La imagen que bien puede resumir aquel 22 de mayo de 2004 cuando Letizia Ortiz Rocasolano iba a entrar en la historia de España, es la de una expectante joven periodista mirando vivamente a través de los cristales mojados del Rolls Royce que la llevaba desde el Palacio Real a la catedral de la Almudena. Aquella viva mirada a través de las gotas de agua, reflejaba lo que ciertamente podía estar pensando: ¿cómo va a ser mi vida a partir de ahora?. Y efectivamente su vida cambió y de qué manera. Tan solo diez años después, seguramente mucho antes de lo que esperaba, aquella joven todavía periodista iba a convertirse en reina consorte de España.
Han transcurrido veinte años desde aquel enlace que reunió en Madrid a buena parte de los mandatarios más poderosos del mundo en aquel momento. Una boda que iba a suponer un soplo de aire fresco en la Zarzuela. "Comparecemos aquí, enamorados" había dicho el príncipe Felipe en la primera presentación de su prometida en los jardines de La Zarzuela y "conscientes del compromiso que adquirimos", en palabras de la propia Doña Letizia. La boda culminaba ese compromiso reconocido tan solo seis meses antes.
Para la Corona fue un desafío, puesto que nunca antes España había tenido una Reina consorte que no proviniera de la realeza. No pocos escribieron en contra de que que una "plebeya" fuera a ocupar tan algo lugar. Pero la pareja no partía de cero. Ya en la generación anterior de monarcas, Harald V de Noruega, Carlos XVI de Suecia o Hussein de Jordania eligieron esposas provenientes de la vida civil, con profesiones actuales y que trabajaban como cualquier ciudadana. La reina Sonia, la reina Silvia y la reina Noor allanaron el camino para la nueva generación de consortes que serían María de Dinamarca, Catalina en Reino Unido o Daniel en Suecia, entre otros.
Reyes antes de lo esperado por la abdicación de Juan Carlos I
El principal acontecimiento institucional vivido por Don Felipe y Doña Letizia en estos veinte años ha sido, sin duda, convertirse en reyes de España mucho antes de lo que esperaban. Para entonces llevaban diez años casados. En un primer lugar felices con el nacimiento de la princesa de Asturias, Leonor, en 2005 y de la infanta Sofía en 2007, y después más complicados a medida que se acercaba el gran cambio: la abdicación de Juan Carlos I en 2014. Fue la culminación de unos años que, tanto en lo personal como en lo institucional, fueron difíciles para la pareja especialmente 2013 cuando el nuevo reinado se acercaba.
Ya como Reyes, hubieron de hacer frente a la incómoda decisión por parte Felipe VI de retirar a su hermana, la infanta Cristina, el título de Duquesa de Palma a raíz de las complicaciones del caso Nóos. Y a la difícil renuncia de Don Felipe a la herencia de su padre mientras el Gobierno pedía explicaciones a Don Juan Carlos por cantidades percibidas no declaradas al fisco. Una vez se subsanó la deuda con Hacienda y los tribunales le exoneraron de cualquier comportamiento delictivo, la situación se fue calmando. El padre del rey ha ido normalizando sus visitas a España y las reuniones familiares por cumpleaños o por la jura de la Constitución por parte de la Princesa de Asturias, se han ido también normalizando.
En estos veinte años, la pareja formada por Felipe VI y la reina Letizia se han convertido en los más altos embajadores de nuestro país. Felipe VI ha intervenido en varias ocasiones en Naciones Unidas, ambos han estado en el despacho oval con los presidentes Barak Obama y Donald Trump, han recibido en Madrid al presidente Joe Biden y a los máximos líderes de los países de la OTAN. Y han puesto en marcha un cambio de rumbo en el modo de reinar: una monarquía más cercana y menos encorsetada, con más transparencia en las cuentas y contratos de la Casa del, y con nuevas normas para los miembros de la Familia Real que les impiden trabajar en nada que no sea la representación propia de la Corona. Y sobre todo con un incansable mensaje de unidad de los españoles, por parte del Rey, en una situación política complicada.
Aquella viva mirada de la joven Letizia Ortiz a través de los cristales mojados del Rolls Royce camino de La Almudena, bien presagiaba que veinte años después ni ella, ni el reinado, ni España, iban a ser los mismos.