Ese cuerpo tendido boca abajo en la calzada que en las últimas veinticuatro horas hemos podido ver todos en la televisión, en los digitales, era un joven de 25 años que, aparte de tener una profesión –la de militar, único dato que hasta hace dos horas se conocía— era otras muchas cosas. Por ejemplo, padre de un chavalín de dos años que se llama Jack y que estará preguntando -con la insistencia con que los niños preguntan las cosas que verdaderamente les importan—cuándo va a volver su padre a casa. Lee Rigby, miembro del regimiento de fusileros, “Riggers” le apodaban sus colegas. Orgulloso de su uniforme y seguidor apasionado del Manchester United. Veinticuatro horas después, el joven al que asesinaron ayer dos individuos, a cuchilladas, en una calle de Woolwich, ya tiene rostro. Tiene nombre, tiene hijo, tiene historia.
Hasta esta tarde, los datos personales del soldado Rigby eran información reservada por deseo de la familia. Y mientras la familia no lo ha autorizado, ni siquiera existía confirmación oficial de que fuera un militar. Cuando en la tarde de ayer se tuvo noticia de que un hombre había sido apuñalado hasta la muerte por otros dos individuos en Woolwich, Londres, la primera idea que manejó la policía es que habría sido una pelea o un atraco, eso que llamamos delincuencia común, crímenes corrientes. Pero cuando empezó a saberse que el muerto era un militar que había servido en Afganistán y que ésa era la justificación que habían dado los asesinos para matarle, entonces empezaron a sonar los teléfonos en la oficina del primer ministro porque el asunto dejaba de parecer un crimen corriente.
El muerto era militar y los asesinos decían estar vengando a los musulmanes afganos. Ahí es donde entró en escena COBRA, el gabinete de crisis, la señal de que el gobierno británico (que en ese momento manejaba ya más información de la que se ofreció a la opinión pública) otorgaba relevancia máxima a lo que había pasado. No se contó, por ejemplo, que los dos asesinos habían sido identificados y que en su expediente -porque el MI5 tenía un archivo sobre ambos- figuran sus conexiones con un grupo islamista ilegal, motivo por el que llegaron a estar bajo vigilancia.
En la sociedad británica (y de los demás países donde se fue conociendo la noticia), tras el sobresalto por el crimen en plena calle llegó el estupor de saber que los dos criminales, con las manos aún cubiertas de sangre y llevando consigo los cuchillos de carnicero, lejos de salir huyendo ante la inminente llegada de la policía (o lejos de matarse ellos mismos para fingirse mártires) habían permanecido en el lugar de los hechos, conversando entre sí y conversando -estupor máximo- con transeúntes a los que deseaban explicarles por qué acababan de matar a aquel hombre que yacía desangrado en la calzada. Hoy todos los británicos saben de Ingrid, la mujer cuya actuación ha sido elogiada por el primer ministro Cameron en su declaración de hoy, porque se enfrentó a los asesinos y los mantuvo ocupados para que no siguieran causando daño.
Ingrid Loyau-Kennett, madre de dos niños y maestra, que ha contado hoy cómo lo primero que pensó, al ver a dos hombres sobre un tercero en la calle al lado de un coche estrellado contra una farola que aquello era un accidente de tráfico. Y que sólo cuando se acercó pudo ver que aquellos dos hombres estaban apuñalando al otro. Uno de ellos le dijo “es un soldado que ha matado musulmanes en Afganistán y por eso le hemos matado”. El aplomo de esta señora, que tiene admirada a la sociedad británica, le llevó a entablar conversación con los asesinos para que se centraran en ella y dejaran al hombre malherido (quién sabe si ya muerto) mientras la policía llegaba. “Le pregunté a uno de ellos qué iban a hacer cuando llegara la policía y respondieron que matarían a los agentes porque esto es una guerra”. Ella le dijo: “si es una guerra vas a perderla, porque eres sólo tú contra muchos”.
“Only you versus many”, la frase que David Cameron hizo suya esta mañana y que ha hecho también suya el líder de la oposición laborista, Ed Miliband. De su boca sólo ha salido la declaración de completo apoyo a cuanto vea oportuno hacer el gobierno. “Somos una nación unida y quien pretenda dividirnos fracasará”, ha dicho Miliband, “estamos con el gobierno en las decisiones que tome”. Los dos principales partidos del Reino Unido han subrayado esta idea de la unidad de todos, musulmanes británicos incluidos, para hacer frente a quienes atacan a los demás amparándose en la falsa coartada del islam o el ojo por ojo. La lucha es contra el odio y el terrorismo, no contra la religión musulmana.
Mismo mensaje que se escuchó en boca de Bush tras los atentados de las Torres Gemelas y mismo mensaje que lanzó Obama en su célebre discurso de la universidad de El Cairo en 2009. “El islam es parte de América”, dijo allí, “no combatimos el islam sino a los extremistas violentos”. Y después siguió con aquel discurso, para admitir que en algunos aspectos, y tras el 11-S, Estados Unidos había traicionado sus propios principios. Hoy tiene sentido recordar aquel párrafo: “El temor y la ira que causó el 11-S nos llevó a actuar en forma contraria a nuestros ideales, por eso estoy tomando medidas para cambiar el rumbo, por eso he prohibido sin equívocos el uso de la tortura y por eso he ordenado el cierre de Guantánamo para comienzos del año próximo”. Comienzos del año próximo era 2010.
Hace tres años. Guantánamo, lo sabemos, no se cerró. Guantánamo se convirtió en la gran promesa incumplida del nuevo presidente. La primera vez que intentó vaciar el penal su problema fue qué hacer con aquellos presos. La idea era repartirlos por cárceles convencionales de Estados Unidos, donde quedarían sometidos a la legislación ordinaria -sospechosos de terrorismo, no prisioneros de guerra-, pero los directores de esas cárceles y los gobernadores de los estados donde están esas cárceles dijeron que “iba a ser que no”. Lo siguiente fue repartirlos por países amigos para que ellos se encargaran de justificar su retención o bien de liberarlos (esto lo recuerdan bien Moratinos y Zapatero).
El problema para Obama, hoy, es que más de la mitad de los presos está en huelga de hambre y que ya se está alimentando a la fuerza a treinta de ellos. Salpicado, además, por los dos escándalos recientes -el espionaje a la agencia Associatted Press y la persecución fiscal de dirigentes del Tea Party- busca el presidenteun corcho que lo devuelva a flote. Aquel nuevo presidente que habló en la universidad de El Cairo (y que ya no tiene nada de nuevo) resucita ahora su promesa -lo ha hecho esta tarde—de clausurar Guantánamo.