Empecemos por el final. El 13 de septiembre, Roberto Larralde, ese albañil y boxeador de una familia está en el pueblo de Lorenzana, en la provincia de León. Ha ido con sus hijos y alguien le llama por teléfono.
Poco después de las diez y media de la noche, Larralde, un tipo fuerte y amante del boxeo, recibe una llamada. A su madre le dice que tiene que irse pero que no estará fuera mucho rato, que volverá luego. Nunca más lo hará. La madre, Angelina, acude a la policía a denunciar la desaparición de su hijo.
En la familia, como se describe en el sumario, algunos miembros tienen vinculación con el tráfico de drogas, también con robos y otros delitos, y se investiga si el boxeador pudo ser objeto de un secuestro por esos negocios sucios. Pero lo que ocurre es que Roberto Larralde es, como dice su propia madre en la denuncia, “un Larralde de los buenos”. Sus compañeros de trabajo y del gimnasio y sus preparadores de boxeo certifican que es un tipo noble y honrado, quizá bruto y sencillo, pero honrado. Y su historial está limpio de robos y también de cualquier vinculación con las drogas.
Pero Roberto Larralde sí está fichado. Su mujer, Miriam Caballero, la madre de sus hijos y con quien lleva 16 años –toda la vida adulta- le denunció por malos tratos en 2010 y Larralde pasó siete meses en la prisión de Mansilla de las Mulas (León). Al salir de la cárcel, volvió con su esposa y la pareja, pese a tener una orden de alejamiento, la incumplía sistemáticamente. Ella lo hacía amenazada por su marido, pero el caso es que solían vivir juntos en casa de la familia de Roberto, al menos algunas temporadas.
La policía acude a interrogar a la mujer de Larralde, esa mujer maltratada, por si sabe algo del paradero de su marido y Miriam les cuenta que el día anterior acudió con su marido a Valladolid para llevar a una amiga que tenía que coger un tren. Los investigadores comprueban que la mujer, que trabaja en un bar llamado Espiral, en el polígono de La Lastra, vive bajo la amenaza constante de Larralde, que no la deja ver a otros hombres. Lo que ha hecho ella en los últimos tiempos es acudir siempre con alguna amiga a sus citas para evitar problemas y, nos cuentan, palizas de Larralde, un tipo de noventa kilos de peso y que sabe pegar, a cualquier hombre que estuviera con ella.
Tenemos una mujer maltratada y amenazada, que sigue con su marido, y un marido desaparecido y que sospecha que ella tiene relaciones con otros hombres. Miriam llevaba unos meses, desde mayo, viéndose con un empresario del sector de la madera llamado Julio López. Intentando que fuera en secreto, claro. De hecho, la noche en que su marido desapareció, Julio llevó a Miriam a Madrid en su flamante Porsche junto a dos carabinas se decía antes, dos amigas que les acompañaban por si el marido se enteraba de algo. De hecho, a la vuelta, decide bajarse con su amiga antes de llegar a León y coger otro coche por si su marido la estuviera acechando.
Este hombre está desaparecido y comienzan las investigaciones de la policía, pero no solo de la policía. Este caso fue complicado. La policía de León buscaba a un hombre desaparecido pero también lo buscaba su familia, los Larralde, los buenos y los malos. Ellos, los Larralde, utilizaban métodos más expeditivos, como te puedes imaginar: encontraron la furgoneta Mercedes Sprinter de Roberto abierta y abandonada con su cartera dentro en el barrio de Puente Castro y no dudaron, por ejemplo, en secuestrar y meter en el maletero de un coche a dos personas que pensaron que podían saber algo del paradero de su pariente. Dos personas a las que les habían robado poco antes un camión cargado de colonias y perfumes. Por cierto, una vez liberados, esos dos hombres, que no tenían nada que ver con la historia, prefirieron no denunciar a quienes les hicieron eso. Por prudencia, suponemos.
Y las investigaciones de los buenos, de los policías de León, acabaron dando fruto. Cinco días después de la desaparición del boxeador, los guías caninos que habían llegado desde Madrid hicieron bien su trabajo. Dos perros, dos auténticas estrellas de la investigación policial llamados Santos y Brutus, marcaron un montículo en la ribera del río Bernesga a su paso por Santa Olaja de la Ribera, a unos siete kilómetros de León, sobre el que solo se veían hojas. Al desenterrar, apareció primero una zapatilla de deporte del número 45 y luego el corpachón de Roberto Larralde. Tenía un tiro en la cabeza, el esternón fracturado y varios golpes en el cuerpo.
La policía repasa quién fue el que hizo la última llamada al teléfono de Roberto Larralde, de la víctima. La llamada que le hizo dejar a sus hijos con la abuela fue de José Ramón Vega, un tipo al que había conocido en prisión en el año 2010. Vega es un delincuente bragado, que ha sido detenido 30 veces en su vida. Le gusta la cocaína y no anda demasiado bien de dinero. El caso es que, según la versión de Vega, le propone a Larralde participar en un negocio: van a robar el hachís a unos traficantes, lo que se conoce como un vuelco. Ambos quedan citados en un descampado próximo a Mercaleón. El cerebro de ese plan es Julio López, el amante de la mujer de Larralde, para el que Vega ha trabajado algunas temporadas en sus empresas.
Pero eso Larralde no lo sabe cuándo acude solo y sin armas al descampado. Posiblemente le citaron allí con cualquier otra excusa. Mientras, Vega hace algunas cosas antes de su cita con Larralde. Acude al bar Granada, donde están Julio López, el empresario que tiene una relación con la mujer de Larralde, y dos personas más, un detective privado llamado Froilán Pérez y otro trabajador de López, un tipo llamado Carlos de la Red. Todos van a participar de un plan para engañar primero a Larralde y luego a la policía.
Sobre el papel que tiene cada uno y si se sabe quién disparó a Larralde, todo indica que fue Vega. Las cámaras de seguridad del bar Granada graban la reunión en la barra. Julio López le da 200 euros, supuestamente para cocaína, y luego va a recoger a la mujer de Larralde, con la que sale para Madrid. Pasan la noche viajando, toman unas copas y duermen en Móstoles, en casa de la madre de una amiga de Miriam.
Vega, por su parte, se va del bar y contrata los servicios de una prostituta rumana, Mikaela, con la que tiene relaciones dentro de una furgoneta mientras hace tiempo para encontrarse con el boxeador. Hacia las once y media, el supuesto asesino vuelve al bar Granada. Allí le van a devolver su teléfono móvil y también van a darle una coartada. Luego, se cenan unas alubias con almejas.
El detective privado, Froilán Álvarez, pudo ser quien ideara el plan por sus conocimientos de criminología. Lo que hicieron fue que Vega, antes de salir a matar al boxeador, dejara el teléfono en el bar al primo, al empleado de Julio. Éste, Carlos, recibió también una servilleta, según declaró, con los números de teléfono a los que tenía que llamar mientras Vega estaba cometiendo el crimen lejos de allí.
El empleado cumplió la misión: llamó a Julio, de viaje hacia Madrid, llamó a su propio hermano, que estaba trabajando con su camión en Asturias, llamó a una hermana del camarero del bar que le gustaba y le propuso irse juntos… De esa forma, cuando la policía, como hizo, investigase la posición de su teléfono móvil, estaría muy lejos del lugar del asesinato.
El detective Álvarez ya se vio envuelto en un asunto de un homicidio tiempo atrás. Lo curioso es cómo conoce y se hace amigo de Julio, el empresario amante de la mujer de Larralde y supuesto cerebro del crimen. La esposa de Julio lo contrató tiempo atrás para investigar las infidelidades de su marido. El detective lo que hizo fue avisar al marido, hacerse amigo de él y tratar luego de ayudarle con su amante. En verano, incluso acudió a la policía de León a denunciar que “la mujer de un amigo tiene problemas con su anterior pareja”, se refiere ya entonces al boxeador Larralde, aunque cuenta solo media verdad. En agosto, una patrulla de la policía le identifica junto al empresario cuando ambos están muy cerca de la casa de Larralde y su esposa.
La policía ha logrado juntar todo este puzzle de malos tratos y asesinato, además de las alubias con almejas aunque no fue fácil. El supuesto asesino contó una película muy particular. Dijo que había dejado a Larralde negociando con dos sicarios de aspecto extranjero que tenían un BMW oscuro. Para explicar que tenía residuos de disparo en las manos contó que un par de días antes había estado pegando tiros a unos tablones de madera con una pistola que le dejó el empresario Julio López. Más difícil de explicar fue lo de la retroexcavadora.
Fueron dos perros policías los que encontraron el cadáver. La policía de León encontró finalmente la retroexcavadora oculta en una nave industrial de la calle Real: Vega admitió que a las siete de la mañana del día del crimen acudió con ella al vertedero, pero no dice que fuera para enterrar a Roberto Larralde, sino que lo hizo para buscar el supuesto hachís que iban a robar a otros traficantes.
El primo, Carlos, el que hizo las llamadas de teléfono para despistar, y el detective privado, están en libertad con cargos. El supuesto asesino y el cerebro del plan están en prisión. Y en prisión está también Miriam, la ahora ya viuda del boxeador que la maltrataba. Por cierto, han tenido que ser trasladados de la cárcel de la provincia de León por temor a que hasta allí llegara el largo brazo de los Larralde. De hecho, la historia no ha acabado. Hubo un tiroteo tras resolverse el crimen y hace un par de semanas una casa donde habían vivido los Larralde en el barrio de la Inmaculada fue incendiada por desconocidos.
Y los Larralde llegan largos, sí. Cuando la policía detuvo al asesino, Miriam estaba en casa de los Larralde. La encerraron en una habitación y, según ella contó, la insultaban y la pegaban. La comisaria de León avisó a la Guardia Civil, que llegó a tiempo de rescatarla del acoso de unas 50 personas del clan, pero no de evitar que le rompieran la nariz de un puñetazo. La llevaron a urgencias pero la mujer no quiso poner denuncia.
Ella dice que no sabía que iban a matar a su marido. Es posible que pensara que iban a darle una paliza para que la dejara en paz. El juicio lo dirá. Lo cierto es que Miriam, culpable o no, tampoco había elegido bien al nuevo hombre de su vida, al empresario de la madera. Su ex mujer aseguró a la policía que no le paga la pensión, que la maltrató, que llegó incluso a ponerle un cuchillo en el cuello en una ocasión.
Y leyendo el sumario del caso, no puede evitarse cierta sensación de tristeza. Cuando le preguntan por su nueva relación, Miriam dice que habían pensado en irse a vivir juntos, que estaban enamorados, que no veían el momento de hacerlo pero que no se atrevían por miedo a Roberto. El empresario, por su parte, declara que había tenido sexo con ella cuatro o cinco veces, pero como lo tenía con otras mujeres, que nunca habían hablado de nada serio y que la escuchaba contarle sus penas, dice textualmente, pero que no le hacía mucho caso porque él tenía sus propios marrones.
Ahora tienen un buen marrón los dos. Y hablando de tristeza, la de los dos niños de ese matrimonio, que se han quedado sin padre, con la madre en prisión y creciendo en un entorno de los Larralde, difícil y violento. Ojalá que ellos, que ahora tienen ocho y doce años, crezcan tranquilos y sean a pesar de esto que les ha tocado vivir y por encima de apellidos, dos de los buenos, dos buenas personas.