horas después. No lo hizo, no lo haría nunca más

¿Quién era ese hombre y de qué lo conocía Buran?

Se habían conocido en un parque de Jerez de la Frontera, en la calle. El tipo, Miguel, es un hombre de 78 años, un jubilado que estaba en buena forma, vivía solo y cuidaba su huerta. La policía descubre que los dos habían quedado varias veces los últimos meses. El jubilado lo niega, pero todo indica que habían tenido sexo de forma ocasional y que él le daba algo de dinero a la mujer a cambio de esos encuentros.

¿Qué les cuenta el jubilado a los policías?

Miguel les dice que sí, que conoce a Buran, que estuvieron juntos aquella tarde de julio en su casa, pero que luego él la llevó en coche hasta la zona de El Corte Inglés de Jerez, donde la dejó. Ella le había pedido que la llevara porque, dijo, tenía que hacer unas compras.

El problema es que cuando los investigadores recuperan las cámaras de seguridad de la zona, no hay rastro de Buran. La mujer desaparecida no ha estado allí. Los investigadores tienen también el registro del teléfono móvil de esta mujer, que lleva ya desaparecida un mes. Y ese teléfono da señal por última vez en la casa de este pacífico jubilado.

Es muy difícil vigilar a una persona que tiene costumbres muy rutinarias y muy solitarias. Tenía plantas y palmeras en el ático de su casa y salía un par de veces al día para cuidar el huerto. Es un tipo muy mañoso, había hecho un montacargas casero para comunicar los dos pisos de su vivienda.

Y además, Miguel no es un jubilado cualquiera. Los investigadores han comprobado su historial, su vida. Descubren que tiene un pasado muy oscuro y muy sangriento. El jubilado estuvo nada menos que 22 años de su vida en la cárcel. Mató a un inmigrante en Almería después de una discusión en un bar. Además, antes de ese episodio, Miguel intentó matar dos veces a su ex mujer, con la que tiene cuatro hijos. En 2019, Miguel cumplió su condena, salió de prisión con unos ahorros y se fue a vivir a Jerez de la Frontera, donde compró una casa, la casa donde desapareció Buran.

Una semana después de que desaparezca la mujer, el jubilado viaja a su antigua ciudad, Almería, y se presenta en casa de su ex mujer. Ella no le abre la puerta. Uno de sus hijos le llama luego para decirle que no vuelva más y el jubilado se muestra violento y le contesta: "Cuídate de mí, si te veo, te mato".

Tiene conversaciones con otras mujeres a las que ofrece dinero por sexo. Una de ellas conoce a Buran y le pregunta por ella, la mujer habla con pena de su amiga desaparecida y el jubilado le dice con frialdad: "hay mucha gente que desaparece y no vuelve".

A pesar de que hay una mujer desaparecida y un jubilado sospechoso, la investigación no avanza. La policía pide colaboración ciudadana en las televisiones, pero no espera encontrar colaboración ciudadana o no espera solo eso.

La colaboración ciudadana no se rechaza, pero lo que se buscaba aquí es poner nervioso al supuesto asesino, al jubilado. Sabían que era un tipo de sangre caliente, han conocido, por ejemplo, que después de una discusión sin importancia había reventado una procesión en Almería montado a caballo… Saben también que iba a ver por televisión el caso de Buran. También que lo verían sus amigas, que incluso le llamaban para preguntarle por ella. Los investigadores de la UDEV Central confiaban en que el sospechoso rompiera sus rutinas y se moviera, hiciera algo

¿Cambió su vida rutinaria?

En un principio, no. Pero los policías que lo vigilan ven que un par de días el jubilado sale en bicicleta hacia el huerto, pero se desvía de su camino normal. Está en la zona que se llama de El Cuervo, a las afueras de Jerez, cerca de la carretera del aeropuerto. Quince días después del aviso en televisión, el jubilado pasa un buen rato por allí. Es un lugar con muchos pozos, se pide el análisis de su teléfono móvil, se acota una zona con un radio de varios kilómetros, se registra con perros de la unidad canina, pero no hay suerte.

La ciencia de los teléfonos móviles no es exacta, hay pocos repetidores en esa zona y el lugar de búsqueda donde puede estar el cadáver de la mujer desaparecida es amplio. Y aquí entra la constancia de los policías. Un día Miguel vuelve a salir en bici, le siguen y ven que va a la misma zona, pero se desvía hacia otro lugar un poco apartado, donde hay un pozo seco oculto entre matorrales. Le ven tirar unas piedras al pozo. Pasa un rato allí y se va. Cuando los policías se asoman al pozo ya notan el olor y ven cuatro bolsas de basura lastradas con piedras. Allí abajo está el cuerpo de la mujer desaparecida.

¿Confesó?

Miguel está ahora en prisión y desde aquel día no ha querido volver a hablar con la jueza ni con nadie de su asesinato. Los policías del grupo de Desaparecidos ya lo habían ido conociendo y estudiando, sabían de su sangre caliente, sabían que estaban ante un tipo muy religioso, muy creyente, y también que lo último que quiere es pasar por cobarde. De forma que trabajaron esos aspectos y consiguieron que el mismo día que lo detuvieron, este jubilado hiciera delante de la jueza una reconstrucción de su crimen, que grabaron en vídeo y servirá como prueba.

Esa reconstrucción se hace en el lugar del crimen y consiste en que el asesino explique con detalle lo que hizo.

La jueza le va preguntando, los policías están cerca y también intervienen, allí está su abogado. Miguel parece tranquilo y cuenta con frialdad que después de tener sexo, la mujer le pidió 500 euros y le dijo que si no se los daba le denunciaría por violación, algo que nadie cree.

Ella quería fumar y él la mandó a la azotea para que no dejara humo en el dormitorio. Lo más probable es que la matara porque le pareció mal que fumara allí. Cuando la mujer estaba en la azotea fumando, él se acercó de espaldas con una machota, un mazo, y le dio varios golpes en la nuca. Luego, con ella en el suelo, la apuñaló y la mató. Después, cortó su cuerpo en varios trozos que metió en bolsas de basura.

Miguel cuenta el brutal asesinato tranquilo, como si estuviera leyendo un acta de una comunidad de vecinos, pero no le gusta que le pregunten mucho ni que le hagan repetir las cosas. Hay un par de momentos tensos porque el asesino se cansa ante preguntas que le parecen obvias. Por ejemplo, cuando la jueza le pregunta por qué se llevó el cuerpo al pozo, le contesta, “no iba a dejarlo en mi casa” Y cuando le preguntan por qué volvió al lugar donde había dejado el cadáver, dice con mucho cuajo que fue a echar un rato, "no pensarán que fui a ver si revivía", les espeta allí mismo a la jueza y los policías.

Confiesa que tardó 30 o 40 minutos en descuartizar a la mujer. Y explica cómo tuvo también la sangre fría de sacar el cadáver y meterlo en el coche.

Sigue hablando con esa lógica aplastante. Es verano en Jerez de la Frontera, hace mucho calor y dice que a las cuatro de la tarde no iba a haber nadie por la calle que pudiera verlo. Además, dice, ¿quién va a parar a un viejo?, quién va a sospechar que un viejo que lleva unas bolsas de basura está trasladando un cadáver.

Un viejo, un anciano, un jubilado pero muy posiblemente también un psicópata.

Sería muy conveniente estudiar a Miguel en la cárcel, aunque también será difícil porque se ha negado a volver a declarar sobre su último crimen. Veremos qué ocurre cuando llegue el juicio contra él. De momento, la policía encontró algunos detalles interesantes en el registro de su casa.

El jubilado guardaba zapatos de mujer, de varios números, incluidas unas botas del mismo número y modelo que tenía su última víctima y que no aparecieron. Y, sobre todo, en la cama del jubilado, bien arropada, los policías encontraron a una muñeca sexual, una muñeca hiperrealista, así se venden, que cuesta 2.500 euros, con la que el jubilado hacía su vida. Algunos vecinos la habían conocido y la llamaban con guasa "la muda". Antes de ser trasladado a la cárcel, el jubilado les pidió a los policías que cuidaran de ella.