Leonardo da Vinci tenía tiempo para pintar, esculpir, inventar máquinas imposibles y cuando no estaba haciendo esas cosas, se ponía a reflexionar sobre los misterios de la gravedad. Un siglo antes que Galileo y con dos siglos de anticipación respecto a Newton, Leonardo también fue un científico, al menos a la manera en que se podía ser a finales del siglo XV. Pocos llevaron tan de la mano el arte, la ciencia y la ingeniería, pero el hombre al que debemos parte de la belleza y del ingenio del Renacimiento también inventó cosas terribles como armas bélicas que, a su paso, eran capaces de partir en dos a soldados o cañones metralletas. No era Leonardo un pacifista, precisamente, ¿o sí?
Cuando Leonardo se viene a Milán tiene que camelarse a los poderes fácticos para poder vivir de algo. Se mudó a esta ciudad en 1482 y, si lograba un buen contrato como ingeniero militar para el Duque, tendría una asignación que le permitiría dedicarse a lo que realmente le interesaba: pintar, esculpir y pensar en la naturaleza para inventar cosas. Trató de buscar una especie de teoría de la gravedad, no tanto porque estuviera tratando de dar con una especie de ley universal como hacían los clásicos, sino lo que quería era explicarse cómo funcionaba la naturaleza (como los pájaros) para imitarla y construir artefactos voladores, en este caso.
El año pasado, el profesor de Aeronáutica de CalTech Mory Gharib se dio cuenta de que en uno de los manuscritos de Leonardo aparecía lo que él llamó "un triángulo misterioso". En el boceto se ve una jarra y, saliendo de su pico, una serie de círculos. Esos círculos resulta que forman la hipotenusa del triángulo.
Gharib metió esto en el ordenador, le dio la vuelta, y de repente la imagen estática cobró vida. De la jarra empezó a verter un fluido, no literalmente sino en la representación. Leonardo ya manejaba engaños del cerebro para generar sensación de movimiento, como muchos de sus contemporáneos pintores, pero él estaba esbozando una teoría de la gravedad, plasmando los efectos mucho más allá de que las cosas caigan. Dibujó la forma exacta en que se derrama un fluido cuando hay un movimiento transversal, como cuando vas con una jarra corriendo por un pasillo, y se forma una especie de parábola. Igual que con la gravedad, anticipó la dinámica de fluidos porque fue el primero en describir detalladamente la dinámica de los vórtices de agua, cosa que ni la computación actual es capaz de analizar con precisión tirando de las ecuaciones no lineales.
Diseños más infernales
No todos fueron inventos con un fin bueno. Un ejemplo de ello sería un barco rebanador de enemigos que estaba equipado con una y enorme guadaña que se manejaba con un mecanismo basado en engranajes para elevarla y bajarla. Una especie de ariete de barco, solo que en vez de usarse para derribar puertas, tenía esa afilada hoja en su punta.
Este invento no se llegó a construir como tampoco otro de sus inventos infernales, un carro de asalto que también tenía guadaña. Está claro que le molaba la idea de ir seccionando miembros a su paso pero también se quedó en un dibujo precioso, por fortuna. Este carro de asalto era capaz de ir girando y cortando cuerpos de personas y caballos a su paso, y esto aparece en los dibujos con macabra precisión.
Además, aparte de este, diseñó un carro de combate propiamente dicho donde inventó un blindado que puede ser precursor de los tanquetas modernas. Equipado con una gran cantidad de armas, estaba diseñado para intimidar al enemigo, y su cobertura protectora estaba reforzada con placas de metal. Se suponía que podía moverse en todas las direcciones, pero tenía un defecto importante: las manivelas para que lo hiciera iban en direcciones opuestas. En teoría, era imposible mover el aparato hacia adelante. En las exposiciones donde se muestra este invento, los expertos suelen decir que un detalle así es raro que se le pasase por alto por Da Vinci, por lo que hay una teoría que dice que quizás saboteó su propio diseño para que nunca fuera construido.
Diseñó unas bombas que imaginó estallando bellísimamente hechas con unas conchas redondas, colocadas alrededor de separadores de hierro que se cosían dentro de una cubierta flexible y la idea era que se disparaban y los proyectiles explotaban dispersando grandes cantidades de polvo y humo terminando con un estallido en fragmentos. A su vez, diseñó un lanzamisiles que, con los materiales y tecnologías de la época, difícilmente podían ser construidos. Pero le quedó un arco gigante precioso.
Leonardo era un perfeccionista y científico de la estética. Y eso, claro, debió de dejar su impronta en la capital de la moda, desde la que te hablo.