REDES SOCIALES

La psicología explica por qué hay gente que exhibe el sufrimiento en redes sociales para buscar compasión

El sadfishing apunta a un uso más estratégico o exagerado del sufrimiento, que genera una respuesta del entorno digital

Oliver Serrano, Universidad Europea

Madrid |

La psicología explica por qué hay gente que exhibe el sufrimiento en redes sociales para buscar compasión
La psicología explica por qué hay gente que exhibe el sufrimiento en redes sociales para buscar compasión | Pixabay

Una joven publica en TikTok un vídeo llorando, sin dar muchos detalles. Alguien en Instagram comparte un texto largo sobre una ruptura o una crisis personal. Un influencer cuenta su diagnóstico de salud mental en un directo. Son escenas que se repiten, con distintos rostros y matices, pero una misma dinámica de fondo: mostrar el sufrimiento personal de forma pública, con la intención de recibir consuelo, apoyo o validación. Este comportamiento se conoce como sadfishing.

¿Qué es el sadfishing?

El término sadfishing fue acuñado por la escritora Rebecca Reid en un artículo publicado en 2019, donde analizaba publicaciones emocionales en redes sociales que parecían buscar una respuesta de apoyo masiva. El neologismo, que transforma el término “catfishing” (crear una identidad falsa en redes) cambiando “cat” (gato) por “sad” (triste), hace alusión a la idea de utilizar la tristeza como cebo para atraer atención emocional.

No se trata simplemente de expresar emociones en redes, algo completamente válido y humano. El sadfishing apunta a un uso más estratégico o exagerado del sufrimiento, que genera una respuesta del entorno digital: likes y comentarios de apoyo, interacciones que refuerzan la conducta.

Una necesidad de ser vistos (y validados)

Psicológicamente, es posible entender el sadfishing como una forma de búsqueda de validación social. En entornos donde la autoestima se construye (al menos en parte) a través de la respuesta de los demás, mostrar vulnerabilidad puede ser una estrategia para sentirse visto, querido o comprendido, una forma de pedir apoyo emocional y reconocimiento afectivo.

Esta necesidad se relaciona con el concepto de “sostén emocional” o “apoyo contenedor”: la capacidad del entorno (en este caso, digital) para acoger la expresión emocional sin juicio y con empatía. Así, la pertenencia no surge solo de la conexión, sino del reconocimiento de la vulnerabilidad compartida.

Algunas investigaciones también indican que ese uso emocional de las redes sociales está vinculado con la necesidad de regulación emocional y con estilos de apego más ansiosos. Esto sugiere que la relación entre emociones y plataformas digitales es profunda y merece atención clínica y educativa.

También hay un componente cultural. En la era digital, muchas personas han crecido narrando su vida online. Compartir emociones, incluso las dolorosas, se convierte en una extensión de esa narrativa. Las fronteras entre lo público y lo privado, entre lo auténtico y lo performativo, se vuelven borrosas.

¿Autenticidad o estrategia emocional?

El sadfishing plantea preguntas complejas sobre la autenticidad. Algunos casos pueden parecer manipulativos o exagerados, pero juzgar intenciones en un entorno como el digital es difícil. Lo que para un espectador puede parecer una dramatización, para la persona que publica puede constituir una forma genuina de procesar sus emociones.

Desde un punto de vista psicológico, conviene observar el contexto y la frecuencia. Si alguien recurre constantemente a publicar contenido triste para obtener reacciones, podría estar cayendo en un patrón de regulación emocional poco saludable. En cambio, si se trata de una expresión puntual en un momento difícil, podría considerarse una vía válida de catarsis.

Riesgos psicológicos

Aunque compartir emociones puede ser liberador, el sadfishing también tiene riesgos. Uno de ellos es la exposición emocional vulnerable en contextos poco empáticos. Internet no siempre responde con cuidado. Quienes comparten su malestar pueden ser objeto de burla, incredulidad o incluso acoso.

Otro riesgo es la dependencia de la reacción externa. Cuando el alivio emocional depende exclusivamente de la respuesta digital, se debilita la capacidad de autogestión emocional. Esto puede reforzar un ciclo en el que la persona necesita publicar para desahogarse, generando una suerte de “recompensa intermitente” similar a la de otras conductas adictivas.

Este mecanismo también está presente en el uso compulsivo de redes sociales. Diversos estudios en neurociencia han demostrado que estas plataformas activan los mismos circuitos de recompensa que otras adicciones conductuales, especialmente a través del refuerzo social intermitente (como los “me gusta” y los comentarios). Estas investigaciones explican que este tipo de retroalimentación impredecible potencia la conducta repetitiva y difícil de controlar.

Además, el sadfishing puede trivializar problemas serios de salud mental. Cuando todo se convierte en contenido, existe el peligro de reducir el sufrimiento a una narrativa estética o a una marca personal. Algunos expertos han advertido sobre los riesgos de la “hipervisibilidad emocional” entre adolescentes en plataformas como Instagram y TikTok.

Una cultura emocional hiperconectada

Vivimos en una cultura donde la emocionalidad se ha vuelto visible, compartible y muchas veces monetizable. El sadfishing se vela como un síntoma de esa transformación. No es un fenómeno patológico en sí mismo, pero sí refleja cómo las plataformas han cambiado la forma en que nos vinculamos con nuestras emociones y con los demás.

La clave está en fomentar una alfabetización emocional que permita distinguir entre expresión saludable y dependencia digital. Y también en promover espacios (online y offline) donde mostrar vulnerabilidad no sea una estrategia desesperada, sino una posibilidad segura y contenida.

El sadfishing nos recuerda que, tras las pantallas, hay personas buscando alivio, conexión o simplemente ser escuchadas. Como sociedad digital, necesitamos dejar de juzgar rápidamente las formas en que otros expresan su malestar y, en su lugar, abrir conversaciones más empáticas sobre cómo acompañarnos emocionalmente en estos tiempos hiperconectados.

A veces, el llanto en un vídeo no es solo una estrategia: es una pregunta lanzada al vacío, esperando que alguien responda.

Oliver Serrano León, Director y profesor del Máster de Psicología General Sanitaria, Universidad Europea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation